Dos personas
Hace unos d¨ªas particip¨¦, con Ada Salas, en un ciclo de mujeres poetas. Francisca Aguirre, una de esas poetas, que habr¨ªa gozado (??) de gran reconocimiento si hubiera sido un hombre poeta, nos condujo con la lucidez del m¨¢s fino sentido com¨²n. Salvo bienintencionados aunque discutibles a?adidos, el espect¨¢culo po¨¦tico se desarroll¨® como suele: las poetas son generosamente presentadas; las poetas leen o dicen sus poemas; las poetas responden, con brevedad y concisi¨®n, a preguntas del p¨²blico; las poetas se despiden; las poetas saludan a los presentes, en su mayor¨ªa amigos y conocidos; las poetas se van de juerga con los ¨ªntimos; las poetas vuelven a casa, se meten en la cama, cierran los ojos y quiz¨¢ tengan suerte y tiempo, antes de quedarse dormidas, de vislumbrar lo otro que estaba muy por detr¨¢s (pero tocando la espalda) de su protagonismo sobre una tarima, muy por encima (pero enred¨¢ndose en el pelo) de las cabezas del auditorio, muy por debajo (pero subiendo las piernas como un insecto o un dedo) del suelo bajo nuestros pies, los de todos. Antes de dormir, las poetas quiz¨¢ tengan suerte y tiempo para acertar a ver, con los ojos horizontales del silencio, lo otro que tambi¨¦n es y que pudiera ser el poema.Yo, la otra noche, cerr¨¦ los p¨¢rpados (con el ligero mal sabor de ojos que deja la impostaci¨®n exhibida y el exceso de tequila) y pens¨¦ en dos personas. Dos personas desconocidas que se acercaron a m¨ª cuando acab¨® el recital. Me arrepiento de no recordar sus nombres, si acaso los dijeron y la peque?a y tonta vanidad del momento me impidi¨® registrarlos; puede que ni siquiera los dijeran porque supieran de antemano, con sabidur¨ªa de anonimato, que el nombre propio resulta innecesario. Pero s¨ª recuerdo sus caras y, sobre todo, recuerdo sus palabras.
Primero se acerc¨® ¨¦l. Me contaron despu¨¦s que hab¨ªa llegado cuando a las mujeres que particip¨¢bamos en el acto nos acababan de pedir que subi¨¦ramos al escenario. Nuestras sillas en la primera fila hab¨ªan quedado vac¨ªas y ¨¦l se sent¨® en la que yo hab¨ªa ocupado un momento antes, justo al lado de alguien fundamental en mi vida, con quien se disculp¨® se?alando que ten¨ªa fatal una rodilla. Era un se?or mayor, y sus modales eran de esa clase de buena educaci¨®n que acompa?a a la edad y debe de consistir en haber comprobado que el mundo es m¨¢s "amable" si uno empieza por sonre¨ªrle.
Me salud¨® con un cari?o inesperado y me present¨® un respeto que me llen¨® de orgullo y de pudor. Pero lo m¨¢s importante es que, en su generosidad, utiliz¨® dos palabras que, me dijo, repet¨ªa a menudo a su hijo: "No dejes nunca de ser libre y valiente". Libre y valiente. Estaba imponente desde su menuda estatura. Este se?or desconocido que vivi¨®, me dijo, la guerra y a quien el tiempo, benevolente y c¨ªnico, ha deparado un molesto dolor en la rodilla, vino a legarme, con la an¨®nima humildad de la certeza, esas dos palabras esenciales: libre y valiente. Se las repite a su hijo, dice. No creo que exista mejor manera de educar a un hijo.
Detr¨¢s de ¨¦l esperaba una chica preciosa, de unos veinte a?os. Ten¨ªa una melena larga y rizada, unas facciones serenas y tirantes y un piercing en el labio. Sonre¨ªa con unos ojos que sent¨ª me miraban de verdad. Nunca la hab¨ªa visto, pero en segundos imagin¨¦ su atenta presencia iluminando antes la oscuridad de la sala. Me hizo una pregunta sobre mi poes¨ªa, cuya respuesta es probable que yo no fuera capaz de improvisar, y a?adi¨® que de ni?a hab¨ªa sufrido una enfermedad mental, una enfermedad mental muy grave. Libre y valiente, pronunci¨® las dos duras palabras de esa verdad: esquizofrenia paranoide. Estaba imponente desde la fragilidad de su fuerza.
Hoy escribo para dos personas desconocidas que me regalaron el placer de una responsabilidad: si alguna vez yo tengo el don de decir, digo para ellos. Para dos personas desconocidas, libres y valientes, que me han hecho m¨¢s libre y m¨¢s valiente. Les mando mi sonrisa y mi respeto. Si alguna vez sucumbo a la pereza o al des¨¢nimo, recordar¨¦ sus palabras y sus caras. Y, sobre todo, si alguna vez me vence el miedo.
P.D.: Por una de esas leyes que, seg¨²n Borges, los humanos no sabemos definir y por eso llamamos azar, me acaba de llamar Ada por tel¨¦fono. Me dice que ha recibido una carta de una persona desconocida que tambi¨¦n estaba en nuestro recital, entre el p¨²blico, aunque no se present¨®. Le da las gracias, le pide que no le deje hu¨¦rfano de la luz de la poes¨ªa, a?ade, libre y valiente, una posdata en la que afirma que la belleza existe.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.