Memorias urbanas MANUEL DELGADO
Dos exposiciones en y sobre Barcelona han venido a coincidir en el tiempo. Una, Passi¨® per la ciutat, en el Palau de la Virreina, es una exaltaci¨®n de la figura de Oriol Bohigas. La otra, Hist¨°ries de gent, en el centro c¨ªvico Via Fav¨¨ncia, de Nou Barris, hace hablar a la gente mayor del barrio de Roquetes a trav¨¦s de im¨¢genes, objetos y palabras. La primera es una apolog¨ªa del urbanismo; la segunda -mucho m¨¢s humilde, mucho m¨¢s emocionante- lo es de su peor enemigo, aquello que todo urbanista quisiera ver sometido o desactivado: lo urbano.La comparaci¨®n entre ambas exposiciones lo es entre dos conceptos bien distintos de la relaci¨®n entre memoria y ciudad. Por un lado, la memoria oficial, la de las monumentalizaciones que deber¨ªan servir para lo que el propio Bohigas llamaba, en Reconstrucci¨® de Barcelona, "la homogeneidad cuantitativa y cualitativa de la ciudad..., lo que subraya la representaci¨®n unitaria de la ciudad". Es decir, la ciudad desconflictivizada y unificada, a la medida de un poder pol¨ªtico que ans¨ªa hacerse con el control de un panorama social cr¨®nicamente confuso. Esa ciudad que a Bohigas le apasiona -y a las autoridades tambi¨¦n- es una ciudad transl¨²cida, d¨®cil, cuyos habitantes se prestan sumisos y entusiastas a hacer de figurantes en una especie de superproducci¨®n hollywoodiense. La Barcelona est¨¦tica, la Barcelona guay de los t¨¦cnicos de imagen, la Barcelona que se subasta a las inmobiliarias, la Barcelona disciplinada que se ci?e a las consignas de sus administradores.
Lejos del Palau de la Virreina, en Roquetes, pero tambi¨¦n all¨ª mismo, a sus puertas, en las mismas Ramblas, est¨¢ otra ciudad: la de los viandantes y los moradores, la de las experiencias reales de gente real, una ciudad hecha de rastros y de restos, de lo hecho, imaginado o deseado por una multitud multiforme, de aspecto ca¨®tico y racionalidad oculta. Una espesa niebla a ras de suelo. Ciudad secreta, interminada e interminable, puesto que no es sino el trabajo que sin cesar la hace y la deshace. Ciudad opaca que los jerarcas y sus arquitectos no ven, no pueden ver..., y que tampoco les mira.
Buscando suplir por la v¨ªa ornamental y conmemorativa sus carencias en materia de legitimidad, los planificadores han saturado Barcelona de signos que les procuran la ilusi¨®n de que la ciudad se les parece. Levantan para ello monumentos que enaltecen los mitos sagrados de la fundaci¨®n, del hito hist¨®rico, del h¨¦roe cultural, de un pasado que no es pasado de nadie, ni siquiera de ellos. A la sombra de esos puntos de luz pol¨ªtica en el embrollo urbano, indiferentes a un alto significado que no les concierne, unos amantes se besan, discurren los peatones, los j¨®venes pactan citas, posan los turistas, los abuelos toman el sol, juegan ni?os. Usos prosaicos que desacatan el objetivo ¨²ltimo de todo monumento, que es constituirse en polo de verdad pol¨ªtica en un espacio p¨²blico que se nutre de lo que lo altera. Se nos recuerda as¨ª que la politeia o administraci¨®n de la civitas naci¨® de la necesidad de las castas econ¨®micas, sociales y pol¨ªticas de apaciguar la vida urbana, de hacer de ella lo que no es ni ser¨¢ nunca: un organismo congruente, un paisaje programado, sin sobresaltos, sin efervescencias espont¨¢neas, por donde s¨®lo transcurren las identidades que previamente se han puesto en circulaci¨®n y s¨®lo sucede lo previsto.
