La venganza de la memoria
La campa?a electoral se inicia (?se inicia?) con el olor nauseabundo de la muerte, olor al que ETA nos tiene acostumbrados. Ning¨²n honesto cad¨¢ver, sin embargo, recoge esta met¨¢fora: s¨®lo lo hace la f¨¦tida organizaci¨®n. Los asesinos no s¨®lo han acabado con la vida de dos hombres, Fernando Buesa y Jorge D¨ªez Elorza, sino tambi¨¦n aniquilado a uno de los pol¨ªticos m¨¢s relevantes de este pa¨ªs y a un polic¨ªa que cumpl¨ªa su servicio.Es dif¨ªcil concebir mayor desprecio a la vida humana, a las instituciones democr¨¢ticas y al derecho de los ciudadanos a expresar libremente su voluntad. Literalmente es imposible. Reunir adjetivos para calificar lo que ha pasado a¨²n es obligaci¨®n de los pol¨ªticos (?no nos queda la impresi¨®n de que ya han agotado las palabras?), pero al menos los comentaristas pueden en cierto modo desistir: se encuentran sin palabras hace tiempo.
La campa?a se adivinaba agitada, pero la mano negra de ETA conseguir¨¢ oscurecerlo todo. Si, como era previsible, la altura argumental del debate pol¨ªtico no iba a alzar muchos palmos del suelo, ahora la rabia, la ira y la verg¨¹enza van a obturar a¨²n m¨¢s las v¨ªas de acuerdo que busca este pa¨ªs, desesperadamente, desde hace tanto tiempo.
Con el asesinato de Fernando Buesa no s¨®lo muere un hombre (que ya es bastante) sino tambi¨¦n un parlamentario que ostent¨® el cargo de vicelehendakari del Gobierno vasco y el de diputado general de ?lava. Este crimen constituye un insulto a sus votantes y a sus no votantes, a todos los que creen en la dignidad de la palabra y del sufragio para regular el ejercicio del poder.
Por otra parte, los movimientos de ETA (que son, estrat¨¦gicamente, meros pu?etazos en el aire) tienen la extra?a virtud de descolocar a sus dudosos intercesores. Si la abstenci¨®n que preconiza Euskal Herritarrok era pat¨¦tica hasta el martes, a partir de ese momento se convierte en un acto de profunda cobard¨ªa.
A miles de votantes alaveses les han arrebatado su voz en el Parlamento. Al cuerpo de la Ertzaintza le han arrebatado a un compa?ero. A todos los vascos nos han expropiado la paz. A dos familias se lo han quitado todo. ETA confisca d¨ªa a d¨ªa la esperanza; se permite una inaceptable tutela sobre la historia de este pueblo; se permite, por ¨²ltimo, disponer de nuestras vidas. A este paso acabar¨¢ convirtiendo Euskadi en un inmenso agujero negro, donde pesar¨¢n sobre todo las ausencias y seguir¨¢n resonando las palabras de los muertos.
Desde el punto de vista de los dem¨®cratas, por dura que suene esta idea, la muerte nunca es in¨²til. Afirma y reafirma el valor de los procedimientos democr¨¢ticos, la solidez de unos principios que niegan de ra¨ªz a la violencia toda justificaci¨®n. Por suerte o por desgracia, la muerte s¨®lo ser¨¢ in¨²til para los asesinos, porque nada les debemos ni nada llegar¨¢n a deberles nuestros hijos. Esa es la profunda tragedia que cargar¨¢n sobre sus hombros y que alg¨²n d¨ªa se les har¨¢ visible, en alguna parte, en la vigilia de una noche, cuando su propia conciencia les pille desprevenidos.
Las familias de Fernando Buesa y Jorge D¨ªez al menos saben ya por qu¨¦ ideales murieron sus seres queridos. Los nietos de sus asesinos nunca se explicar¨¢n por qu¨¦ resolvieron matarlos. Ser¨¢ una elegante venganza, que ejecutar¨¢ la historia, sin participaci¨®n de nadie m¨¢s.
Ahora que se avecinan las elecciones generales, a la gente de bien no le queda otra cosa que su maldita papeleta, su orgulloso sobrecito dispuesto a acabar en el fondo limpio y transparente de las urnas. Y hacer todo lo posible por acabar, si es que existe, con el voto del miedo, ya que acabar con el miedo al voto de ETA es imposible.
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