Caminos para la izquierda
Las referencias a la crisis de la izquierda, en sus distintas variantes, se han convertido en un t¨®pico a lo largo de estas dos ¨²ltimas d¨¦cadas. En su influyente M¨¢s all¨¢ de la izquierda y de la derecha, el te¨®rico de la tercera v¨ªa Anthony Giddens pronuncia un aut¨¦ntico serm¨®n f¨²nebre ante el hundimiento del socialismo: "Acostumbrado por mucho tiempo a considerarse a s¨ª mismo la vanguardia, el socialismo se ha vuelto de repente arcaico, recluido en ese pasado al que despreciara. Se dijo que la idea de enterrar el socialismo era una fantas¨ªa de algunos pol¨ªticos conservadores. No obstante, tal vez la fantas¨ªa se ha hecho realidad". Y eso no concierne en apariencia s¨®lo al ya casi enterrado comunismo, sino tambi¨¦n a la socialdemocracia. En pocas d¨¦cadas, el paradigma del progreso que desde la Ilustraci¨®n sirviera de referente a las distintas variantes de pensamiento de la izquierda cae hecho pedazos en favor del relativismo que preside la posmodernidad. El t¨¦rmino "liberal", que acompa?¨® al avance de la raz¨®n contra las estructuras de dominaci¨®n del Antiguo R¨¦gimen, es literalmente monopolizado por quienes en nombre de un ut¨®pico libre juego de los intereses individuales seg¨²n la l¨®gica del mercado promueven el imperio sin fronteras de los grandes poderes econ¨®micos. En el marco de la globalizaci¨®n cabe aplicar el diagn¨®stico que Maurice Duverger hiciera en 1959 para la Francia reconquistada por De Gaulle: "La izquierda es aplastada, la derecha triunfa".Es, no obstante, demasiado pronto para redactar un epitafio definitivo sobre el destino de la izquierda. Ante todo, porque sigue vigente la paradoja que hace algunos a?os enunciara Pierre Vilar: la revoluci¨®n estaba en boca de todos a fines de los a?os sesenta, cuando el capitalismo dio pruebas de una m¨¢xima capacidad de integraci¨®n, y desaparece en cambio en el fin de siglo, cuando sus contradicciones y tendencias destructivas se manifiestan a nivel mundial, sin que desde su interior emerjan elementos susceptibles de contrarrestarlas. Esto quiere decir que si hay crisis en la izquierda, en el socialismo, ello se debe a las soluciones ensayadas y a la presi¨®n ejercida por la nueva econom¨ªa mundializada en las ¨²ltimas d¨¦cadas, no a que hayan desaparecido los problemas que les hicieron surgir. Todo lo contrario. En este fin de siglo no es ya que el desarrollo desigual impida la incorporaci¨®n de los pa¨ªses del Tercer Mundo a niveles de vida humanos, sino que la tendencia es a un empeoramiento progresivo en continentes enteros. El crecimiento capitalista se ha revelado capaz de ser autosostenido en lo que concierne a las estructuras financieras y monetarias, pero no en la utilizaci¨®n de los recursos. As¨ª, la ecolog¨ªa debe constituir una precondici¨®n para la supervivencia de una humanidad sometida a un ritmo de crecimiento demogr¨¢fico autodestructor. La desigualdad es un problema m¨¢s grave que nunca, pues no concierne ya a la divisoria explotadores-explotados en el interior de una sociedad, sino a la que separa a los que trabajan de los relegados al margen y, sobre todo, a nivel mundial, a la hegemon¨ªa de las grandes potencias en torno a los Estados Unidos sobre un resto de pa¨ªses condenados en buena medida a la miseria. Y en un mundo sometido consecuentemente a fuertes movimientos migratorios hacia los pa¨ªses ricos resurgen el racismo y la propensi¨®n al fascismo. De paso, fen¨®menos como los fundamentalismos condenan a m¨¢s de la mitad de la humanidad a una subordinaci¨®n irreversible. La mujer se ha emancipado en las sociedades opulentas, pero se hunde en Afganist¨¢n y en buena parte del mundo isl¨¢mico. Las torturas y las violaciones de los derechos humanos, cuando no los genocidios, se han difundido y tecnificado, sin que la ense?anza de la Segunda Guerra Mundial y las declaraciones de buenos prop¨®sitos desde la ONU impidan que se reproduzcan en Bosnia, en Timor o en Chechenia. Al llegar el 2000, nadie con buen juicio abrigar¨ªa las esperanzas del futuro radiante para la humanidad con que muchos recibieron el sigloXX.
