"Los serbios de Kosovo somos animales en extinci¨®n"
Los 300 serbios que quedan en Pristina se encierranaterrados en sus casas, perseguidos por los deseos de venganza sangrienta de los albanokosovares
ENVIADA ESPECIALTienen el color de la cera, el color de la muerte en rostros a¨²n vivos. La mirada sin brillo, el hablar torpe, el cuerpo entumecido y ajeno. Las persianas de sus hogares permanecen siempre bajadas. En los casos m¨¢s extremos, las ventanas tapiadas. Las puertas atrancadas con cancelas. Siempre, m¨¢s de un candado, m¨¢s de un cerrojo. Aunque nunca usan sus llaves. Las manejan otros. Quienes luchan por mantenerles vivos. Quienes los defienden de la venganza y entran y salen de sus casas para llevarles comida con las llaves prestadas. Los que creen que en esta desangrada tierra caben todos.
Aunque son pocos. Cada vez menos. Por eso, los se?alados con el dedo se han enterrado en vida. Los han enterrado. Porque est¨¢n solos e indefensos. Son minor¨ªa. Viven enclaustrados y ajenos al mundo. Pero no han perdido la cuenta de en qu¨¦ d¨ªa viven. En su caso, tan agradable es sumar como restar. "Un d¨ªa m¨¢s vivos, un d¨ªa menos que temer a la muerte". Y as¨ª, juntan d¨ªas hasta hacer meses. Tantos meses como d¨ªas se cuentan desde la liberaci¨®n de Kosovo por las tropas multinacionales de paz. Desde entonces les han negado hasta el pan. Van para nueve los meses desde que no les venden en la panader¨ªa. Desde entonces viven una lenta muerte.
Eran 40.000 y apenas quedan 300. Trescientos serbios suplicando no ser reconocidos entre m¨¢s de 300.000 albanokosovares en la ciudad de Pristina. Labor dif¨ªcil. En algunos casos fue misi¨®n imposible y perdieron la vida a manos del revanchismo.
Otros, la gran mayor¨ªa, optaron por huir y poner tierra de por medio frente al odio. M¨¢s de 250.000 kosovares que no pertenecen a la etnia albanesa han abandonado la provincia desde junio. Luego est¨¢n los que decidieron resistir. Y en ello se est¨¢n dejando el aliento.
"No s¨¦ cu¨¢nto tiempo m¨¢s podremos seguir as¨ª, es como estar muertos en vida", confiesa, muy nerviosa, una mujer sobre cuyo rostro ha hecho estragos la desesperaci¨®n. El gesto tenso y ajado. Las manos crispadas. No es para menos. En la puerta de lo que fue su apartamento y hoy es su c¨¢rcel se lee: "Esta casa est¨¢ protegida por la Kfor". Cent¨ªmetros m¨¢s abajo, un elocuente tiro de pistola justifica el anuncio.
Esta mujer serbia prefiere no tener nombre. Pero su anonimato no parece exigirlo porque tema por ella. Quiz¨¢ teme que se sepa que el hombre con el que una vez comparti¨® una vida pero con el que ahora s¨®lo comparte un calvario fue un juez serbio en la provincia de Kosovo. "A ¨¦se le tendr¨ªan muchas ganas m¨¢s de uno", trata de explicar un joven albanokosovar cuando se le plantea la hip¨®tesis cierta de que tal juez viviese a menos de cincuenta metros de un c¨¦ntrico hotel de Pristina.
A sus 94 a?os, retirado hace mucho tiempo de la judicatura, el magistrado sabe que su vida en la calle valdr¨ªa menos que nada. Se lo aseguran las amenazas continuas que recibe por tel¨¦fono. "Ya saldr¨¢s", le dijo hace poco una voz cobarde, para sentenciarle a continuaci¨®n: "Y entonces acabaremos contigo". Por eso, al juez y a su compa?era s¨®lo les queda esperar. Esperar a que impere la raz¨®n o a que en una noche oscura unos desalmados les env¨ªen la muerte, ya sea en forma de c¨®ctel m¨®lotov o a balazos. Pero ni hablar de huir. Adem¨¢s, ?ad¨®nde? "Somos demasiado viejos, ya no tenemos ni a donde ir ni a nadie que nos reciba en Serbia", dice apenada la mujer al definir a los ¨²ltimos serbios de Pristina como "animales en extinci¨®n".
Al igual que esta pareja, muchos de los serbios que se esconden en Pristina han ido reduciendo su espacio vital. A pesar de seguir plantando cara a la intolerancia, ya no ocupan todas las estancias de sus casas. Es m¨¢s seguro as¨ª. Se han agazapado en habitaciones interiores, recogidas, sin ventanas, sin accesos desde la calle, que en la gran mayor¨ªa de los casos no superan los seis metros cuadrados. All¨ª viven noche y d¨ªa. Malviven. Sobreviven.
