Los botos blancos de Escudero
Pues s¨ª. Hay un estilo Joaqu¨ªn Cort¨¦s, depurado, personal. Su espect¨¢culo es un verdadero musical de gran calado, casi impecable en lo t¨¦cnico (a pesar de un tel¨®n de fondo abierto en pabell¨®n de manera dom¨¦stica y de unos farolillos minimalistas demasiado caseros), que reposa todo el tiempo sobre la eficacia y responsabilidad de sus botos de baile, que cuando se vuelven blancos son los de Vicente Escudero (existe un filme hist¨®rico). Desde el vallisoletano, nadie ha marcado tan fuertemente el baile viril espa?ol hasta Cort¨¦s. Quiz¨¢ no siente escuela, pero hay un antes y un despu¨¦s.Ahora Joaqu¨ªn Cort¨¦s aparece en escena muy esmerado, su baile est¨¢ m¨¢s limpio que nunca, es preciso y precioso, geom¨¦trico. No valen para ¨¦l los topicazos de siempre (que si jondura, que si solera, que si duende, esas cosas). Mejor. Su danza es nueva en sentido est¨¦tico, y en lo formal, virtuosa. Sabe lo que hace. Va derecho a su menester de gran solista con energ¨ªa sobrada y un control corporal que le permite hasta bandear una bata de cola prolongaci¨®n simb¨®lica de su anterior Pasi¨®n, una desinencia que en sus poses se vuelve escultura, a veces de amargo reclamo antiguo, con belleza dram¨¢tica, que es lo que persegu¨ªa: evocaci¨®n de las grandes divas de anta?o, un perfume interior, sagrado.
Armani
Giorgio Armani tambi¨¦n ha mejorado lo suyo en estos trajes; se nota la experiencia, pues la ropa de baile tiene sus reglas (recientemente dio otro recital de costura teatral para John Neumeir en Hamburgo), y aqu¨ª borda l¨ªneas, favorece encuadres, da con el color un acento solemne y adecuado del grana al blanco.
Cort¨¦s se permite iron¨ªas con el mundo del toreo, lo hace sin exceso, y luego regala un baile de banderillas que trae mucho poso (a se?alar, las boleras herencia de Pericet, las poses de quite, las cunas rapid¨ªsimas: una delicia de danza vern¨¢cula llevada al futuro). Hubo un n¨²mero de acento neog¨®tico, tan actual, con levita a un viento terral que sal¨ªa del p¨²blico. Los n¨²meros del cuerpo de baile est¨¢n bien concebidos. No quieren sentar c¨¢tedra cor¨¦utica, sino que cumplen su cometido coral de arropamiento, y las 11 muchachas est¨¢n sembradas, pues all¨ª se les exige concierto y canon, comp¨¢s y aire.
El espect¨¢culo crece por s¨ª solo en su intenci¨®n, un recital que encadena el baile protagonista hasta llegar al final: La Habana de los treinta. Se sue?a con la foto de Evans del mulato chuleta callejero de impecable blanco. Armani viste a todos de riguroso Obbatal¨¢; ni los calcetines se libran del nuclear inmaculado, como debe ser en el santo, y as¨ª, bolero criollo y guanguanc¨® negro calientan el fin de fiesta. No se olvidan, sin embargo, el martinete inicial, tan seco y fuerte; la sole¨¢ llevada al extremo... Todo lo que quiera hacer, en su baile, puede. Y ser¨¢ pol¨¦mico como lo fue Escudero. Es parte del valor, es parte del virtuosismo.
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