Desgracias ajenas
Antes los ni?os jug¨¢bamos a llamar a los timbres de las puertas y salir corriendo. Era un juego de pueblo, sab¨ªamos qui¨¦n viv¨ªa en cada casa y lo que quer¨ªamos era burlarnos de la vecina conocida, levantarla de la siesta o sacarla de la cocina, que se molestara en abrir la puerta y se quedara mirando a un lado y otro de la calle con cara de desconcierto mientras nosotros la observ¨¢bamos ocultos en alg¨²n sitio. A veces, muchas, la vecina imaginaba qui¨¦n estaba detr¨¢s de la llamada y gritaba como loca al vac¨ªo: "!Mucho cuidado conmigo, que s¨¦ qui¨¦nes sois, y la pr¨®xima vez os pillo y os vuelvo la cara del rev¨¦s!". Eso era precisamente lo que nos gustaba m¨¢s, ese ligero escalofr¨ªo que sent¨ªamos al estar ocultos y o¨ªr la amenaza de un adulto fuera de s¨ª. Los ni?os son fuertes cuando traman sus bromas a los adultos, pero muy d¨¦biles cuando ¨¦stos les sorprenden con un asomo de brutalidad. Los mayores nos asustaban con el hombre del saco, y lo que verdaderamente te asustaba de aquel desconocido con un enorme saco al hombro es que present¨ªas que si alguna d¨ªa aparec¨ªa en tu camino, se te acercaba y te pon¨ªa la mano en el hombro es que ser¨ªas incapaz de negarte a seguirle, a ser devorado por ¨¦l.Hay algo de estremecedor cuento infantil en ese ni?o que la semana pasada, en Motril, se equivoca de puerta y, en un acto tan trivial como es ese, da un paso definitivo en su peque?a historia, el paso que separa la vida de la muerte. A lo mejor en un primer momento se quedar¨ªa desconcertado, tal vez luego pensara en que deb¨ªa salir corriendo, pero no pudo, y un ser de ojos terribles le clav¨® un cuchillo en el coraz¨®n y al ni?o el dolor se le fue perdiendo al mismo tiempo que perd¨ªa la sangre y la consciencia.
Me acuerdo de lo terrible que me pareci¨® cuando, hace muchos a?os, ten¨ªa fuertes convicciones y poco conocimiento de la vida, un psiquiatra me habl¨® de la irresponsabilidad con la que se defend¨ªa que todos los enfermos mentales pod¨ªan convivir adaptados al resto de la sociedad. Me hablaba no s¨®lo del peligro que pod¨ªa suponer para otras personas, sino del sufrimiento que ellos mismos padec¨ªan por el hecho de estar enajenados. La locura no es algo rom¨¢ntico, la locura verdadera es desesperaci¨®n. Tambi¨¦n me hablaba de la vida de los familiares de esos enfermos, truncada por el desasosiego continuo, por el miedo a que su ser querido hiciera algo terrible a alguien o se lo hiciera a s¨ª mismo. En aquel momento, esa idea del hospital psiqui¨¢trico me parec¨ªa absolutamente cruel, tal vez porque no se hab¨ªan conocido m¨¢s hospitales psiqui¨¢tricos que los manicomios donde se trataba a los locos con una brutalidad que por no entender les imped¨ªa rebelarse contra ella.
Pero si uno atiende a las peticiones de ayuda o de socorro de algunos familiares de enfermos, porque muchas veces son los familiares los que alertan a las instituciones del peligro que supone esa persona a la que se sienten incapaces de controlar, est¨¢ claro que algo falla, algo falla en la asistencia que deber¨ªan recibir. Estas desgracias siempre parecen ajenas. A menudo el escritor de columnas cree que lo progresista es defender la ausencia de l¨ªmites, cuando hay veces que los mismos enfermos est¨¢n deseando tenerlos para sentirse m¨¢s cuidados y m¨¢s queridos. Siempre parece que estas cosas les ocurren a otros, pero de pronto te llama un amigo que se acaba de comprar un piso y te cuenta que en el piso de abajo hay un perturbado mental que pega a su madre y que amenaza a la gente que pasa por su rellano (es una escalera de gente modesta, como suele ocurrir en estos casos). Los vecinos denuncian la situaci¨®n a los servicios sociales, o se acercan a la comisar¨ªa para dar parte de una agresi¨®n. Nada puede hacerse. Un buen d¨ªa, mi amigo es agredido por este individuo con una ferocidad tan irracional que llega a la conclusi¨®n de que lo ¨²nico inteligente que puede hacer es poner el piso en venta. Cada vez que viene alg¨²n posible comprador reza para que el loco no salga a la escalera. Hay suerte y lo vende y la pesadilla comienza para otro inocente. Como siempre, el problema se multiplica para la gente modesta, a la que si se le contara que la desaparici¨®n de los psiqui¨¢tricos viene de una idea progresista pensar¨ªa que esta vida es una gran tomadura de pelo.
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