'Elemental, querido Borges'
"En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que viv¨ªa un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, roc¨ªn flaco y galgo corredor". De nuevo las mismas palabras. Eran ya cuatro las notas encontradas con la misma inscripci¨®n. Siempre escritas en el mismo papel acartonado y ocre, como parte de un texto m¨¢s largo, a juzgar por los bordes arrancados, anunciando otras palabras apenas visibles. Siempre la misma letra, altiva y de insecto, escrita con el esmero obsesivo de un cal¨ªgrafo. Siempre depositadas cuidadosamente en el mismo lugar, bien dobladas dentro de la boca para evitar que la saliva del cad¨¢ver empapara la tinta, haci¨¦ndola ilegible. El asesino es met¨®dico, pens¨® Borges, aunque brutal y cruento.De nuevo las palabras, de nuevo otra muerte. Despu¨¦s de tres asesinatos, cuatro ahora, a¨²n no sab¨ªa muy bien cu¨¢l era su papel en todo eso, ni tampoco el mismo comisario Parodi, quien le hab¨ªa llamado tras el hallazgo del segundo cad¨¢ver, ten¨ªa una idea clara de lo que podr¨ªa aportar un profesor de literatura en la investigaci¨®n de la polic¨ªa. "Mire, profesor Borges, qu¨¦ quiere que le diga: los dos sujetos eran editores, los dos ten¨ªan la misma nota con la cita de El Quijote, y usted es, por lo que he podido averiguar, uno de los mayores especialistas en Cervantes. Seguro que algo nos podr¨¢ contar que no sepamos", era todo lo que le hab¨ªa dicho el comisario. Y ah¨ª estaba, inici¨¢ndose en el oficio de detective, aunque con pobres resultados, pues poco o nada hab¨ªa podido aportar despu¨¦s de tres asesinatos, cuatro ya, salvo la obvia hip¨®tesis de que en el resto de las p¨¢ginas de donde parec¨ªan haber sido cortados los trozos de papel contendr¨ªan las siguientes l¨ªneas de la novela. "S¨ª, s¨ª, una olla de algo m¨¢s vaca que carnero, y todo eso, ya tenemos ese dato en cuenta, se?or Borges", le hab¨ªa contestado algo despectivamente Parodi, "pero eso no nos lleva a ning¨²n sitio. ?Por qu¨¦ iba a escribir el asesino m¨¢s palabras de las que pretend¨ªa dar a comer al muerto?".
Y ahora, un cuarto cad¨¢ver, y las mismas palabras. Todav¨ªa no se hab¨ªa acostado cuando recibi¨® la llamada de Parodi avis¨¢ndole de que hab¨ªan encontrado otro editor asesinado, el cuarto en medio a?o. Antes de contemplarlo, Borges ya sab¨ªa c¨®mo iba a estar dispuesto el escenario del crimen, lo hab¨ªa visto ya en demasiadas ocasiones. Siempre la misma escena, aunque var¨ªen el rictus y el nombre de los muertos: el cuerpo del editor, sobre la mesa del despacho; la boca, entreabierta, mostrando apenas el mensaje -ten¨ªa que ser un mensaje, le hab¨ªa dicho Parodi, aunque para qui¨¦n-, la pluma sucia de sangre clavada casi entera en la garganta; el caos de papeles y libros por el suelo, de objetos destrozados, de cajones abiertos y vaciados de urgencia.
Todo era id¨¦ntico y, sin embargo, algo hab¨ªa cambiado. A juzgar por la labor de destrucci¨®n, tambi¨¦n en esta ocasi¨®n el asesino hab¨ªa estado buscando algo en los cajones. No obstante, los anteriores cad¨¢veres hab¨ªan sido descubiertos a la ma?ana siguiente de ser asesinados, y nadia hab¨ªa visto ni o¨ªdo nada. En cambio, esta vez eran las dos de la ma?ana, y la luz el¨¦ctrica daba a la escena un aire distinto, artificioso, como un decorado dispuesto para el p¨²blico que espera tras un tel¨®n a punto de abrirse. Yo s¨®lo soy un personaje m¨¢s, se dijo Borges. El comisario se aproxim¨® a ¨¦l, leyendo sus pensamientos. "Buenas noches, Borges; ya ve, con ¨¦ste hacen cuatro; a este paso nos vamos a quedar sin editores. En fin. Esta vez hay novedades: el guarda jurado ha visto a nuestro hombre, o a parte de ¨¦l. Ayer, cuando se dispon¨ªa a salir del edificio, oy¨® ruidos en el despacho. Creyendo que era el editor, quien le hab¨ªa comentado que ten¨ªa una cita de trabajo a ¨²ltima hora, por lo que se encargar¨ªa ¨¦l de cerrar la puerta exterior, fue hac¨ªa su despacho a comprobar si segu¨ªa all¨ª. Cuando abri¨® la puerta vio al editor muerto sobre la mesa, y a un hombre que saltaba