Santi CARMELO ENCINAS
Setenta y cinco a?os cumpli¨® en el 99 Radio Barcelona, la primera que emiti¨® en Espa?a, y 75 cumplir¨¢ en el 2000 Radio Madrid, la legendaria emisora de Gran V¨ªa, 32. La celebraci¨®n de estos aniversarios conduce inexorablemente a recordar aquellas figuras cuyas voces hicieron historia y las que hoy llevan camino de incorporarse a ella con su labor de cada d¨ªa.Oportunidades hubo y seguir¨¢ habiendo en los pr¨®ximos meses de celebrar el trabajo de quienes marcaron la senda que condujo a este medio a tan elevado nivel de implantaci¨®n en la vida y en el coraz¨®n de los madrile?os.
Quienes hacemos radio y la vivimos desde dentro no podemos olvidar que la atenci¨®n, fidelidad y calor de los oyentes es lo que en realidad nos permite el privilegio de gozar de un oficio que la mayor¨ªa de nosotros no cambiar¨ªa por nada del mundo.
Ellos por tanto son acreedores del mayor de los homenajes, aunque resulta dif¨ªcil personalizarlo porque no existe ning¨²n representante de los oyentes, s¨®lo ciertas personas que tienen v¨ªnculos muy especiales con el medio.
Es entonces cuando me viene a la memoria el personaje de Santi. A Santi, en la radio de Gran V¨ªa, le conocemos todos. Sus 29 a?os no han terminado de encender en su cabeza las luces que corresponden a la fecha de nacimiento impresa en el carnet de identidad.
Este cr¨ªo grandote es el menor de ocho hermanos de una familia de inmigrantes extreme?os que se instal¨® en M¨®stoles en los a?os del desarrollo. Cuenta que le largaron del Colegio P¨²blico Andr¨¦s Torrej¨®n antes de cumplir los 16 a?os porque los estudios no le entraban y quiz¨¢ tambi¨¦n para evitar la adolescente crueldad de los compa?eros que se met¨ªan con ¨¦l. Con su padre no mantuvo nunca una relaci¨®n precisamente ejemplar, las chicas tampoco eran su fuerte y, de amigos, siempre anduvo algo escaso.
La gran amiga de Santi es la radio. A ella se enganch¨® ¨¢vido de comunicaci¨®n por los programas deportivos y poco a poco fue extendiendo su adicci¨®n a la pr¨¢ctica totalidad de los espacios radiof¨®nicos. La enciende por la ma?ana a primera hora y la apaga de madrugada antes de coger el sue?o. Con el auricular metido en la oreja camina por la calle y con ¨¦l sigue en la fruter¨ªa del mercado de M¨®stoles donde trabaja.
Su pasi¨®n por el medio lleg¨® a ser tan intensa que quiso traspasar el ¨¢mbito de las ondas hercianas. Santi va a la radio, se cuela en la Redacci¨®n para saludar a todos uno por uno y sobre todo nos llama, nos llama cada dos por tres para decirnos lo mucho que nos admira y lo que nos quiere.
Ni que decir tiene que no siempre resultan oportunas sus llamadas cuando el ritmo de trabajo es fren¨¦tico, pero la gente aguanta porque nadie quiere decepcionarle. Santi presume de tener amigos en la radio y algunos vecinos y conocidos le hac¨ªan burla por sus fantas¨ªas. Un d¨ªa, Paco Gonz¨¢lez, director del Carrusel Deportivo, y Carlos Bustillo, el coordinador del programa El larguero, decidieron presentarse de improviso en la fruter¨ªa donde trabaja. Hab¨ªa que ver el resplandor en la cara de Santi cuando aparecieron por all¨ª. No hay dinero que pague la satisfacci¨®n que le produjo pasearse por todos los puestos del mercado exhibiendo a sus amigos, estrellas de la radio. Puede que la naturaleza no haya sido generosa con Santi y puede tambi¨¦n que su desmesura en la veneraci¨®n sea un s¨ªntoma obvio de tal cicater¨ªa, pero no hace da?o a nadie. En cambio, a su forma, s¨ª consigue transmitirnos su cari?o y su ternura. Un afecto forjado en la necesidad perentoria de comunicaci¨®n que tantas veces le habr¨¢n negado.
Una de las primeras cosas que te ense?an cuando empiezas a trabajar en esta profesi¨®n es que todos son necesarios pero nadie imprescindible. Santi, en su desvar¨ªo, nos hace sentirnos imprescindibles. Lo somos al menos para ¨¦l, porque si un d¨ªa la radio enmudeciera perder¨ªa una de las pocas fuentes de felicidad en que la vida le ha consentido beber. Sabemos por experiencia que su caso no es el ¨²nico. S¨®lo por ellos ya merece la pena ponerse cada d¨ªa delante de un micr¨®fono. S¨®lo por ellos ya merece la pena que exista la radio.
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