Cabrera
La suya no es la imagen de un h¨¦roe de leyenda. Le traiciona su mirada miope y las gafas de culo de botella que ¨¦l ajusta con gesto nervioso presionando el puente con los dedos ¨ªndice y pulgar de su mano derecha. Sin embargo, en su momento no desaprovech¨® la oportunidad de sacar m¨¢s pecho que Ruiz-Gallard¨®n cuando el presidente de Madrid le relat¨® sus proezas en la Brigada Paracaidista. Ruiz-Gallard¨®n hab¨ªa sido alf¨¦rez en esa unidad, realizando un total de 11 saltos; ¨¦l hab¨ªa llegado a capit¨¢n y se lanz¨® 70 veces en paraca¨ªdas. Esa conversaci¨®n sobre haza?as b¨¦licas fue quiz¨¢ la que rompi¨® el hielo entre el jefe del Ejecutivo auton¨®mico y Jos¨¦ Cabrera, un m¨¦dico del Instituto de Toxicolog¨ªa que hace a?os dej¨® el Ej¨¦rcito para practicar la medicina a tumba abierta. Estando en ese instituto le lleg¨® el encargo de dirigir la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid, cuyo anterior gerente dio pruebas de su manifiesta incapacidad de reacci¨®n ante aquella rebeli¨®n de toxic¨®manos provocada por el cerco a los poblados de la droga.Dos a?os despu¨¦s de coger los mandos, Cabrera ha demostrado que tiene iniciativa y empuje sobrado para afrontar el reto asistencial que la instituci¨®n exige. S¨®lo alguien como ¨¦l hubiera sido capaz de manifestar p¨²blicamente que le importaba un pito lo que dijera el alcalde cuando ?lvarez del Manzano se puso exquisito con lo de las narcosalas. Me consta que Cabrera no pretend¨ªa molestar ni contrariar al regidor madrile?o, simplemente dijo lo que en aquel momento sent¨ªa. Y es que el gerente de la Agencia Antidroga tiene ese punto de osad¨ªa que le convierte en uno de los pocos personajes interesantes del panorama pol¨ªtico y social de la regi¨®n. Su defensa a ultranza del proyecto de instalaci¨®n de "salas de venopunci¨®n" (como ¨¦l prefiere que se las denomine) no responde a impulsos profesionales de car¨¢cter suicida, ni tampoco a un af¨¢n de protagonismo, sino a la convicci¨®n profunda de que cualquier propuesta asistencial para los yonquis ha de pasar necesariamente por sacarles de los barrancos y las alcantarillas. Es perfectamente consciente de que proporcionar a los adictos a la hero¨ªna un lugar digno y aseado donde inyectarse la papelina le garantiza el rechazo de quienes prefieren esconder la basura debajo de la alfombra. As¨ª, y frente a los discursos manidos pretendidamente complacientes y casposos tan habituales en su campo, Jos¨¦ Cabrera articula un verbo rompedor en el que fluyen los t¨¦rminos rotundos a borbotones.
El jueves 9 de marzo, tres d¨ªas antes de las elecciones y en las v¨ªsperas de la presentaci¨®n oficial del proyecto de las narcosalas, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar era entrevistado en un programa radiof¨®nico de ¨¢mbito nacional. El presentador pregunt¨® qu¨¦ opini¨®n le merec¨ªa la idea y pill¨® al presidente en calzoncillos. "No creo que sea una iniciativa muy positiva", le respondi¨®. El proyecto parec¨ªa sentenciado. Sin embargo, aquel mismo d¨ªa, tras descartar la suspensi¨®n del acto de presentaci¨®n, alguien zanjaba el asunto con frase lapidaria: "Ese chico de La Moncloa rectificar¨¢".
En la primera semana del mes de mayo abrir¨¢ sus puertas en el poblado maldito de Las Barranquillas el primer espacio p¨²blico dise?ado para el consumo de estupefacientes. Una experiencia cargada de inc¨®gnitas que Cabrera no ignora. ?l sabe que hay demasiados contrarios con la escopeta cargada esperando cualquier fallo en la f¨®rmula y que ser¨¢ complicado el d¨ªa en que un toxic¨®mano muera en la cabina de una narcosala. Su etapa profesional de forense ya familiariz¨® a Cabrera con la muerte y el paso por el Ej¨¦rcito le permiti¨® conocer a personajes como el teniente coronel Tejero y otros golpistas del 23-F, de cuya integridad f¨ªsica se ocup¨® en calidad de teniente m¨¦dico de la prisi¨®n de Alcal¨¢. All¨ª les vio presumir de su buena salud mientras les montaban en el patio una piscina prefabricada para aliviar la can¨ªcula. Como psiquiatra, en cambio, atendi¨® en el penal de Oca?a a Sito Mi?anco, capo del narcotr¨¢fico gallego. ?l fue quien le mostr¨® la aut¨¦ntica dimensi¨®n del negocio de la droga cuando, tras rogarle Cabrera que no vendiera a otros reclusos los antidepresivos que le dispensaba, Mi?anco le contest¨® que sus negocios eran de 5.000 millones. Negocios cuyos dram¨¢ticos estragos Cabrera trata parad¨®jicamente ahora de aliviar. La vida es pura iron¨ªa.
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