por la ventana a la calle. Lamentablemente, tenemos pocos datos del sujeto, media estatura, gabardina marr¨®n, sombrero...". Parodi call¨® un momento, en el que se dedic¨® a mirar de arriba a abajo a Borges. "Ya ve, con eso no vamos a ninguna parte. Usted y yo podr¨ªamos ser los asesinos con esa descripci¨®n... Lo que s¨ª asegura el guarda es que el tipo salt¨® con las manos vac¨ªas". "?Y qu¨¦ relevancia tiene eso?", pregunt¨® Borges. "Elemental, querido Borges", contest¨® sonriendo el comisario, satisfecho de su gui?o literario, "esta vez nuestro quijotesco asesino no ha tenido tiempo de encontrar lo que buscaba, por lo que, sea lo que sea, debe seguir aqu¨ª, dentro de estas cuatro paredes". "?Se refiere a algo concreto? Yo siempre he pensado que se trataba de un vulgar ladr¨®n, que se har¨ªa con todo lo que tuviera alg¨²n valor". El comisario sonri¨®: "Borges, h¨¢game usted caso, un asesino tan meticuloso, tan amigo de la repetici¨®n, tan creativo, si me permite usted la expresi¨®n, no puede ser un vulgar ladr¨®n. Los editores ten¨ªan algo que ¨¦l quer¨ªa, algo muy concreto, algo suyo, dir¨ªa yo, y hoy, como los d¨ªas anteriores, ha venido a buscarlo...Y d¨ªgame, ?qu¨¦ es lo que pueden tener cuatro editores de un solo sujeto que quiera recuperar a cualquier precio?", pregunt¨® Parodi. "Un libro", contest¨® Borg¨¦s, "el manuscrito de una novela". "Bravo, profesor. ?Y cu¨¢l es la raz¨®n por la que alguien puede odiar a un editor, a cuatro, en realidad, hasta el punto de querer matarlos?". Tambi¨¦n esta vez sab¨ªa Borges la respuesta: "Por haberse negado a publicarle la novela". "Eso es. Ya tenemos un hilo del que tirar: el asesino es un escritor, seguramente novel, que no consigue convencer a los editores de que su novela va a ser un hito en la literatura mundial, algo de lo que ¨¦l, a la vista de sus reacciones, parece estar absolutamente seguro. Y a¨²n dir¨ªa m¨¢s: si no me equivoco, creo que s¨®lo tiene una copia de esa novela, que va pasando de editor a editor y que despu¨¦s, cuando se la rechazan, queda con ellos para recuperarla y para castigarles por su incapacidad para distinguir el grano de la paja, el arte de la basura impresa... ?Qu¨¦ le parece mi hip¨®tesis, Borges?". Borges iba a contestarle, pero Parodi, euf¨®rico, continu¨®: "?Y sabe usted lo bueno?, que esa novela sigue aqu¨ª, en el despacho del editor. Es cuesti¨®n de buscarla. Seguramente estar¨¢ escrito su nombre. ?Qu¨¦ autor dejar¨ªa sin firmar su obra maestra? Pero v¨¢yase a dormir, profesor, que no vamos a ponernos a ello ahora. Retiraremos el cad¨¢ver en cuanto venga el juez y dejaremos todo como est¨¢, con un par de polic¨ªas vigilando a la entrada del edificio. Ma?ana, tranquilamente, inspeccionaremos esto y encontraremos la novela. Son las dos de la ma?ana y a m¨ª nadie me paga las horas extra".
Cuando se hubieron marchado todos, Borges sali¨® del cuarto de ba?o, donde hab¨ªa estado escondido. Una vez en el despacho, no tard¨® mucho en encontrar el manuscrito, estaba donde apresuradamente lo hab¨ªa dejado antes de tener que saltar por la ventana, en el suelo, bajo la silla, casi a la vista de todos. Lo puso sobre la mesa y le ech¨® un vistazo. Como ya sab¨ªa, s¨®lo le faltaba la primera p¨¢gina. Sac¨® una hoja de su malet¨ªn y, con la pluma que le quedaba, comenz¨® a escribir de nuevo, ya por quinta vez, las mismas palabras: "En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme...", continuando hasta hacerlo coincidir con el texto de la segunda hoja. Conoc¨ªa las palabras de memoria, no en vano era la obra a la que hab¨ªa dedicado su vida. A pesar de todo, volver¨ªa a mostrarla una y otra vez, aunque tuviera que reescribir cien veces la primera p¨¢gina, hasta que un editor apreciara su calidad y la publicara. Cuando termin¨®, meti¨® la hoja en su orden, dentro de la carpeta. En ella aparec¨ªa el t¨ªtulo y el nombre del autor, su verdadero nombre:
El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Novela escrita por Pierre Menard.
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