El conformismo es, pues, sencillamente inmoral. Ya que no el progreso, mantiene plena vigencia la lealtad al imperativo que cobrara forma en el Siglo de las Luces, de emplear la raz¨®n permanentemente, sin que su sue?o facilite el dominio de los monstruos, por un mundo cada vez m¨¢s justo e igualitario, en suma, m¨¢s humano. La lucha contra las tendencias que intentan ocultar el lado negro de la realidad, en beneficio de los intereses dominantes, sigue siendo el punto capital del pensamiento de la izquierda, socialista si queremos llamarlo as¨ª. No hay raz¨®n para proclamar la caducidad de la distinci¨®n entre izquierda y derecha, salvo si las cosas le van a uno muy bien, por supuesto. Pero entonces nos encontrar¨ªamos en el marco de lo que Marx design¨® acertadamente como ideolog¨ªa de las clases dominantes. La diferencia con las izquerdas que nos precedieron consiste en que el margen de maniobra es mucho m¨¢s estrecho: no cabe so?ar con una quiebra total de las relaciones econ¨®micas vigentes, ni alterar en sentido populista la distribuci¨®n de la renta sin atender a los equilibrios del sistema. Lo cual, por supuesto, no implica renunciar a invertir las corrientes que hoy llevan al incremento, muchas veces apoyado en el fraude, de la desigualdad en nuestras sociedades.
Otra exigencia es la de limpiar los establos de Aug¨ªas propios. Sorprendentemente, la previsible continuidad de los problemas econ¨®micos e internacionales en los pa¨ªses capitalistas tras la ca¨ªda del muro ha servido de ant¨ªdoto contra la necesaria convulsi¨®n que en principio hab¨ªa de experimentar el pensamiento de la izquierda al conocer de forma precisa y documentada el alcance de la irracionalidad y la represi¨®n que caracterizaron en toda su existencia hist¨®rica al comunismo sovi¨¦tico. El libro negro del comunismo, que tan de cerca le pone en brutalidad del fascismo, hubiera debido ser escrito y le¨ªdo por aquellos que quer¨ªan conservar el sentido de la izquierda, sin incurrir de nuevo en ingenuidades c¨®mplices. Ni Lenin, ni Stalin, ni Fidel Castro, menos a¨²n Mao, tienen nada que ver con la emancipaci¨®n de la humanidad, aun cuando ¨¦se fuera tal vez el prop¨®sito del primero y del tercero. Sin una cr¨ªtica a fondo de la experiencia comunista, habr¨¢ razones sobradas para desconfiar de una izquierda que bajo las bellas promesas esconde el espectro del totalitarismo.
Otro tanto sucede con las utop¨ªas, y, mal que le pese a su propagandista entre nosotros, la del subcomandante Marcos es la ¨²ltima de la serie, y el montaje neozapatista de escarabajos sabios, ind¨ªgenas reducidos a s¨ªmbolos y la conversi¨®n de un movimiento en "puente" que aparenta renunciar a la consecuci¨®n del poder (entre otras co-Pasa a la p¨¢gina siguiente
Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.Antonio Elorza es catedr¨¢tico de Pensamiento Pol¨ªtico de la Universidad Complutense de Madrid.
Caminos para la izquierda
Viene de la p¨¢gina anterior sas porque el "foco" guevarista de 1994 hubiera sido derrotado militarmente) no es otra cosa que una nueva utop¨ªa guerrillerista, s¨®lo que embutida en un ropaje de posmodernidad: es "el internet como lugar de utop¨ªa y de rebeli¨®n", seg¨²n la f¨®rmula del simpatizante Fernando Matamoros. Pero reconocer la explotaci¨®n del campesinado ind¨ªgena es una cosa, y otra suscribir sin m¨¢s una l¨®gica de inversi¨®n que en cuanto a resultados los tiene tan ilustres como el Sendero Luminoso o los jemeres rojos de Pol Pot. Conviene trazar bien aqu¨ª el parteaguas, como dicen los mexicanos, de cara al izquierdismo reaccionario, legitimado sin m¨¢s por su enfrentamiento al Pensamiento ?nico, que tan f¨¢cil y tan est¨¦ril vida puede tener apoy¨¢ndose en las bolsas de malestar de los pa¨ªses europeos.
Utop¨ªas, no, pero s¨ª ideas ut¨®picas, que desde la cr¨ªtica del presente trascienden una realidad que se aspira a cambiar. Tal vez ser¨ªa ¨¦sa hoy una de las funciones principales a desempe?ar por el intelectual o el militante de la izquierda, al margen de los partidos pol¨ªticos existentes si no hay otro remedio, integr¨¢ndose en ellos si asumir ese riesgo va a servir de algo -como puede servir actualmente en Francia, no s¨®lo en el partido de Jospin, sino tambi¨¦n en el PCF de Hue-; sin renegar de Marx o de Gramsci como referentes te¨®ricos de la cr¨ªtica, ni de la modernizaci¨®n provocadora que puede encerrar sectorialmente el planteamiento "radical" de Giddens. Pero siempre teniendo en cuenta que tras una experiencia penosa, la izquierda ha de olvidar la imposici¨®n de dogmas, manteniendo la exigencia del cambio, pero creando al mismo tiempo un espacio abierto para el an¨¢lisis y el debate de las grandes cuestiones que se plantean tanto a la evoluci¨®n de la humanidad como en cada uno de nuestros pa¨ªses.
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