Fotograf¨ªas
La semana pasada se clausur¨® en Sevilla una de las citas de obligado cumplimiento dentro de este invierno generoso en eventos: la exposici¨®n sobre fotograf¨ªa realista italiana que se celebraba en la Sala Chicarreros. Las exposiciones de fotograf¨ªa siempre nos proponen disfrutar con el m¨¢s conspicuo de los pecados, que es la curiosidad. ?ltimamente, sabemos que la curiosidad desaforada por las vidas del pr¨®jimo lleva a las personas a participar en programas de televisi¨®n millonarios en que venden sus intimidades en el ba?o por el precio de varios ceros sobre un tal¨®n, o se patrocinan experimentos en que muchachas se encierran en casas de cristal frente a un p¨²blico ensimismado que observa su vida sin pesta?ear. En la ra¨ªz y el origen de todos esos suced¨¢neos tard¨ªos se halla la fotograf¨ªa, que no constituye sino la elevaci¨®n de la indiscreci¨®n a las salas de exposiciones, sino el voyeurismo domesticado y convertido en buen ciudadano, con su pasaporte en regla. Gustar de la fotograf¨ªa es disfrutar del placer clandestino de una parafilia.La exposici¨®n de la que hablo ha sido un buen ejemplo de esta perversidad: se invita al espectador a una degustaci¨®n gastron¨®mica de momentos, puntos infinitesimales en el tiempo y el espacio que quedan involuntariamente atrapados en las redes de una mirada. Nos detenemos imp¨²dicamente frente a la intimidad de las personas y hacemos nuestros los detalles de existencias triviales, compendiadas en las escenas min¨²sculas que miramos: los ojos de las novias en el d¨ªa de los esponsales, los de la maestra sobre los ni?os hacinados en los pupitres, los ojos deslumbrantes que se repiten en los rostros de los mineros y nuestros ojos que los miran. Dice Benedetti que la vida radica en estas miniaturas, en el ritmo cotidiano del cuentagotas m¨¢s all¨¢ o m¨¢s adentro de las efem¨¦rides, las glorias y los uniformes. Una civilizaci¨®n tan angustiada por preservar su intimidad como la nuestra se asomar¨¢ a estas instant¨¢neas con pavor; pues basta con escudri?ar un minuto los escenarios y la silueta de los rostros que figuran en las paredes para entender que nos hallamos ante su verdadera esencia. Un recinto a salvo de todo acecho, que s¨®lo se atrapa cuando el cazador juega con la fortuna irrepetible de congelar el gesto preciso, y no ninguno otro.
Schopenhauer dio en afirmar que nuestro cuerpo es la solidificaci¨®n del alma que nos compone, que la carne es la traducci¨®n a la materia de nuestros pensamientos, temores, ansias, esperanzas. Toda postura corporal guarda una significaci¨®n, toda posici¨®n en el espacio es legible como una carta cerrada, y todos los cuerpos tienen sus maneras, su ritmo, la caligraf¨ªa secreta a trav¨¦s de la cual trazan en el espacio lo que buscan decir. El milagro de la fotograf¨ªa consiste en aislar esos escorzos: en destilar la pose en que se resume la significaci¨®n entera de un cuerpo. La exposici¨®n de Chicarreros ha abundado en esos felices logros. Cierto personaje de Italo Calvino fotografiaba a su novia a todas horas, hasta que ella lo abandon¨®. "Lo que quer¨ªa poseer era una mujer invisible, una mujer absolutamente sola, una mujer cuya presencia entra?ase la ausencia de ¨¦l y de todos los dem¨¢s": la fotograf¨ªa es el arte de la soledad absoluta.
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