La aventura del idioma JORGE EDWARDS
(...) Si alguien me hubiera anunciado, cuando empec¨¦ a escribir versos y fragmentos de prosa en cuadernos escolares, que alg¨²n d¨ªa recibir¨ªa un premio con el nombre de Miguel de Cervantes, y que lo recibir¨ªa de las manos del Rey de Espa?a en persona, no s¨®lo me habr¨ªa costado mucho creerlo; habr¨ªa tenido que decirme, adem¨¢s, que la vida puede ser una aventura inesperada y enteramente extraordinaria. La concesi¨®n de este premio es un honor insigne y que me conmueve en forma profunda. Tambi¨¦n, y as¨ª lo comprend¨ª desde el primer instante, es un reconocimiento que se hace a trav¨¦s m¨ªo de la literatura chilena en su tradici¨®n y en su rica diversidad. Es el homenaje a una rama de la literatura del idioma que comienza con don Alonso de Ercilla, uno de los primeros espa?oles chilenizados, conquistador conquistado, que sigue con maestros coloniales como Alonso de Ovalle y Manuel de Lacunza, que contin¨²a con Vicente P¨¦rez Rosales y Alberto Blest Gana, figuras se?eras de nuestro siglo XIX, que llega hasta Pablo Neruda, Jos¨¦ Santos Gonz¨¢lez Vera y Nicanor Parra, hasta Jos¨¦ Donoso y Jorge Teillier, entre muchos otros, y que todav¨ªa no termina. (...) La literatura es un espacio mental, una corriente, un r¨ªo invisible que corre por el interior de todos nosotros, y la de Chile es una nota particular dentro del gran conjunto hisp¨¢nico (...).Debo decir que nunca estuve destinado por las circunstancias, por mi formaci¨®n, por el ambiente en el que me toc¨® crecer, a convertirme en un autor de artefactos verbales en verso o en prosa. En el Colegio de San Ignacio de mi ni?ez (...) predominaba todav¨ªa lo peor del gusto est¨¦tico de fines del siglo XIX. (...) Hab¨ªa, sin embargo, signos, indicios dispersos, y que apuntaban en otras direcciones, aun cuando todav¨ªa no sab¨ªa interpretarlos. (...) En aquellos mismos tiempos, una vieja t¨ªa abuela, lectora infatigable, conspiradora familiar, me llevaba a un lado y me mostraba las portadas de las novelas de otro sobrino suyo, Joaqu¨ªn Edwards Bello. "?No sabes que tienes un pariente escritor?", me preguntaba. Yo lo sab¨ªa en forma confusa, y s¨®lo ten¨ªa la imagen de un personaje m¨¢s bien estrafalario (...).
Tres o cuatro a?os despu¨¦s, en una casa de lo que ya se llamaba el barrio alto, el due?o, un arquitecto avanzado para el Chile de esos tiempos, se acerc¨® al grupo de adolescentes del que yo formaba parte y nos present¨® a un poeta de voz nasal, de tez aceitunada, vestido con un traje de gabardina de color verde botella. Era una casa diferente de todas las que hab¨ªa visto antes, con un cuadro del entonces joven Roberto Matta encima de un piano de cola negro, con dos dibujos de Pablo Picasso en una esquina. A la edad de ustedes, nos dijo el poeta, cuyo nombre, Pablo Neruda, sonaba tan extra?o como su voz, yo estudiaba matem¨¢ticas en un banco del Cementerio General, debajo de grandes magnolias, y le ten¨ªa un miedo-p¨¢nico a los ex¨¢menes... Ya conoc¨ªa el primero de sus Veinte poemas de amor, otro de mis textos de iniciaci¨®n, y devor¨¦ cada una de sus palabras como un man¨¢. Pasaron a?os, sin embargo, antes de que supiera del miedo a las matem¨¢ticas de uno de sus maestros, uno de los grandes sudamericanos de lengua francesa, el conde de Lautr¨¦amont: "?Oh, matem¨¢ticas severas!".
Ahora bien, por aquellos d¨ªas hab¨ªa aparecido en mis programas de estudios un texto curioso, una "obrecilla que se me cay¨® de las manos", como explicaba su autor citando a fray Luis, el Manual de t¨¦cnica literaria de don Eduardo Solar Correa. Don Eduardo era un fantasma de aquellos a?os: un caballero de patillas y de polainas, que hac¨ªa revolotear su bast¨®n por los terraplenes de la antigua Alameda de las Delicias y que era blanco de toda clase de chirigotas y de bromas escolares. Pues bien, a pesar de su aura estrafalaria, don Eduardo ten¨ªa (...) un gusto literario impecable. Empec¨¦ a seguir sus ejemplos de figuras literarias, de cl¨¢usulas r¨ªtmicas, de formas m¨¦tricas, y me vi sumergido sin saberlo en la gran corriente, en la gran aventura de la lengua, en el r¨ªo invisible. (...).
