Esperando a los 'veteranos' de Mugabe
ENVIADO ESPECIALLa granja Rumani, a unos 40 kil¨®metros al noreste de Harare, bulle de nerviosismo. Acaba de ser ocupada por centenares de supuestos veteranos llegados de madrugada desde Domboshawa, una aldea pr¨®xima. Russell es el capataz de esta plantaci¨®n, un blanco de ojos azules; conduce un todoterreno en direcci¨®n a la capital de Zimbabue y no desea hablar. Parece preocupado y tiene prisa por alcanzar Harare. A la derecha de un camino de tierra roja, al otro lado de un hermoso lago donde algunas personas tratan de pescar un bocado, se halla la granja Chibvuti, tambi¨¦n invadida en las ¨²ltimas horas. Desde esa senda polvorienta se distinguen n¨ªtidas las casas de adobe de los obreros y el movimiento de los veteranos.
No hay destrucci¨®n a¨²n, pero s¨ª miedo. Wonder, un negro que supervisa las plantaciones de tabaco de Rumani, comenta: "?ste es el momento m¨¢s peligroso; ellos acaban de llegar y nos han comunicado que quieren un trozo de esta tierra para labrar. Russell les ha dicho que debe consultar con el patr¨®n y que ma?ana les dar¨¢ la respuesta. Si quedan satisfechos con la oferta, no pasar¨¢ nada. Si no, todo esto comenzar¨¢ a arder".
Estamos en un claro en el centro de Rumani, una granja de 220 hect¨¢reas que cultiva tabaco, ma¨ªz y pimienta, y posee abundante ganado vacuno. Los trabajadores se mueven cansinos bajo la solana. Apenas se ven mujeres o ni?os. En torno a Wonder se arremolinan cuatro o cinco curiosos que intervienen en la charla. Sam, el m¨¢s joven, es el m¨¢s apasionado con la causa de Mugabe: "Estoy de acuerdo con las ocupaciones, hay que repartir la tierra entre todos". Es carpintero y no destila felicidad con los 1.500 d¨®lares locales (m¨¢s de 8.000 pesetas) que cobra al mes. Wonder, en cambio, defiende otra opini¨®n; admite que es necesaria la reforma agr¨ªcola, pero no mediante la invasi¨®n de los terrenos: "Hay que negociar".
Al otro lado del lago, en la finca vecina de Chibvuti, los veteranos, unos 200, aguardan impacientes la oferta de Russell. No cantan ni profieren proclamas, pero a veces se escuchan sus tambores. Les han tra¨ªdo v¨ªveres por orden de Russell para evitar que maten a las vacas. "No os recomiendo ir a verles ahora, est¨¢n alterados y pueden reaccionar mal. Sois los ¨²nicos dos blancos en estas fincas", afirma Wonder. Tal vez tenga raz¨®n. Unos kil¨®metros m¨¢s al norte, desde otra plantaci¨®n a¨²n no ocupada pero en la que sus propietarios viven aterrorizados y exigen no ser identificados, se distingue tras el valle la granja de Atlanta, la que fue asaltada el jueves por una turba de seguidores de Chenjerai Hunzvi, alias Hitler, que destruyeron la cosecha de tabaco y las viviendas de los trabajadores, y tirotearon o machetearon a los animales de compa?¨ªa. La due?a de la plantaci¨®n no ocupada, una mujer alta y rubia que declara haber nacido en Zimbabue, se?ala con el ¨ªndice la casa destruida de los due?os de Atlanta. "?Qu¨¦ clase de personas pueden hacer esto?". "Llevo varios d¨ªas sin dormir", relata. "Sabemos que cualquier ma?ana pueden aparecer por aqu¨ª. Es mentira lo que proclama Hunzvi ; ¨¦stas no s¨®lo prosiguen, sino que se han hecho mucho m¨¢s violentas".
Poco antes de la llegada de la due?a de esta granja a¨²n no ocupada, su guarda, un negro, admit¨ªa su desasosiego. "Estamos preparados. S¨¦ que todos acabaremos por huir". Asegura que las ocupaciones son pol¨ªticas y que durar¨¢n hasta las elecciones. Es una opini¨®n extendida. Desde lo alto de la casa no s¨®lo se divisan el valle y parte de la finca Atlanta: tambi¨¦n, el camino por el que vendr¨ªan los veteranos.
En Rumani, mientras, los trabajadores hacen c¨¢balas con su destino. En algunas fincas, los veteranos han destruido todo, arruinando las vidas de los obreros (la patronal de los granjeros calcula que m¨¢s de 500.000 personas viven de los sueldos que producen las granjas); en otras, los seguidores de Hitler han convivido con los empleados permiti¨¦ndoles trabajar. Cada caso es diferente. Ayer, por ejemplo, la polic¨ªa actu¨® por primera vez desde el estallido de la crisis para rescatar a Ian Miller y Chris McGraw, dos colonos que hab¨ªan sido secuestrados en Bindura (noreste), mientras eran sometidos a una especie de juicio popular.
En la reuni¨®n del jueves entre Mugabe, Hunzvi y la asociaci¨®n de granjeros, el presidente de Zimbabue ofreci¨® a los colonos el final de las invasiones violentas a cambio de un cese de la propaganda en las fincas en favor del Movimiento para el Cambio Democr¨¢tico (MCD), principal grupo de la oposici¨®n. "Es un chantaje", sostiene un analista extranjero, "pero esta estrategia de intimidaci¨®n ya ha comenzado a funcionar. La gente teme expresar su opini¨®n". La violencia de los asaltos est¨¢ vinculada a la ideolog¨ªa de sus due?os. Aquellos que simpatizan o son miembros activos del MCD sufren la peor suerte, como el granjero David Stevens, asesinado hace ocho d¨ªas en Marondera. Esta agitaci¨®n se ha extendido a la prensa: un equipo de la televisi¨®n canadiense fue apedreado el jueves, un c¨¢mara de Associated Press golpeado y otros han sufrido el acoso de los veteranos. Ayer, una bomba casera explot¨® a unos metros de la sede del principal peri¨®dico opositor, The Dailiy News, en Harare, aunque el ataque s¨®lo da?¨® una galer¨ªa de arte contigua.
Tras la cumbre de Victoria Falls, donde Mugabe recibi¨® un cierto respaldo p¨²blico de sus hom¨®logos de Sur¨¢frica, Thabo Mbeki (con un problema de tierra propio), y Mozambique, Joaquim Chissano, el futuro inmediato es una inc¨®gnita que s¨®lo Mugabe puede despejar. Y ¨¦se es el principal obst¨¢culo: depende de ¨¦l.
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