Tras los pasos de la sardina
Para tener el honor de formar parte de la Alegre Cofrad¨ªa de la Sardina hay que saber beber. Beber mucho y bien. De lo contrario, ser¨ªa imposible repetir cada Mi¨¦rcoles de Ceniza, como hoy, el rito que pone fin a las fiestas de Carnaval. El ya legendario entierro de la sardina."Son cuatro estados de borrachera", cuenta el anticuario Antonio Hidalgo, secretario de la cofrad¨ªa. Y los explica as¨ª: "Uno, el alegrete, cuando has bebido un poquillo; el gachup¨ªn, cuando est¨¢s un poco m¨¢s tocado y vas haciendo eses; el zorrococo, cuando el grado de alcohol es m¨¢s elevado y tienes que tener a alguien cerca para que te acompa?e a casa, y el pasmo. El pasmo es cuando ya pierdes el conocimiento y hay que llamar al Samur".
En los 20 a?os que lleva formando parte de la cofrad¨ªa, Antonio dice haber visto pocos pasmos, pero, en cambio, s¨ª recuerda m¨¢s de un zorrococo. "Y me acuerdo que hubo uno al que su mujer le rompi¨® la capa por llegar tarde y borracho", relata.
En un peque?o bajo de la calle de Rodrigo de Guevara del distrito Centro, sede de la cofrad¨ªa, permanecen los ata¨²des en los que se llev¨® a la sardina (vestida con traje de encaje, lentejuelas y pendientes) hasta su ¨²ltima morada. Diminutas urnas que guardan consigo pedazos de historia. "?ste, por ejemplo, fue el que le regalamos a Tierno Galv¨¢n, hicimos una copia para ¨¦l", comenta Antonio se?alando la caja.
Este a?o, como desde 1952, los alegres cofrades partir¨¢n desde su sede, a las once de la ma?ana, para finalizar en la fuente de los Pajaritos, en la Casa de Campo, donde se lleva a cabo el sepelio simb¨®lico. Ir¨¢n vestidos de negro hasta los pies, ataviados con capa y chistera, acompa?ados de una charanga y rezando un responso con una gu¨ªa de tel¨¦fonos.
Antes, recorrer¨¢n algunas calles del centro de la ciudad con paradas obligatorias en al menos nueve bares. All¨ª se aprovisionar¨¢n de suficiente jam¨®n, chorizo, queso, tortilla y, por supuesto, alcohol.
El recorrido incluye las calles de Santa Ana, Ruda, Toledo, cava Alta, cava Baja, Puerta Cerrada, Sacramento y Mayor. Entre las 13.00 y las 13.30 desembarcar¨¢n en la plaza de la Villa, donde les recibir¨¢ el alcalde, Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez del Manzano, cofrade honor¨ªfico.
A partir de las 17.00 el entierro da comienzo en el puente de la Reina Victoria, en el paseo de la Florida, y finaliza en la Casa de Campo.
El entierro de la sardina es un antiguo rito de Carnaval cuyo origen es incierto. Sobre sus comienzos se han escrito muchas versiones, pero la m¨¢s acertada parece ser la que se refiere a la ¨¦poca de Carlos III, seg¨²n cuenta Pedro Montoli¨² en su libro Fiestas y tradiciones madrile?as. Dice esta teor¨ªa que unos nobles hab¨ªan encargado un cargamento de sardinas para despedirse del Carnaval con un buen fest¨ªn. Al llegar a Madrid, las sardinas estaban en mal estado, por lo que hubo que enterrarlas. Los pescados fueron trasladados a la orilla del Manzanares para su entierro, lo que dio origen a un festejo popular que comenz¨® a repetirse desde entonces.
Fue un conocido anticuario del Rastro, Seraf¨ªn Vill¨¦n, quien, casi sin quererlo, se encarg¨® de recuperar la tradici¨®n, prohibida como consecuencia de la guerra civil. "Seraf¨ªn se hab¨ªa ido con su sobrino a los toros en Valdemorillo, y al llegar, pas¨® por Casa Mingo (un restaurante en el paseo de la Florida) y all¨ª, entre copas y copas decidieron enterrar a la sardina. Se acordaron de que era Mi¨¦rcoles de Ceniza", cuenta Antonio Hidalgo.
Seraf¨ªn, su sobrino, y unos cuantos amigos se animaron con lo puesto, pero al a?o siguiente decidieron hacerlo en serio. "En el a?o 53 hicieron una caja de cristal y la enterraron de verdad. No se preocuparon de nada. Luego se dieron cuenta de que no merec¨ªa la pena perder las cajas, as¨ª que decidieron subastarlas", recuerda Antonio. Y a?ade: "En 1965 don Manuel S¨¢nchez Camargo pag¨® 1.000 pesetas por una caja". Esa caja, cuenta Antonio, se perdi¨® en un incendio.
A partir de 1966 los ata¨²des ya no se subastaron. Seraf¨ªn, el gran preboste de la cofadr¨ªa, fue guard¨¢ndolos en su taller, hasta su muerte en 1980.
Aquel acto espont¨¢neo -el revivir el entierro de la sardina- fue lo que tambi¨¦n volvi¨® a darle vida a la cofrad¨ªa. Ya antes, en 1812, Manuel Garc¨ªa de la Prada, alcalde de Madrid y adinerado anticuario, hab¨ªa fundado la Alegre Cofrad¨ªa del Santo Entierro de la Sardina. Y hab¨ªa encargado a Francisco de Goya la creaci¨®n de una obra que inmortalizara el entierro. La cofrad¨ªa se inscribi¨® como asociaci¨®n cultural en 1987, y sus miembros se empe?aron en no dejar fenecer el rito. Tanto, que durante la dictadura s¨®lo los m¨¢s veteranos y osados se atrev¨ªan a ponerse capa y chistera. Los otros se colocaban un sombrero de mujer, al que le cos¨ªan una sardina arenque.
Despu¨¦s de la muerte de Seraf¨ªn Vill¨¦n, su sobrino Mariano lo reemplaz¨® en el cargo. Y al morir Mariano, el pasado a?o, los dem¨¢s miembros de la cofrad¨ªa decidieron no nombrar m¨¢s presidentes, s¨®lo dos vicepresidentes y un secretario. "Es que no ha habido nadie como ellos dos. Y no queremos caer en eso de qui¨¦n ha hecho m¨¢s o menos. As¨ª funcionamos bien", dice Antonio.
La cofrad¨ªa cuenta actualmente con unos 100 socios, que pagan una peque?a cuota anual. No se admiten mujeres, pues la tradici¨®n, explica Antonio, "as¨ª lo exige". S¨®lo en el caso de que Madrid cuente con una alcaldesa se har¨¢ una excepci¨®n, pues los regidores siempre son considerados miembros de honor.
Antonio dice que a partir de 1991 las esposas de los cofrades, casi en rebeld¨ªa porque no las dejaban participar, decidieron acudir al desfile matinal previo al entierro. "Pero desaparecen despu¨¦s de las cinco", cuenta, con gracia, el secretario de la cofrad¨ªa. Sin embargo, eso no ha sido obst¨¢culo para que cada a?o los hermanos se encuentren con un animado grupo de mujeres que, a su manera, celebran su propio guateque. " Y lo peor es que siempre son ellas las que aparecen fotografiadas en la prensa".
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