?C¨®mo brilla el lucero del alba!
Cuando entras en la iglesia de Santa Mar¨ªa de L¨¹beck sientes en la espalda un extra?o escalofr¨ªo. L¨¹beck, junto al B¨¢ltico, es una ciudad hermosa, donde la luz tiene una naturaleza sorprendentemente clara y pr¨ªstina. Y aquella iglesia de Santa Mar¨ªa, desprovista de toda la imaginer¨ªa cat¨®lica, resulta particularmente deslumbrante: sus alt¨ªsimas paredes, de un g¨®tico rudimentario, aparecen desnudas y encaladas de blanco, reforzando un estado de pureza absoluto. S¨®lo el inmenso ¨®rgano en el coro, rompe la serena majestuosidad del conjunto: barroco y dorado, parece el esqueleto de un extra?o animal engastado en el muro, que tan s¨®lo cobra voz -que tan s¨®lo ruge- cuando el organista as¨ª lo dispone. L¨¹beck es una ciudad de una belleza especial, y aquella Santa Mar¨ªa (Marienkirche) produce a los amantes del arte una sensaci¨®n de emoci¨®n y de perezosa laxitud, como cuando se culmina alg¨²n tipo de peregrinaci¨®n. Porque en aquel ¨®rgano, porque en aquella iglesia, tuvo lugar el encuentro entre Johann Sebastian Bach y el que entonces era el mayor organista de todos los tiempos: Dietrich Buxtehude.Johann Sebastian Bach ten¨ªa entonces diecinueve a?os, Buxtehude sesenta y nueve. Nunca sabremos la primera impresi¨®n que caus¨® en el anciano aquel muchacho que hab¨ªa acudido desde Arnstadt con la exclusiva intenci¨®n de escuchar su m¨²sica. Es de suponer que, al menos, sentir¨ªa curiosidad: ?s¨®lo por oirlo hab¨ªa caminado m¨¢s de 400 kil¨®metros! Incluso un anciano algo hura?o como Buxtehude debi¨® sentirse halagado. Lo que no sab¨ªa es que Bach era un excelente andar¨ªn; en sus marchas combinaba los dos est¨ªmulos principales que caracterizan a cualquier corredor de fondo, la ambici¨®n y la tenacidad. Como cuenta Klaus Eidam, en su libro La verdadera vida de Johann Sebastian Bach, recientemente publicado para conmemorar los doscientos cincuenta a?os de la muerte del compositor (Siglo XXI editores), aquel "Bastian" ten¨ªa la costumbre de viajar a pie, y estaba acostumbrado a visitar desde Arnstadt a su hermano en Eisenach ("cuarenta kil¨®metros son el l¨ªmite para un buen d¨ªa de marcha, si uno es buen andar¨ªn" nos puntualiza Eidam). Por tanto, Bach anduvo durante diez dias, a una marcha de cuarenta kil¨®metros diarios, para escuchar en aquella Marienkirche las notas m¨¢gicas que cada tarde arrebozaban ese ambiente cargado de pietismo y m¨²sica.
En cambio, s¨ª que intuimos la impresi¨®n que le caus¨® al maestro de L¨¹beck escuchar la interpretaci¨®n de ¨®rgano de aquel muchacho. Como sucediese dos a?os antes, cuando otro joven llamado Georg Friedrich H?ndel le visit¨®, le ofreci¨® su puesto, a cambio de seguir con la tradici¨®n que mandaba que el sucesor del organista se casase con la hija de ¨¦ste. La se?orita Buxtehude, que ten¨ªa la ya abultada edad de veintiocho a?os, hac¨ªa tiempo que hab¨ªa perdido la esperanza del matrimonio, y hab¨ªa ganado, en cambio, muchos m¨¢s kilos de los deseables. Johann Sebastian Bach deshizo en un momento uno de los sue?os m¨¢s bellos de todos los mel¨®manos... Porque ?hasta d¨®nde hubiese llegado el ingenio del m¨²sico m¨¢s grande de la historia si durante aquellos tiernos a?os hubiese sido aleccionado por el m¨¢s grande organista de todos los tiempos!
En cualquier caso, Bach sac¨® buen fruto de esa caminata que dur¨®, al menos, veinte dias (diez de ida y diez de vuelta): veinte dias de frio y barro, atravesando las ins¨ªpidas extensiones de abedules de Hamburgo, y las agrestes monta?as de Harz, recubiertas de frondosos e inquietantes bosques de abetos, piceas y hayas. Quiz¨¢, por eso, no ha habido m¨²sico m¨¢s tenaz que aquel esforzado andar¨ªn... Frente a la prodigiosa facilidad de Mozart, a la tumultuosa creatividad de Beethoven, a la pl¨¢cida y casi diletante obra de Haydn o a la depresiva e inestable vida de H?ndel, en Bach sorprende, por encima de todo, la tenacidad, el esfuerzo, la dimensi¨®n de su obra. Klaus Eidam, en su biograf¨ªa, narra como de ni?o Bach sustra¨ªa la carpeta en la cual su hermano guardaba las partituras de clave de los m¨¢s famosos compositores del momento, y c¨®mo, durante seis meses, a la luz de luna para no ser descubierto, copi¨® una a una todas las composiciones. "Es preciso intentar comprender lo que esto significaba para un chico de once a?os -nos recalca Eidam- Hab¨ªa que conseguir papel pautado, afilar plumas de ganso, atender a calendario y tiempo. (No hab¨ªa siempre luna, y si adem¨¢s estaba nublado estar¨ªa demasiado oscuro). Los chicos de esa edad necesitan dormir, pero ¨¦l ten¨ªa que vigilar hasta que todos los dem¨¢s se hubieran retirado a descansar, recuperar sus utensilios del alf¨¦izar de la ventana, ir de puntillas hasta el armario, sacar el cuaderno con cuidado y escribir con esa pobre luz, mientras la luna fuera propicia. (...) Un texto puede escribirse casi con los ojos cerrados; pero las notas tienen que ser colocadas con exactitud en el pentagrama, entre cinco lineas, una justamente detr¨¢s de otra, con sus diferentes valores, sus accidentes y sus marcas de comp¨¢s".
Convendr¨¢n que, tras esta descripci¨®n, los ochocientos kil¨®metros (si se suman ida y vuelta) que recorri¨® a pie para visitar a Buxtehude casi parecen balad¨ªes. Bach -que se qued¨® ciego los ¨²ltimos a?os de su vida, quiz¨¢ a consecuencia de aquellos excesos- pas¨® en su ni?ez muchas noches en vela... Por eso cuando se visita su casa natal (Bachhaus), en Eisenach, resulta tan entra?able ver en la exposici¨®n su primera partitura manuscrita, un pr¨®logo coral, que lleva el significativo titulo de "?C¨®mo brilla el lucero del alba!". Sin duda, Johann Sebastian Bach, desde su tierna infancia, lo vio -y lo hizo- brillar m¨¢s que nadie.
Mart¨ª Dom¨ªnguez es escritor.
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