Caf¨¦, caf¨¦ MONCHO ALPUENTE
El Gran Caf¨¦ de Gij¨®n, m¨¢s grande por su historia que por sus dimensiones, cumpli¨® su primer siglo en 1988 entre cultas celebraciones y renovados miedos sobre su continuidad. En este pa¨ªs, dijo un triunfador, triunfa el que sobrevive, el que supera los achaques de la edad, los embates de la vida y las asechanzas de sus rivales y enemigos permaneciendo en su puesto.En febrero del a?o 2000, tres supervivientes del caf¨¦ han recopilado un nuevo libro sobre la m¨¢s que centenaria historia de este enclave crucial, encrucijada y fonda en la que acamparon, provisional o permanentemente, bohemios de la l¨ªteratura y literatos de la bohemia.
Los segundos subvencionaban a veces el caf¨¦ con leche con el que se alimentaban los primeros a cambio de sus an¨¦cdotas, vivencias y ocurrencias. Jos¨¦ Esteban, Mariano Tudela y Juli¨¢n Marcos, autores y recopiladores del Libro del Caf¨¦ Gij¨®n, relatan, entre las mil an¨¦cdotas que trufan su cr¨®nica, cuando la bebida m¨¢s solicitada entre la abigarrada clientela era el vaso de agua con bicarbonato, porque era gratis y algo de alimento tendr¨ªa.
El caf¨¦ parco y el bicarbonato s¨®dico, coartada de digestiones inexistentes, fueron las bebidas reinas del Gij¨®n en los a?os del hambre, en los primeros de la posguerra m¨¢s larga jam¨¢s vivida en este pa¨ªs de guerras civiles y bander¨ªas fratricidas.
Larga y silenciosa posguerra que acall¨® las voces de las tertulias que alimentabain la vida del Gij¨®n m¨¢s que el austero caf¨¦ y el fementido bicarbonato. El caf¨¦ al que tantas veces se le dio por muerto estuvo en aquellos a?os a punto de morir de inanici¨®n hasta que fue salvado in extremis por nuevos tertulianos; algunos ten¨ªan o cre¨ªan tener bula para hablar alrededor de los veladores porque se hab¨ªan uncido al carro de los vencedores, como poetas, cronistas o propagandistas.
A falta del pan de la pol¨ªtica, se nutr¨ªan los corrillos de arte y de literatura, de teatro y far¨¢ndula. Se conspiraba en murmullos y entre carraspeos de advertencia por si hab¨ªa moros en la costa. Los duelos no eran dial¨¦cticos, sino a sable, y los mandobles apuntaban a la cartera, no al coraz¨®n ni a las ideas.
El Libro del Caf¨¦ Gij¨®n lo vende en su puesto de centinela Alfonso, el cerillero, banquero, confidente, amigo y gu¨ªa de forasteros y advenedizos. Alfonso quiz¨¢s sea el personaje m¨¢s citado y alabado en las 290 p¨¢ginas del jugoso texto, que termina con la lista incompleta, memoria exhumada de muchas memorias, de los mil tertulianos "que, con mayor o menor asiduidad, se sentaron entre las cuatro paredes del caf¨¦ o al fresco de su terraza". "El largo millar de nombres rese?ados", escriben los autores en el ep¨ªlogo, "podr¨ªa llegar, sin duda, a convertirse en la gu¨ªa telef¨®nica de una provincia importante".
Un listado en el que aparece el nombre del autor de estas l¨ªneas, que s¨®lo fue asiduo de temporada. Primero, mir¨®n adolescente que nunca se atrevi¨® a sacar sus cuartillas del bolsillo; luego, joven reportero con excusa para hacer preguntas cuyas respuestas le interesaban m¨¢s a ¨¦l que a sus lectores, entre otras cosas por la torpe transcripci¨®n period¨ªstica que de ellas hac¨ªa. Por fin, contertulio ocasional y diplomado en veladas de terraza al aire libre o en amistosos e invernales corrillos de sus amigos y maestros. Como miembro de n¨²mero de "los mil", este cronista cuenta con su peque?a e insignificante an¨¦cdota personal para sumar al rico y variado acervo de la casa. Una an¨¦cdota que (los malos h¨¢bitos nunca se pierden) teme que tambi¨¦n tenga m¨¢s inter¨¦s para ¨¦l que para los lectores. El d¨ªa (corr¨ªan, muy despacio, los primeros a?os setenta) que los amables camareros del establecimiento lo sacaron a ¨¦l y a su amigo Chicho S¨¢nchez Ferlosio casi en volandas a la acera de Recoletos despu¨¦s de un estent¨®reo y extempor¨¢neo concierto que nadie hab¨ªa solicitado de canciones italianas, m¨¢s irreverentes que subversivas.
Dos d¨ªas m¨¢s tarde, el r¨¦probo volv¨ªa al lugar del crimen con la cabeza escondida en el cuello del abrigo para no ser reconocido y privado del refugio de "una de las muchas cosas que todos tenemos en Madrid", como afirma (con optimismo, porque cada vez quedan menos), Rosa Reg¨¢s, una de las colaboradoras del libro.
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