Un inmenso sopor
Con lo que sale habitualmente por esas plazas y soltaron en Sevilla, no hab¨ªa otra opci¨®n: la siesta. Y eso fue lo que ocurri¨®. Cierto es que, en medio del inmenso sopor, aparec¨ªa Eugenio de Mora y se pon¨ªa a torear, lo cual alegraba las pajaritas. Pero terminaba, y volv¨ªa el insoportable aburrimiento, bostezos continuos, alg¨²n ronquido...Protestas por lo que soltaron -un ganado adulterado de cabeza a rabo, probablemente enfermo, puede que borracho como una cuba e impresentable- no hubo ni una. Miradas, s¨ª. Siguiendo las pautas que dictan los celosos custodios del comportamiento exigible en la Maestranza, quienes acatan las reglas se miraban con mala cara sin decir ni p¨ªo. Cerca de tres horas dur¨® el paliz¨®n aquel, con lo que se pasaron cerca de tres horas mir¨¢ndose de trav¨¦s. Deber¨ªan tener cuidado: estar cerca de tres horas dirigi¨¦ndose torvas miradas propicia las peleas. Si contin¨²an las tardes de semejante corte -lo cual es muy probable- puede que se harten de tanta mirada impertinente y acaben a guantazos. Dios quiera que no.
Gonz¨¢lez / Uceda, Mora, Bautista Cuatro toros de Gonz¨¢lez S¨¢nchez-Dalp y dos (3?, devuelto por inv¨¢lido) y sobrero de Manolo Gonz¨¢lez (se rechazaron cuatro en el reconocimiento): sin trap¨ªo, absolutamente impresentables, inv¨¢lidos y descastados, aunque el 2? se comport¨® pastue?o
Uceda Leal: estocada traser¨ªsima baja perdiendo la muleta, rueda de peones, descabello -aviso con mucho retraso- y dobla el toro (algunas palmas); estocada trasera y rueda de peones (silencio). Eugenio de Mora: estocada trasera y larga agon¨ªa del toro sin que empleara el descabello; se le perdon¨® un aviso (oreja); estocada ca¨ªda -aviso- y larga agon¨ªa del toro sin que empleara el descabello (oreja). Juan Bautista: estocada (silencio); pinchazo hondo atravesado, rueda de peones, tres pinchazos, nueva rueda de peones y se tumba el toro (silencio). Plaza de la Maestranza, 24 de abril. 2? corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Dios -ya se sabe- tiene sus caprichos y con la fiesta de los toros se las trae tiesas. En cuanto ve acudir a los cosos una afici¨®n alegre e ilusionada, la condena a la penitencia del sopor inmenso, y no la absuelve hasta que se haya arrepentido de acudir all¨ª.
Todo cuanto sucedi¨® estaba encaminado a prolongar el aburrimiento hasta el infinito. Todo iba despacio o se quedaba en suspenso cual si se hubiese detenido el tiempo. Empez¨® ya en el pase¨ªllo. Llegado ante la presidencia, los matadores rompieron filas mas las cuadrillas no y se quedaron inamovibles en su lugar descanso. Luego se supo que se trataba de una protesta laboral.
Y sali¨® el toro, que era una mona. Y empezaron las ca¨ªdas, y las ver¨®nicas al aligu¨ª, y los arreones de la acorazada de picar ech¨¢ndoles encima a los invalidos cornudillos la inexpugnable empalizada de los percherones forrados con inmensas guatas, sin decoro alguno y sin sentir la menor piedad por aquellas criaturitas del dios penitencial, que hocicaban exang¨¹es la arena o la med¨ªan, perdido el norte de su existencia.
Sin asomo de casta -motor de la agresividad embestidora- los toreros pod¨ªan andarse tranquilos y ensayar moner¨ªas para solaz del p¨²blico alegre e ilusionado. Pero los toreros -se except¨²a Eugenio de Mora- no estaban por la labor. Uceda Leal dej¨® pasar la oportunidad, y gritaba mucho mientras toreaba poco. Venga de vocear jes y jus, en tanto se daba a la monoton¨ªa de los pases sin ligar, a cortar las tandas de manera que siempre las estaba empezando. De tal guisa las dos faenas, no logr¨® entretener -menos a¨²n emocionar- al alegre p¨²blico ferial, en tanto hac¨ªa fruncir el ce?o a los celosos custodios de los comportamientos en la Maestranza.
Un grader¨ªo de ce?os fruncidos: cosa de ver. Quienes consegu¨ªan vencer el sue?o se entreten¨ªan contemplando el panorama, o buscando famosos, que apenas hab¨ªa en la plaza, pues la corrida no era de cartel y clavel.
Curiosidad suscit¨® la presencia de Juan Bautista, muy joven torero franc¨¦s, de buenas maneras y oficio bien aprendido, por si confirmaba en la Maestranza el cr¨¦dito que tra¨ªa de otros pagos. Sin embargo dur¨® poco. Su primer toro lo devolvieron al corral por inv¨¢lido y el sobrero, que padec¨ªa mayor invalidez, se ca¨ªa a cada pase. Y no pudo haber faena. En el sexto, otro in¨²til y descastado ejemplar, aunque tir¨® de repertorio, tampoco suscit¨® ning¨²n inter¨¦s, y termin¨® empeorando su actuaci¨®n con el p¨¦simo manejo de la espada.
Sendos alivios al aburrimiento los aport¨® Eugenio de Mora con sus faenas bien construidas, mejor ligadas y la primera de ellas enaltecida mediante golpes de inspiraci¨®n. Tore¨® Mora muy bien por redondos y los naturales los bord¨®. Pura exquisitez fueron tres tandas instrumentadas desde la templanza y la armon¨ªa. De donde se deduce que en cuesti¨®n de efluvios no tiene la exclusiva Triana pues Mora de Toledo los gasta tambi¨¦n.
La segunda faena de Eugenio de Mora transcurri¨® maciza. Y termin¨® las dos prefiriendo esperar a que doblaran los toros tras largas agon¨ªas, en vez de utilizar el descabello, que se invent¨®, precisamente, para evitarles a los toros semejantes calvarios. Pero el prop¨®sito del diestro estaba en no fallar y obtener las orejas, y lo consigui¨®. Bien para ¨¦l y mal para la afici¨®n que hubo de soportar ese a?adido de tiempos muertos en medio del aburrimiento mortal de la corrida interminable.
Babelia
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