El control sobre lo urbano -la urbs- es aquello a lo que todo orden institucional -la polis- aspira. En el plano simb¨®lico se conf¨ªa esa tarea a los planificadores de ciudad. Creen ¨¦stos que trabajan la forma urbana y no se dan cuenta de que lo urbano no tiene forma. Es un universo polim¨®rfico e innumerable, desbarajuste autoorganizado, suma m¨®vil de expresividades no pocas veces espasm¨®dicas. Cohesionado, pero incoherente. Dicen que la ciudad es un texto que se puede leer. Es posible. Lo urbano, en cambio, no. Lo urbano es ilegible, puesto que es el resultado de c¨®digos que se adaptan sobre la marcha a incontables mensajes cruzados. De espaldas a la inexistente comunidad pol¨ªtica, la colectividad urbana, masas y seres que, ajenos a lo concebido, se entregan sin sue?o a lo practicado.
En la exposici¨®n de Roquetes, una barriada obrera levantada a mano por los inmigrantes, las im¨¢genes, las cosas y las voces concretas de seres humanos concretos nos advierten de lo que ocurre a los pies de Bohigas, en esa imagen que recibe al visitante de la muestra en su honor y que presenta al arquitecto-demiurgo erguido como un gigante sobre un plano de Barcelona. Abajo, fuera de su mirada, una inteligencia molecular hace rebosar la ciudad de otros monumentos, cada uno de ellos relativo a un momento hist¨®rico, a un encuentro al m¨¢s alto nivel, a un combante incruento o terrible, a una derrota, a un levantamiento, a una cat¨¢strofe, a un milagro o una gesta, a una defensa heroica o a un adi¨®s para siempre. Pero esos monumentos son impl¨ªcitos, no aparecen en las gu¨ªas ni en los planos municipales, son invisibles para quienes no los erigieron un d¨ªa. Registros escriturales polivalentes, inscripciones hechas con una caligraf¨ªa delicada pero incomprensible. Infinita superficie en que cada cual reconoce huellas propias y de otros. L¨®gica delirante y sabia que suma y remueve esa inmensa red que forma lo inolvidable de los vivos, lo inolvidable de todos los muertos.
Urbanistas y gestores no saben nada de toda esa humanidad al pie de la letra. Para ellos s¨®lo cuentan sus tumbas vac¨ªas en medio de las plazas, sus estetizadas chimeneas, sus obeliscos, sus monolitos, sus grandilocuentes decorados verticales. Lo f¨¢lico de la ciudad. En cambio, cada una de esas reminiscencias m¨ªnimas que hallamos en Hist¨°ries de gent es un centro que, a su vez, define espacios y fronteras m¨¢s all¨¢ de los cuales otros seres humanos se definen como otros con relaci¨®n a otros centros y a otros espacios. Lo uterino de la ciudad.
La ciudad: unos creen que la dominan desde arriba; los otros, sencillamente, desde abajo, se apropian de ella. Por un lado, el despotismo del proyecto y del plan. Por otro, lo m¨²ltiple, lo diseminado, lo que no se puede proyectar ni planificar. Contra un oc¨¦ano inconstante, contra los emplazamientos ef¨ªmeros y las trayectorias en filigrana, contra los cuerpos a secas, contra ese ininteligible embrollo que se despliega ante sus ojos, las instituciones pol¨ªticas ocupan los espacios urbanos e intentan sobreponerles sus nudos de sentido, los efectos ¨®pticos que les devuelven una y otra vez su propia imagen, las coartadas que los justifican. El dise?ador de ciudad est¨¢ ah¨ª para eso, para constituir las bases escenogr¨¢ficas, cognitivas y emocionales de una identidad pol¨ªtica que se imponga por fin a una pluralidad inacabable de acontecimientos, ramificaciones, l¨ªneas, accidentes, bifurcaciones. Movimiento perpetuo, ballet de figuras imprevisibles, azar, rumores, interferencias..., Barcelona, el murmullo de la sociedad.
Manuel Delgado es profesor de Antropolog¨ªa en la UB.
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