Catedrales del consumo JOSEP MARIA MONTANER
Lo que est¨¢ coronando las ciudades contempor¨¢neas no son los grandes edificios comunitarios, tal como propon¨ªa en 1919 la utop¨ªa de Bruno Taut, sino las catedrales del consumo: los centros de ocio y entretenimiento y los estadios. Ya lo hab¨ªa escrito Guy Debord con tanta clarividencia en 1967: "El espect¨¢culo es el momento en que la mercanc¨ªa ha logrado la colonizaci¨®n total de la vida social". Y estamos totalmente sumergidos en la sociedad del espect¨¢culo y del simulacro.Es por esta raz¨®n que han aparecido en Barcelona proyectos como el Bar?a 2000, que aunque parezca muy local responde a la norteamericanizaci¨®n a la que est¨¢n sometidos la mayor¨ªa de pa¨ªses: que todo pase por el dominio que el empresariado norteamericano tiene del conductismo aplicado a los h¨¢bitos de consumo y que unos pocos decidan qu¨¦, cu¨¢nto y c¨®mo consumimos. Felizmente aparcado, el Bar?a 2000 no estaba tan lejos en sus planteamientos del proyecto yanqui para Diagonal Mar.
En este caso, el espect¨¢culo de masas m¨¢ximo de la ciudad, el Bar?a, ha pretendido erigir su propia catedral del consumo aprovechando el tir¨®n de los miles de aficionados: ofrecer todo lo que se quiera consumir mientras se sigue el recorrido tem¨¢tico que, bajo un simulacro de gigantesco techo verde, conduce al campo de f¨²tbol. Fusionar el comercio con el deporte es el mecanismo para retroalimentar el reencantamiento que continuamente necesitan tanto el f¨²tbol como el consumo. No en vano el mundo del deporte es el m¨¢s importante creador de medios y significados de consumo, ya que genera insistentemente modelos y noticias.
Hemos pasado de la sociedad productiva a la sociedad consumista. El sujeto ha pasado de trabajador a consumidor. La teorizaci¨®n neomarxista de George Ritzer en 1999 es clave para interpretar este fen¨®meno: el dominio y la explotaci¨®n se centran ahora en la presi¨®n y el control del consumidor. Y Barcelona no es una excepci¨®n: la sociabilidad se va reduciendo a la celebraci¨®n del consumo, ir de compras se va convirtiendo en la predominante forma de entretenimiento y cada vez quedan menos alternativas de ocio que no consistan en gastar.
Sin embargo, a¨²n hay resquicios y alternativas. Tras unos a?os de funcionamiento, una operaci¨®n como la del Marem¨¢gnum se puede interpretar ahora de una manera diferente a como se critic¨® en el momento del proyecto. Hab¨ªa el peligro de que el complejo l¨²dico y comercial se convirtiera en un lugar exclusivamente de consumo y en un espacio p¨²blico privatizado, pero gracias a su localizaci¨®n y a su forma se ha transformado en un polo de atracci¨®n, un espacio urbano que enriquece la ciudad. El Marem¨¢gnum -junto al Acuario pero tambi¨¦n junto a unos cines y un Imax de ubicaci¨®n muy discutible- se ha constituido en un nuevo nudo de centralidad que aprovecha el lugar privilegiado al final de la Rambla. Otorga sentido al ¨²ltimo tramo para que el itinerario a rebosar de gente encuentre ahora la prolongaci¨®n que le permite gozar del mar y, si se quiere, redondear el recorrido yendo hacia el final de Via Laietana, la Barceloneta o el Moll de la Fusta. La existencia de la pasarela de la Rambla del Mar -que podr¨ªa haber tenido otra forma, sin la complicaci¨®n del puente giratorio- es imprescindible para completar el itinerario urbano y acceder directamente al Marem¨¢gnum. Por su forma dispersaorganizada en torno a espacios abiertos, el conjunto rechaza la morfolog¨ªa t¨ªpica de ratonera de los centros comerciales y se convierte en un gran p¨®rtico que es posible atravesar f¨¢cilmente, comport¨¢ndose como las decimon¨®nicas galer¨ªas comerciales. Y lo que se ofrece es real: el muelle, las vistas hacia la ciudad y un poco de mar.
Obras como ¨¦sta, o como la Illa Diagonal, nos demuestran que la l¨®gica del mercado no es un¨ªvoca, sino que hay muchas posibilidades y matices. Con un cuidado planeamiento urbano y con una arquitectura de calidad, sensible al lugar, es posible integrar los centros l¨²dicos y comerciales a la ciudad, aportando nuevos espacios urbanos. Pero si en estas partidas parece que la ciudad ha salido ganando, el pol¨¦mico proyecto Bar?a 2000 hac¨ªa dudar del acierto de la Administraci¨®n si lo aprobaba y de que realmente aportase alguna mejora al barrio y a la ciudad.
Y es que los movimientos vecinales, el medio t¨¦cnico ilustrado y el Ayuntamiento progresista juegan continuamente la partida con operadores que argumentan el inalterable orden de las cosas y que pretenden pagar el menor peaje posible en cada ciudad donde invierten, despreciando las consecuencias que ocasionen en el entorno. Barcelona no se puede cerrar a nuevas intervenciones, pero al mismo tiempo ha de demostrar su masa cr¨ªtica y sus exigencias. Siempre que la ciudad sepa negociar a su favor y sepa contrarrestarlo, la aceptaci¨®n de nuevas maneras de consumo puede no comportar consecuencias perjudiciales para el esfera p¨²blica.
Es posible sumar sinergias: que la ciudad gane espacios urbanos y que las inversiones econ¨®micas sean rentables. Pero en la resoluci¨®n adecuada de cada operaci¨®n la ciudad se est¨¢ jugando su futuro y su car¨¢cter colectivo.
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