Radmila y Nikola ni siquiera tienen retrete. Una palangana hace las veces de sanitario. Pero su caso es doblemente sangrante. Rechazados por sus hoy liberados vecinos albanokosovares, quienes desde hace meses les atemorizan con golpes en la puerta y amenazas cada noche, optaron por alquilar parte de su gran casa a un polic¨ªa jordano de Naciones Unidas. Ellos se relegaron a una cochambrosa buhardilla. Creyeron sentirse as¨ª m¨¢s seguros, con la polic¨ªa multinacional en casa. Pero no sab¨ªan que el enemigo se hab¨ªa infiltrado en su hogar disfrazado bajo un respetable uniforme de casco azul de la ONU. No se atreven a denunciarlo. Est¨¢n asustados. Aterrados. No podr¨ªa ser de otra manera cuando quien se supone tu protector te somete a la esclavitud y el abandono. De nombre Mohamed y de nacionalidad jordana, este mal llamado polic¨ªa hace meses que no paga ni un marco de alquiler a los ancianos Radmila y Nikola. Pero la infamia parece no tocar fondo. Les roba la tan necesaria le?a en una provincia con 28 grados bajo cero algunas noches de invierno y utiliza a Radmila como criada. Cuando un guardia civil espa?ol le recrimin¨® su comportamiento, Mohamed le espet¨® sin ning¨²n sonrojo: "Son serbios. Si no vivo yo, ?qui¨¦n iba a querer vivir con ellos?".
Son aisladas. Pero actitudes como ¨¦stas son las que hacen que Marina, que no se llama Marina, recele de la comunidad internacional a la hora de garantizar su seguridad, la de los pocos serbios que quedan en Pristina. Quiz¨¢ por eso ha decidido librar la guerra por su cuenta, al margen de organizaciones no gubernamentales, Kfor y ONU. Cuida con mimo de todos aquellos serbios que sabe encerrados a cal y canto en asfixiantes cuchitriles. Les compra la comida, les hace los recados. Todo ello poniendo en peligro su propia seguridad. Aunque, cuando se siente amenazada, como aquel d¨ªa en que un sagaz dependiente albanokosovar vio en ella a "una serbia asesina", Marina dice ser lituana. "Escog¨ª Lituania porque un d¨ªa dije que era espa?ola y me hablaron en espa?ol", relata, divertida con la peligrosa coincidencia.
Quien prefiere llamarse Marina tiene 28 a?os y es enfermera. Fue enfermera. Cuid¨® enfermos en el hospital de Pristina hasta finales de junio del a?o pasado, cuando, despu¨¦s de que las tropas de la Alianza Atl¨¢ntica entrasen en la provincia serbia, los albanokosovares decidieron que no quer¨ªan ni a un solo serbio m¨¢s en el hospital. "Ahora el hospital es nuestro", le dijeron. "Tuve que dejar el trabajo, el acoso se hizo insoportable", masculla, dolida, Marina. "Un d¨ªa me dijeron que a la ma?ana siguiente estar¨ªa muerta si volv¨ªa al hospital". Desde entonces ha vivido en nueve apartamentos diferentes, y est¨¢ sola. Sin embargo, la p¨¦rdida de su casa, la huida de su familia a Serbia, el rechazo de los antiguos y amables vecinos albanokosovares no han hecho sino hacerla m¨¢s poderosa frente al miedo. Ella dice poder con todo y "con todos". "Cuando tienes tanto p¨¢nico como tengo yo, o te hundes o te haces m¨¢s fuerte", relata mientras va perdiendo su blancura de cera al calor de la cocina de le?a. De todas formas, quienes la conocen dicen que esa fortaleza tuvo d¨ªas de ausencia. Como la noche en que un grupo de catalanes la invit¨® a cenar y de repente se quebr¨® en l¨¢grimas. Hac¨ªa semanas que no hablaba con nadie, semanas que caminaba deprisa por las calles tratando de ser quien no es.
Porque su presencia y su lengua est¨¢n amenazadas de muerte en cada rinc¨®n de la de nuevo intolerante capital de Kosovo, Pristina.
El luto delator
A la madre de Marina la descubrieron el estigma de ser serbia en un mundo de albanokosovares de Pristina por las ropas que llevaba puestas.Como un tributo a un ser querido fallecido, hace a?os que Marina viste de riguroso luto. Como muchas de las abuelas y ancianas que pueblan Espa?a y que creer¨ªan que tan piadosa se?al de duelo las preserva de la venganza y la intolerancia.
Pero en Pristina la se?al negra del respeto por los muertos es la marca inconfundible de que quien lo porta es de religi¨®n ortodoxa. Serbio. Del lado opuesto, del lado equivocado cuando los que imponen la etnia a la que hay que pertenecer, o de lo contrario ser expulsado de Kosovo, son algunos de los albanokosovares por cuyo cruel ¨¦xodo la Alianza Atl¨¢ntica bombarde¨® Yugoslavia hace casi un a?o durante 78 d¨ªas.
Quien le dio la vida a Marina y m¨¢s tarde se visti¨® de negro por una muerte sali¨® una ma?ana a comprar el pan. Desde un coche la observaron unos jovencitos albanokosovares sin nada mejor que hacer. Excepto ensa?arse y vengarse por "sus" ca¨ªdos.
Fueron a por ella. La golpearon y le aseguraron que desde ese d¨ªa no podr¨ªa salir a comprar el pan si no quer¨ªa perder la vida. "?Se acab¨® el pan, serbia!". Dijeron que aquello era s¨®lo un aviso. Seguro que la madre de Marina pens¨® en ocultar su luto. Aunque antes de desterrar sus creencias prefiri¨® su propio exilio. Hoy viste de negro cerca de Belgrado.
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