EN DEFENSA DE UN DESARROLLO ECON?MICO PARA TODOS
El autor sostiene que el libre comercio y la integraci¨®n son beneficiosos para los pa¨ªses en desarrollo y arremete contra los que se oponen a la globalizaci¨®n
(*) Recientemente ha surgido una alianza peculiar. Fuerzas de la extrema izquierda, de la extrema derecha, grupos ecologistas, sindicatos de pa¨ªses desarrollados y algunos de quienes de autoproclaman representantes de la sociedad civil se est¨¢n uniendo en torno a un prop¨®sito com¨²n: salvar a la gente de los pa¨ªses en desarrollo... ?del desarrollo!Desde luego, ning¨²n miembro de esta alianza admitir¨ªa que se pretende causar un da?o intencional a nadie, y menos a¨²n a quienes viven en condiciones de pobreza en los pa¨ªses menos avanzados.
De hecho, los miembros de esta alianza sostendr¨ªan -unos ingenuamente, otros con cinismo- que lo que buscan es exactamente lo contrario y que, por ello, se oponen a una mayor liberalizaci¨®n del comercio y la inversi¨®n y, en general -inclusive a veces de manera radical-, a lo que hoy se conoce como globalizaci¨®n.
Pese a sus divergencias en otros aspectos, los participantes de esta peculiar alianza est¨¢n estrechamente unidos por su globalifobia. Cada uno suele exponer fervorosamente y en ocasiones con un cierto tono altruista, su propio motivo para ser globalif¨®bico.
Estos supuestos motivos son muy diversos, pero se manifiestan utilizando un com¨²n denominador muy revelador: la palabra protecci¨®n.
Los aliados de la globalifobia hablan, entre otras cosas, de la protecci¨®n de los derechos de los trabajadores en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo; de la protecci¨®n del medio ambiente; de la protecci¨®n de la soberan¨ªa y la identidad de las naciones; de la protecci¨®n de los pa¨ªses pobres (y ricos) de las multinacionales; de la protecci¨®n de los pa¨ªses pobres de la econom¨ªa de mercado, e incluso, de la protecci¨®n de los pa¨ªses desarrollados de las drogas.
Cada grupo en esta alianza cree que su inter¨¦s particular -ya sea econ¨®mico, pol¨ªtico, social o de otra ¨ªndole- ser¨¢ favorecido si el comercio y la inversi¨®n entre las naciones dejan de liberalizarse y, preferentemente, si se revierte dicha liberalizaci¨®n.
Aunque a los grupos globalif¨®bicos indudablemente les desagrada la integraci¨®n econ¨®mica entre los pa¨ªses desarrollados, tal parece que su verdadero e inamovible objetivo es evitar el comercio y la inversi¨®n con los pa¨ªses en desarrollo.
Por supuesto, todos somos libres de luchar por una idea o un inter¨¦s, siempre y cuando lo hagamos con apego a la ley. Pero resulta igualmente leg¨ªtimo indagar cu¨¢les ser¨ªan los efectos de estos prop¨®sitos proteccionistas en las oportunidades de superaci¨®n de los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo y, se?aladamente, en los sectores m¨¢s pobres de su poblaci¨®n.
Sobra decir que ni yo ni nadie podr¨ªa afirmar que el solo acceso al libre comercio y la inversi¨®n basta para alcanzar un desarrollo sostenido y superar la pobreza. Es obvio que se necesita mucho m¨¢s en t¨¦rminos de pol¨ªticas macroecon¨®micas sanas, desregulaci¨®n interna, una inversi¨®n continuamente creciente en educaci¨®n, salud y capital humano en general -en especial para los m¨¢s pobres- as¨ª como el fortalecimiento de las instituciones democr¨¢ticas, incluyendo aquellas que garantizan el Estado de derecho.