Me descubr¨ª empe?ado en buscar por bibliotecas, librer¨ªas, desvanes, (...) poemas de G¨®ngora, de don Francisco de Quevedo, de Garcilaso, de Argensola y fray Luis de Le¨®n. Y desemboqu¨¦ pronto en la prosa de la generaci¨®n del 98. Azor¨ªn y Unamuno, sensibilidades opuestas, en cierto modo complementarias, me acompa?aron de diferentes maneras, y aqu¨ª puedo dar un peque?o ejemplo de parodia, en mi viaje al coraz¨®n de Cervantes. Los ejemplos de don Eduardo Solar Correa, en buenas cuentas, hab¨ªan sido como las breves notas musicales que anuncian un destino, como el primer comp¨¢s de una Quinta Sinfon¨ªa literaria. Y la literatura, tan remota en un principio, tan ajena, fue la tarea a la que nadie, precisamente, me hab¨ªa destinado, y que asum¨ª a pesar de todo y contra casi todos.
Llegu¨¦ a El Quijote, como digo, de la mano de sus grandes ex¨¦getas del 98, y encontr¨¦ en ese libro algo que despu¨¦s no he encontrado en ning¨²n otro autor. (...) Algo que Cervantes s¨®lo comparte, quiz¨¢s, con Shakespeare, aunque de otra manera, de un modo m¨¢s fantasioso, m¨¢s a¨¦reo, m¨¢s bromista: un elemento de compasi¨®n profunda, de humanidad, de iron¨ªa, una distancia que consuela y que redime, transmitidos con una gracia ¨²nica. Los narradores se multiplican, le hacen gui?os al lector, le toman el pelo y a la vez lo cogen amistosamente de la mano y lo llevan en su trayecto narrativo. Los personajes se salen de las p¨¢ginas, se transforman, se contagian unos con otros, en un proceso en que la locura es cordura, en que el disparate es l¨²cido. (...)
Para m¨ª, el gran realismo m¨¢gico de la literatura en lengua espanola, el de una fantas¨ªa superior, es el de la segunda parte de El Quijote, el de la Cueva de Montesinos, el de Clavile?o, el del Caballero de los Espejos. El maravilloso desfile de la imaginaci¨®n medieval en el interior de la Cueva de Montesinos anuncia el desfile del mundo moderno en el Aleph de Jorge Luis Borges. (...) Cervantes es nuestro contempor¨¢neo, como Borges, como Neruda cuando viaja al coraz¨®n de don Francisco de Quevedo, y esto significa que el centro del idioma est¨¢ aqu¨ª, en esta sala, en esta vieja e ilustre universidad, y tambi¨¦n en todos nuestros vastos territorios, desde la Araucan¨ªa de don Alonso de Ercilla y de Neruda hasta el Comala de Juan Rulfo, y desde la meseta polvorienta de don Antonio Machado hasta el Genil de los viejos poetas andaluces. Es un privilegio, un don extraordinario, y una deuda, un compromiso de por vida.
Llego a la conclusi¨®n de que eran locos, estrafalarios, in¨²tiles, pero que de tontos no ten¨ªan nada, aquellos precursores y anunciadores de una vocaci¨®n: el profesor de las polainas con sus ejemplos a menudo deslumbrantes, (...) y la vieja t¨ªa lectora y conspiradora, (...) que parec¨ªa, precisamente, ejemplo de hip¨¦rbole (...); el extremado y apasionado Joaqu¨ªn Edwards Bello, con su genio atrabiliario, y, desde luego, el poeta del traje de gabardina, que parec¨ªa cargar en la voz y en los ojos con el misterio de toda la poes¨ªa del mundo. No supe muy bien en un comienzo de qu¨¦ se trataba, en qu¨¦ consist¨ªa con exactitud aquel llamado a leer y a escribir, y cuando comenc¨¦ a saber ya era tarde. Fue fascinante y, muchas veces, endiabladamente duro e intrincado. Tuve que salir de un orden bien protegido e instalarme en suburbios m¨¢s bien inciertos. Hice muchas cosas, pero siempre la tarea principal (...) fue la de escribir ficciones, o la de introducir en la multiplicidad de los sucesos, en el enigma del pasado, en los recovecos de la memoria, una coherencia, una estructura narrativa que siempre, en definitiva, era imaginaci¨®n, arte de la palabra. Las circunstancias me obligaron a escribir, algunas veces, en contra de la corriente, de la moda, del pensamiento al uso, y trat¨¦ de hacerlo con naturalidad, sin pretensiones, sintiendo que la escritura, antes que nada, es una forma de fidelidad, la exigencia de un acuerdo consigo mismo, y que uno tiene el derecho y quiz¨¢s hasta la obligaci¨®n de transmitir la experiencia a los dem¨¢s. (...)
En conclusi¨®n, s¨®lo tengo motivos para agradecer. Nunca me arrepent¨ª de haber seguido la l¨ªnea exc¨¦ntrica, el llamado cuyas consecuencias no supe calcular en un comienzo y que implicaba internarse por un camino m¨¢s accidentado, m¨¢s escabroso y dificultoso de lo que parec¨ªa a simple vista. En una de sus ¨²ltimas vueltas, sin embargo, me ha conducido hasta aqu¨ª, hasta esta sala llena de memorias ilustres, y les repito que estoy conmovido y que mi agradecimiento es hondo y duradero. Seguir¨¦ en la ruta durante todo el tiempo que pueda quedarme, puesto que se trata, como ya lo he dicho, de un destino, y lo har¨¦ con plena conciencia de que el Premio Miguel de Cervantes, esta gran instituci¨®n de la Espa?a democr¨¢tica y moderna, me dar¨¢ fuerzas para el resto del viaje. (...)
El discurso ¨ªntegro puede leerse en El Pa¨ªs Digital (www.elpais.es)
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