La paz como medio
La paz no es un destino, sino el modo en como hacemos, todos los d¨ªas, nuestro viaje vital junto a otros seres humanos. La paz no est¨¢ en ninguna de nuestras metas, sino en la manera de perseguirlas. La paz no es un fin, sino el medio en el que la convivencia alcanza su m¨¢s elevada dignidad. Adem¨¢s, cuando se consigue, la paz se convierte en una de las creaciones humanas de m¨¢s alta cualificaci¨®n, porque, a diferencia de la violencia, para la que una persona basta, la paz necesita la participaci¨®n constante de todas para ser posible. En este sentido, asumir como propia la idea de Gandhi de que "no hay caminos para la paz, la paz es el camino" nos obliga a hacer un esfuerzo permanente por distinguir entre el ¨¢mbito de los medios que se utilizan y el de los fines que se persiguen. Desde este punto de vista, podr¨ªamos asegurar que, en nuestro entorno, la paz reside, exclusivamente, en la esfera de los medios, aunque, por desgracia, tambi¨¦n es cierto que el ejercicio de la violencia conduce a la confusi¨®n entre ambos campos, medios y fines, y arrastra a los agentes pol¨ªticos y sociales a posicionamientos tautol¨®gicos irreconciliables: unos justifican la violencia por la legitimidad de sus fines y otros deslegitiman los fines por la injusticia de sus medios.De esta manera, por una parte, resulta habitual encontrar a gente que explica la relaci¨®n entre el conflicto pol¨ªtico que vive Euskal Herria y su situaci¨®n de violencia con la met¨¢fora de la enfermedad. Seg¨²n estas personas, la violencia no ser¨ªa m¨¢s que un s¨ªntoma (la fiebre), mientras que su verdadera causa (el virus) ser¨ªa el conflicto pol¨ªtico; por tanto, s¨®lo mediante la curaci¨®n de ese conflicto pol¨ªtico se podr¨ªa acabar con la enfermedad propiamente dicha y con todas sus consecuencias. Sin embargo, la ¨²nica verdad que hay en esta teor¨ªa de la enfermedad es, precisamente, la de la existencia real de una enfermedad: la enfermedad moral de quienes comprenden la vinculaci¨®n causal natural entre un conflicto -sea del car¨¢cter que sea- y el recurso a la violencia. De hecho, si aplic¨¢ramos esa l¨®gica a todos los conflictos (pol¨ªticos, sociales, religiosos, laborales, conyugales, vecinales, etc¨¦tera) estar¨ªamos en guerra permanente de todos contra todos y no habr¨ªa quien soportara tanta manifestaci¨®n de fiebre virulenta. Pero no es as¨ª, porque la mayor¨ªa de las personas que mantienen ideas, creencias o sentimientos diferentes no recurre a la violencia para dirimirlos y hace prevalecer valores previos, sin cuyo respeto la construcci¨®n de cualquier proyecto se har¨ªa a costa del patrimonio de los derechos fundamentales que deben asistir a todos los seres humanos.
Es cierto que el conflicto pol¨ªtico se ha convertido en la motivaci¨®n que algunas personas aducen para ejercer la violencia, pero eso no se convierte en la prueba de la causalidad que envenena todos los debates, que debieran ser, s¨®lo, pol¨ªticos. Es m¨¢s, la existencia, en nuestra sociedad compleja, de otros conflictos, tan importantes y leg¨ªtimos como el pol¨ªtico, donde no se recurre al uso de m¨¦todos violentos, y sobre todo la propia ausencia de actividad armada durante 14 meses son muestras fehacientes de que la violencia es un acto voluntario que requiere una decisi¨®n personal consciente por parte de quienes la ejercen, y de que no constituye un fen¨®meno inevitable que se manifiesta a trav¨¦s de esos seres elegidos o pose¨ªdos por una causa. Pensar de otra forma ser¨ªa deshumanizar a las personas que practican la violencia, pues les estar¨ªamos despojando de la facultad de la volici¨®n, que es una de las cualidades m¨¢s importantes en la caracterizaci¨®n del ser humano.
Por otra parte, tambi¨¦n hay quienes se escudan en la persistencia de la violencia para negarse a abordar cuestiones importantes para gran parte de la ciudadan¨ªa, de manera que, al contrario de lo que pretenden, se contaminan de la l¨®gica que trata de imponernos el ejercicio violento y no s¨®lo le conceden un significado pol¨ªtico, sino tambi¨¦n la potestad para marcar la agenda del futuro de nuestra sociedad. De la misma manera que ser¨ªa impensable que los panaderos dejaran de hacer pan, los fontaneros de arreglar tuber¨ªas o las ingenieras de dise?ar planos hasta que termine el fen¨®meno violento, resulta absurdo que algunos agentes pol¨ªticos hagan dejaci¨®n de la responsabilidad para la que han sido leg¨ªtimamente elegidos, al abstraerse de solucionar un conflicto, anterior, posterior e independiente, del problema de la violencia. De esta forma, tanto los proyectos pol¨ªticos que la utilizan como un plus de fuerza como los que parecen defenderse, m¨¢s que por su valor en s¨ª mismos, por su virtualidad para acabar con ella, como los que se amparan en su existencia para eludir el di¨¢logo pol¨ªtico son responsables de la instrumentalizaci¨®n de la violencia en provecho propio.
Por eso mismo, es urgente descartar el conflicto pol¨ªtico como el generador de la fiebre del uso de la fuerza irracional. Para conseguir hacer un diagn¨®stico correcto de esta enfermedad moral que padece nuestra sociedad hay que apuntar, m¨¢s bien, hacia los virus del odio, la intransigencia, el totalitarismo y la intolerancia. Experimentar cualquier dimensi¨®n humana (pol¨ªtica, social, religiosa, sexual,...) a trav¨¦s de esos sentimientos s¨®lo produce desprecio y, en ¨²ltima instancia, deseos de exclusi¨®n de todas aquellas personas que son, piensan o sienten diferente. As¨ª pues, el ¨²nico ant¨ªdoto posible contra el mal que sufre parte de nuestra comunidad y que contagia, pr¨¢cticamente, a la totalidad de los debates pol¨ªticos es la erradicaci¨®n de ese tipo de sentimientos en la vivencia de nuestro conflicto y su sustituci¨®n por otros valores que nos conduzcan a la asunci¨®n de la diversidad y a la conjunci¨®n sincera de nuestras disparidades en una sociedad que sepa hacer riqueza de su pluralidad. En este sentido, desde el convencimiento de que la diversidad otorga amplitud a nuestra libertad, es absolutamente imprescindible lograr un consenso b¨¢sico en torno al cual establecer la paz como un medio de convivencia en el que todas las ideas puedan ser expresadas sin la coacci¨®n de las amenazas y, al mismo tiempo, en el que todas puedan ser planteadas y desarrolladas dentro del contexto democr¨¢tico.
Ana Rosa G¨®mez Moral es periodista y miembro de Gesto por la Paz.
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