El desd¨¦n del amante VICENTE VERD?
"Ha fallado el pacto. Eso es lo que ha fallado". Esta se?ora estaba convencida de que el PSOE, a solas, habr¨ªa conseguido mejores resultados que ligados a IU. Y las del corro asent¨ªan con la cabeza, a primera hora de la noche en la acera de la sede de Ferraz. Nadie sab¨ªa, en realidad, al fin, por donde discurrir, a qui¨¦n nombrar, y la resistencia a aceptar la derrota perdur¨® hasta la evidencia total.Ciertamente, en tanto que la derrota se parece a la muerte biol¨®gica, oponerse a ella es una manifestaci¨®n del anhelo por vivir, pero acaso pocas veces se exprese este instinto con m¨¢s fuerza institucional que en la pol¨ªtica. A los partidos les cuesta un llamativo esfuerzo admitir que no han sido bienqueridos por el electorado, a¨²n despu¨¦s del fin. Nadie, ni siquiera los escritores o los rockeros, presentan ante el p¨²blico una demanda de amor tan exasperada. A ning¨²n novelista se le ocurre impulsar una campa?a pididendo que le compren libros, ni a un cantante se le ha o¨ªdo suplicar por los estrados que se le escuchen los discos. El pol¨ªtico, sin embargo, no tiene empacho en pedir que se le vote; e incluso reclamarlo a pelo. Es capaz de prometer una serie de mejoras pero en el punto extremo, cuando se llega a la verdad los carteles no a?aden nada, s¨®lo dicen vota a tal. El partido pol¨ªtico se convierte en un mendigo y no le importa arriesgar su dignidad, legitimado por la alta celebraci¨®n civil de la urna repleta. Pedir el voto es hacer democracia y aunque una facci¨®n la pida para s¨ª, se supone tambi¨¦n que la solicita para el bien todos. En consecuencia, cuando los resultados son decepcionantes, como anoche en el caso del PSOE, la frustraci¨®n es doble. De una parte la democracia no parece comportarse tornando debidamente el afecto que le profesa y, en segundo lugar, los ciudadanos no parecen querer a la organizaci¨®n de la misma manera que se les quiere, o se les re-quiere.Y as¨ª como no entiende el enamorado el desd¨¦n del amante, es arduo para el partido reconocer su fracaso. De ah¨ª, por tanto, que sea infrecuente un l¨ªder declarando su error con entereza y su p¨¦rdida con la oportunidad de ayer. La violencia que se recibe del rechazo es tan intensa en el momento del recuento, que el escrutinio act¨²a como una devastaci¨®n mental. Ni la idea pol¨ªtica fue buena, ni la imagen de sus propagadores fue, a lo que se ve, acertada. Pero ?c¨®mo recomponer ahora todo eso? ?C¨®mo cambiar la detallada complexi¨®n de la idea? ?C¨®mo trasformar el rostro, la elocuci¨®n, la complexi¨®n o aquella ben¨¦fica sonrisa que propagaba el candidato? La sensaci¨®n de desconcierto es absoluta y donde ondeaban las banderas rojas se extiende un saladar, donde se abrazaba la densidad de un programa aparece un vac¨ªo, donde exist¨ªa una meta se abre la vacilaci¨®n. La sonora derrota en unas elecciones conlleva no s¨®lo la quiebra respecto a la esperada voluntad del pueblo y la propia capacidad, sino la sevicia ahora de una larga temporada ¨¢spera, cruzada por el vendaval.
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