Un a?o de buenas traducciones MONIKA ZGUSTOV?
Cuanto m¨¢s olvida la cultura catalana a sus grandes escritores muertos -Espriu, Foix, Calders, Pedrolo, Benguerel y tantos otros paulatinamente desaparecidos del mapa de la cultura de su pa¨ªs-, con tanto m¨¢s af¨¢n dispensa su generosa acogida a los difuntos autores extranjeros: los traduce al catal¨¢n de manera espl¨¦ndida. Los que formamos parte del jurado del Premio Ciudad de Barcelona a la mejor traducci¨®n al catal¨¢n publicada en 1999 -Narc¨ªs Comadira, Joaquim Mallafr¨¦, Jordi Punt¨ª, Manuel de Seabra y yo misma- pudimos comprobar esa ya larga tradici¨®n de la cultura catalana: la de saber apreciar en su justa medida los grandes valores de las literaturas extranjeras y recrearlos admirablemente en catal¨¢n.S¨ª, la palabra recreaci¨®n es exacta, porque una buena traducci¨®n literaria no es otra cosa que una nueva creaci¨®n de la obra original. "Traducir un poema es crear otro", dijo Octavio Paz, y su frase es v¨¢lida no s¨®lo para el poema, sino tambi¨¦n para la narraci¨®n y la novela, aunque algunos lo niegan. El elogio a los traductores catalanes habr¨¢ que extenderlo tambi¨¦n a los editores barceloneses, por lo menos en la tarea de publicar autores extranjeros: publicar dietarios como el de Gombrowicz, poemas de H?lderlin o de Dante y Petrarca, teatro de Racine, Ch¨¦jov o Pirandello, novelas provenientes de culturas tan lejanas como la japonesa, la ¨¢rabe o la albanesa y autores cl¨¢sicos griegos y latinos como Hes¨ªodo, Catulo -?en dos traducciones distintas!- y Plauto son actos heroicos por parte de los editores porque el coste de la traducci¨®n y de la edici¨®n generalmente supera el beneficio obtenido por las ventas.
La obra que obtuvo el premio es el Dietari del polaco Gombrowicz, magn¨ªficamente traducida por Jerzy Slawomirski y Anna Rubi¨®, un texto lleno de giros, bromas, invectivas, neologismos y sarcamos, todos intraducibles. Los finalistas no tienen menos m¨¦rito: se trata de L'arxip¨¨lag, Flegies, de H?lderlin, traducida por Jordi Llovet, que ha seguido la m¨¦trica original, el hex¨¢metro y el d¨ªstico elegiaco; Fedra, de Racine, por Modest Prats; y Cartes d'aniversari, de Ted Hughes, por Josep M. Fulquet i Pauline Ernest.
En el traslado de un ¨¢mbito cultural a otro hay que tener en cuenta la fidelidad, pero no tanto a cada palabra como m¨¢s bien al esp¨ªritu de la obra, a la atm¨®sfera, al pensamiento del libro que se traduce, al estilo, al ritmo. Una traducci¨®n bella siempre es fiel, es cierto, pero m¨¢s a la obra que a cada una de sus palabras; cuando una traducci¨®n es absolutamente literal resulta desprovista de vida, es fr¨ªa, impersonal, r¨ªgida. El escritor de origen ruso Vlad¨ªmir Nabokov tradujo la novela Evgueni Oneguin, de Puchkin, al ingl¨¦s de manera absolutamente literal ("lo he sacrificado todo a mi ideal de traducci¨®n literal: la elegancia, la claridad, el buen gusto e incluso la gram¨¢tica", dice) y fracas¨® porque, as¨ª, permiti¨® que se perdiera lo esencial: el encanto de la novela.
El escritor Jorge Luis Borges dijo: "Ning¨²n problema es tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone una traducci¨®n". Ese misterio de las letras es efectivamente un elemento esencial de la literatura. Un traductor debe ser consciente de ¨¦l; s¨®lo as¨ª, de un poema se puede crear otro, seg¨²n el ideal de Octavio Paz. Y los traductores al catal¨¢n han demostrado ser grandes recreadores. Siempre habr¨¢ que agradecerles que nos permitan leer aquello que sin ellos nos ser¨ªa inaccesible.
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