LA CR?NICA El mundo de la lentejuela ISABEL OLESTI
El escaparate est¨¢ iluminado con luces de ne¨®n. Angelitos dorados revolotean entre marab¨²es rosas y un conjunto rojo de cors¨¦ y bragas terminado con flecos. M¨¢s abajo, los guantes largos de lam¨¦, los de espuma y los de raso comparten espacio con un surtido de tangas transparentes que llevan como guinda un plumero. Estamos en el n¨²mero 13 de la calle Nou de la Rambla. La tienda de Herminia parece el camerino de la primera vedette. Tres maniqu¨ªes lucen sendos vestidos a punto para salir a escena: el de piel de leopardo, el de lentejuelas blancas y el cl¨¢sico conjunto de sost¨¦n y bragas de pedrer¨ªa. Todos con sus correspondientes coronas, sus brazaletes, sus collares... Al lado, en un perchero, cuelga una extensa gama de cors¨¦s y marab¨²es. En el mostrador, protegido por el cristal, se ven las fotos firmadas por los artistas que frecuentan la casa: Sara Montiel, La Ma?a... Y m¨¢s fotos dedicadas de otros que alguna vez pasaron por all¨ª: Los Morancos, Lola Flores, Concha Piquer. Fuera, en la calle, hace un fr¨ªo que hiela, pero al poco rato de estar aqu¨ª uno empieza a sudar. La estufa va a toda marcha y da un poco de mareo, pero seguro que las chicas del probador lo agradecen. Una de ellas se ha quedado con un maillot de lentejuelas amarillo que lucir¨¢ en el pr¨®ximo carnaval de Sitges.Ahora Herminia atiende al se?or, que, tras las recomendaciones oportunas, se va con uno de los tangas del escaparate, el que luce un plumero rosa. Y es que, dif¨ªcilmente, por este precio no encontrar¨¢ nada tan seductor: por s¨®lo 500 pesetas puede tener la esperanza de una noche m¨¢s o menos loca.
Nos quedamos solos. Herminia cuenta c¨®mo su madre abri¨® el negocio hace ya 45 a?os. "En aquella ¨¦poca este barrio florec¨ªa en salas de revista y cabaret. Ahora, con el Arnau y El Molino cerrados, tenemos que buscar la clientela en otra parte: travestidos, clubes, el carnaval, alguna cosa de televisi¨®n...". El g¨¦nero es de fabricaci¨®n propia y est¨¢n especializados en corseter¨ªa de teatro. "Siempre adaptamos la ropa a la medida del cuerpo; naturalmente, con los travestidos hacemos lo mismo".
Mientras hablamos, aparece un muchacho interesado en los guantes del escaparate. Duda entre los de lam¨¦ y los de espuma, pero lo que le interesa es que no se escurran, como le pasa a menudo con los suyos. Se prueba los de espuma, que le llegan casi hasta el sobaco, y ve que se adaptan perfectamente y que no se caen. "Esto es lo que necesito".
Herminia no se queja de c¨®mo va el negocio, pero echa de menos los dorados a?os sesenta, cuando las tiendas como la suya no daban abasto. "Todo aquello ya se ha perdido, y el barrio no tiene nada que ver con lo que era antes".
Salgo a la calle y no puedo resistir el mirar de nuevo el escaparate. Al fin y al cabo, fue lo que m¨¢s tarde me inspir¨® para entrar y escribir esta cr¨®nica. Unos segundos m¨¢s tarde se detienen unas se?oras maduritas y comentan las maravillas expuestas. "Si alg¨²n d¨ªa a mi marido se le ocurriera regalarme una cosa as¨ª...", comenta una.
Las dejo tronch¨¢ndose de risa y contin¨²o mi camino hacia el Paralelo. Cuando paso por delante del Bagdad veo las fotograf¨ªas de las vedettes y me fijo en su indumentaria: lo m¨ªnimo para no tapar nada, pero realzar lo que se quiere. Y pienso en el ingenio que tiene que meter la se?ora Herminia para inventarse un conjunto que, con casi nada de ropa, hable por si solo.
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