Sin embargo, la evidencia hist¨®rica del siglo pasado muestra claramente que en todos los casos en que una naci¨®n pobre ha superado significativamente la pobreza, lo ha logrado incursionando en la producci¨®n para los mercados de exportaci¨®n y abri¨¦ndose al flujo de bienes, inversi¨®n y tecnolog¨ªa del extranjero. Es decir, lo ha hecho participando en la globalizaci¨®n.
Hoy est¨¢ ampliamente documentada la fuerte correlaci¨®n y causalidad entre la apertura y el crecimiento econ¨®mico. Tal vez por esta raz¨®n algunos grupos ya no se oponen al libre comercio utilizando burdas ideas proteccionistas que ya han quedado desacreditadas, sino que lo hacen recurriendo a pretextos aparentemente m¨¢s sutiles para abogar por el proteccionismo. Estos pretextos en realidad son igualmente falaces y contrarios al inter¨¦s de la gente m¨¢s pobre de los pa¨ªses en desarrollo.
Tenemos, por ejemplo, el pretexto de los derechos de los trabajadores de los pa¨ªses en desarrollo. Quienes se oponen al libre comercio -hoy convertidos en fervientes defensores de la clase trabajadora de los pa¨ªses en desarrollo-, se valen del hecho de que los salarios, las prestaciones sociales y los niveles de vida de los trabajadores de esos pa¨ªses son inferiores a los que se observan en los pa¨ªses desarrollados para insistir en la adopci¨®n global de un conjunto homog¨¦neo de normas laborales b¨¢sicas. Incluso desean que sea la Organizaci¨®n Mundial del Comercio la que imponga esas normas a trav¨¦s de restricciones comerciales.
Por supuesto que una aspiraci¨®n leg¨ªtima y factible es que, lo antes posible, los salarios y las condiciones de trabajo entre las naciones tiendan a equipararse. Pero debe reconocerse que esta meta no puede ser alcanzada en el corto plazo y, obviamente, no podr¨¢ obtenerse con meros buenos deseos o por virtud de un decreto, y mucho menos obstruyendo la libertad de comercio e inversi¨®n.
Tanto la teor¨ªa como la pr¨¢ctica demuestran que las econom¨ªas abiertas tienden a converger, mientras que las econom¨ªas cerradas no. Ante la falta de una movilidad libre y absoluta de la mano de obra, el comercio resulta, de hecho, el instrumento m¨¢s poderoso para lograr que las condiciones laborales entre las naciones, a la larga, sean convergentes.
El comercio se da precisamente porque los pa¨ªses tienen condiciones diferentes, incluyendo las laborales. Hoy, y en el futuro cercano, prohibir el comercio internacional equivale a prohibir las diferencias entre los pa¨ªses y es -y ser¨¢- igualmente absurdo.
Por lo tanto, debemos sentir una gran desconfianza hacia el supuesto altruismo de quienes desean que se impongan normas laborales b¨¢sicas homog¨¦neas a trav¨¦s de medidas burocr¨¢ticas como condici¨®n previa para una mayor liberalizaci¨®n comercial. Acaso no est¨¦n tan preocupados por las condiciones de vida de los trabajadores de los pa¨ªses en desarrollo como de la competencia que indiscutiblemente desencadena el libre comercio.
Para tratar de dar mayor peso a sus argumentos, quienes proponen normas laborales b¨¢sicas homog¨¦neas suelen se?alar los bajos salarios y ciertas condiciones laborales de los trabajadores de las ramas orientadas al comercio en los pa¨ªses en desarrollo. Pareciera que no les importa soslayar el hecho de que, con frecuenc¨ªa, la ¨²nica alternativa para esos trabajadores es la pobreza rural extrema o una ocupaci¨®n marginal en el sector informal de la econom¨ªa, donde, por cierto, dif¨ªcilmente puede hacerse efectivo cualquier derecho laboral.
Tambi¨¦n parecen empe?ados en pasar por alto el hecho de que para la mayor¨ªa de la gente de los pa¨ªses en desarrollo que trabaja en actividades vinculadas al comercio de exportaci¨®n, sus empleos representan una mejor¨ªa significativa con respecto a sus ocupaciones previas. M¨¢s a¨²n, muy a menudo estos empleos son s¨®lo un paso hacia mejores oportunidades.
