Un arque¨®logo del saber

Estimemos a Juaristi por lo que verdaderamente es: una de las figuras m¨¢s interesantes y singulares de la cultura espa?ola surgida al hilo de la transici¨®n. Su obra tiene caracter¨ªsticas precisas y distintas: erudici¨®n prodigiosa, belleza narrativa, an¨¢lisis inteligentes, iron¨ªa y mordacidad siempre exquisitas, a veces devastadoras. Tiene, adem¨¢s, unidad indiscutible: la obra de Juaristi es una reflexi¨®n cr¨ªtica sobre la mitograf¨ªa (relatos, mitos, tradiciones) de los nacionalismos. En El linaje de Aitor (1987) expuso c¨®mo muchos de los elementos m¨ªticos y legendarios de la identidad vasca que se ten¨ªan por seculares no eran sino invenciones literarias del siglo XIX; en El bucle melanc¨®lico (1997), un ensayo memorable sobre distintas personalidades del nacionalismo vasco (continuado en Sacra N¨¦mesis, 1999), argumentaba que el victimismo nacionalista, nacido de la melancol¨ªa por una patria supuestamente perdida, estaba en la ra¨ªz del irredentismo que inspiraba todo el nacionalismo vasco, del PNV a ETA; en El bosque originario (2000), un libro magistral, estudia los mitos de origen de muchos pueblos, los relatos que legitimaron los or¨ªgenes de grupos, minor¨ªas y culturas (la autocton¨ªa, la territorialidad, la raza o lengua originales, los estereotipos negativos...) y su posible prolongaci¨®n en identidades ¨¦tnicas y nacionalistas actuales. Juaristi ha propuesto, adem¨¢s, una nueva forma de hacer historia que integra la historia de las ideas y la filolog¨ªa, los mitos y la antropolog¨ªa. Sus obras (las citadas y otras) son pura arqueolog¨ªa del saber, contribuciones esenciales a nuestro conocimiento.Culto, mordaz, polemista temible, Juaristi parece desmentir aquello tan conocido de Ortega de que o se hace erudici¨®n, o se hace literatura, o se calla uno. Porque ha hablado con claridad y rotundidad, y ante todo con verdad y coraje inusitados; ha hecho excelente literatura, y asombrosa erudici¨®n.

Las fuentes casi exclusivas de la obra historiogr¨¢fica de Jon Juaristi son los libros. Borges, director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires entre 1955 y 1974, escribi¨®: "Hay gente que no puede imaginar el mundo sin p¨¢jaros. Hay gente que no puede imaginar el mundo sin agua. En cuanto a m¨ª, yo no puedo imaginar un mundo sin libros"; una vez ciego, se figur¨® el Para¨ªso bajo la especie de una biblioteca. Tras su nombramiento -un acierto innegable, una oportunidad extraordinaria-, Jon Juaristi dirigir¨¢ una de ellas, una de las mejores, la Biblioteca Nacional, la misma que Felipe V fund¨® como Biblioteca Real en 1711, y que se instal¨® finalmente (1866-1892) en el paseo de Recoletos, en el edificio que proyectara Francisco Jare?o y prosiguiera Antonio Ruiz de Salces, uno de los mayores edificios construidos en Espa?a en el siglo XIX y uno de los primeros en usar masivamente el hierro, fundamento de sus extraordinarios dep¨®sitos.

El Diccionario de Autoridades de la Real Academia Espa?ola de 1726 dec¨ªa del oficio de bibliotecario, el que ahora asumir¨¢ Juaristi, que "es empleo de mucha estimaci¨®n y confianza, y que requiere mucha erudici¨®n y doctrina para obtenerla". Ortega escribi¨® que la historia del libro equivaldr¨ªa a una verdadera historia del mundo occidental. Si todo eso es as¨ª, si la direcci¨®n de la biblioteca requiere erudici¨®n y doctrina y conocer la historia del libro, la Biblioteca Nacional, que ha tenido un excelente director en Luis Alberto de Cuenca, est¨¢ con Jon Juaristi en las mejores manos: los libros encierran, dec¨ªa Borges, "el tiempo disecado y conservado m¨¢gicamente".