Esto lo he constatado a lo largo y ancho de M¨¦xico. Lugare?os de los viejos poblados mayas de Yucat¨¢n empleados en las nuevas f¨¢bricas de ropa que all¨ª se han establecido; migrantes rurales del sur de M¨¦xico que han encontrado trabajo en las enormes plantas maquiladoras de las ciudades norte?as de Tijuana y Ju¨¢rez; j¨®venes ingenieros con buenos empleos en las f¨¢bricas de alta tecnolog¨ªa de Monterrey y Guadalajara, y muchos otros que me han asegurado que sus nuevos empleos -impensables en una econom¨ªa cerrada- son mucho mejores que su ocupaci¨®n anterior -si acaso la ten¨ªan-. Desde luego, todos ellos quieren y merecen algo mejor. Estoy convencido de que lo obtendr¨¢n si perseveramos en la liberalizaci¨®n de nuestra econom¨ªa.
Sin duda, los gobiemos nacionales y las instituciones multilaterales, como la OIT, deben velar por los derechos de los trabajadores con una legislaci¨®n justa y moderna, con buenos acuerdos y una mejor aplicaci¨®n de las normas. En lo personal mantengo un firme comprorniso con esa tarea. Pero me opongo rotundamente a que esos derechos sean invocados para destruir las oportunidades de comercio y, con ello, las oportunidades de mejores empleos para los trabajadores pobres de los pa¨ªses en desarrollo.
Tomemos ahora el ejemplo de los pretextos ambientales contra el libre comercio, por los que tambi¨¦n siento un gran escepticismo. Siempre he sido un firme defensor del medio ambiente. Pero con igual firmeza he sostenido que, en general, la integraci¨®n econ¨®mica tiende a mejorar el medio ambiente, no a empeorarlo.
En efecto, en virtud de que el libre comercio promueve el crecimiento econ¨®mico, genera al menos una parte de los recursos necesarios para preservar y restaurar el medio ambiente.
Los ingresos crecientes que se derivan de su crecimiento econ¨®mico, estimulado por el libre comercio, contribuyen tambi¨¦n a que la gente exija un mejor medio ambiente. M¨¢s todav¨ªa, no es raro que las oportunidades de empleo en actividades exportadoras animen a la gente a abandonar ocupaciones marginales que suelen ser muy contaminantes.
De nuevo, la experiencia mexicana es un buen ejemplo. A medida que nuestra econom¨ªa se ha abierto, jam¨¢s hemos relajado las normas ambientales a fin de atraer nuevas industrias. De hecho, esas normas y su aplicaci¨®n son ahora considerablemente m¨¢s estrictas. La industria en M¨¦xico, bien sea nacional o extranjera, es mucho m¨¢s limpia hoy que cuando nuestra econom¨ªa estaba muy cerrada.
En la era del Tratado de Libre Comercio de Am¨¦rica del Norte no se ha reportado ning¨²n caso de una planta que se haya trasladado a M¨¦xico para huir de normas ambientales m¨¢s estrictas. Antes al contrario, se pueden encontrar muchos ejemplos de gente que, gracias a las nuevas oportunidades de empleo que ofrece el comercio intemacional, abandona actividades muy contaminantes para dedicarse a otras que no da?an el medio ambiente. Pensemos en el caso -de escala todav¨ªa modesta, pero muy alentadora- de los campesinos que han sustituido la agricultura de roza, tumba y quema, que es una pr¨¢ctica muy contaminante, por el cultivo de productos org¨¢nicos destinados a la exportaci¨®n.
Quienes se oponen a la liberalizaci¨®n del comercio utilizando el pretexto del medio ambiente debieran reconocer que la respuesta correcta a las actividades econ¨®micas que provocan contaminaci¨®n no est¨¢ en prohibir el comercio, sino en promover y aplicar leyes ambientales m¨¢s estrictas y en obligar a que quien m¨¢s contamina pague m¨¢s.
Debieran reconocer, asimismo, que problemas como el calentamiento global, la destrucci¨®n de la capa de ozono, la contaminaci¨®n de los oc¨¦anos o el agotamiento de los recursos pesqueros requieren soluciones globales basadas en acuerdos multilaterales que provean un conjunto apropiado de reglas, incentivos y sanciones. Pero, en cualquier caso, ¨¦stos no son temas que deba abordar la OMC. Se requiere de otro organismo adecuado, con capacidad normativa y para la soluci¨®n de las controversias.
El tiempo me impide examinar con detalle algunos otros motivos que recientemente han sido erigidos para oponerse al libre comercio. Simplemente mencionar¨¦ que algunos de esos motivos s¨ª aluden a una causa o preocupaci¨®n leg¨ªtima, pero, a mi juicio, est¨¢n siendo err¨®neamente planteados al situarlos en el debate sobre la liberalizaci¨®n del comercio. Se trata de preocupaciones que aluden a problemas de la vida real, que son muy complejos y que no pueden resolverse obstruyendo el comercio. Estos problemas demandan soluciones que verdaderamente ataquen la ra¨ªz de sus causas.
Otros motivos esgrimidos por algunos globalif¨®bicos no son sino subterfugios ret¨®ricos para ocultar un mero proteccionismo que est¨¢ dirigido sobre todo en contra de los pa¨ªses en desarrollo.
Estoy enteramente convencido de que, a pesar de lo sucedido en Seattle -tanto dentro como fuera de la sala de sesiones-, de ning¨²n modo debemos menguar nuestros esfuerzos m¨¢s serios por seguir liberalizando el comercio y la inversi¨®n. Las mentes que en verdad sean progresistas y est¨¦n sinceramente comprometidas con la superaci¨®n de quienes padecen pobreza en los pa¨ªses en desarrollo, deben ser convertidas, mediante la persuasi¨®n, en firmes aliados de esta tarea.
Quiero asegurar a todos ustedes que M¨¦xico continuar¨¢ trabajando con ah¨ªnco por un orden internacional con oportunidades verdaderarnente efectivas de libre comercio para todos.
Consecuentemente, mantendremos nuestro m¨¢s entusiasta apoyo a la realizaci¨®n de una nueva ronda de negociaciones comerciales de naturaleza integral, sin exclusi¨®n de ning¨²n sector, dirigida a reducir progresivamente las barreras arancelarias y no arancelarias al comercio de bienes y servicios, tal y como se acord¨® en la Cumbre entre la Uni¨®n Europea, Am¨¦rica Latina y el Caribe, celebrada el a?o pasado en R¨ªo de Janeiro.
Mientras tanto, M¨¦xico seguir¨¢ trabajando activamenite para lograr acuerdos de libre comercio con otros pa¨ªses o regiones. Lo haremos, como hasta ahora, con pleno apego a las normas de la OMC y con base en un enfoque de regionalistno abierto y expansi¨®n del comercio, nunca reducci¨®n del comercio.
?ste es el esp¨ªritu con el que acabamos de concluir las negociaciones para un acuerdo de libre comercio con la Uni¨®n Europea, que debe entrar en vigor este mismo a?o.
Con ello, M¨¦xico ser¨¢ el ¨²nico pa¨ªs en tener acuerdos de libre comercio con los dos mercados m¨¢s grandes del mundo, Europa y Am¨¦rica del Norte, as¨ª como con seis pa¨ªses latinoamericanos.
Estoy convencido de que esto ser¨¢ bueno para nuestros socios comerciales y, sin duda, traer¨¢ grandes beneficios a nuestra gente, a nuestro medio ambiente y al orgullo de los mexicanos.
* Palabras pronunciadas en la sesi¨®n plenaria de la reuni¨®n anual, 2000, del Foro Econ¨®mico Mundial, en el Centro de Congresos de Davos, Suiza. Ernesto Zedillo es presidente de M¨¦xico.
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