La Huerta... ?Qu¨¦ huerta?
Si, como afirma el profesor Thomas Glick, a la Huerta le quedan quince a?os, o, si para los m¨¢s "optimistas" la Huerta ya ha desaparecido, lo que hay que hacer, como dice el profesor Rossell¨®, es ponerse de acuerdo para expedir el acta de defunci¨®n y proceder al entierro. No faltar¨ªan, en esa ceremonia, las l¨¢grimas de cocodrilo.En ese caso, siempre nos quedar¨¢ un rinconcito rom¨¢ntico en Borbot¨®-Poble Nou, (?o tampoco?) donde se pueda crear un peque?o parque tem¨¢tico, con alquer¨ªa, barraca, hortelano y haca incluidos, para vender a los turistas, porque est¨¢ claro que a los aut¨®ctonos les importa una higa este paraje. Dispondremos, en el chiringuito del parque, de todos los meritorios trabajos de investigaci¨®n que ha generado este agrosistema ¨²nico en Europa, y los especialistas explicar¨¢n c¨®mo el vergel que cantaban los poetas antiguos se transform¨® en un vertedero. Podremos crear alg¨²n puesto de trabajo para estudiantes y gu¨ªas y hasta podr¨ªa haber un peque?o merendero para degustar un plato de arr¨°s amb fesols i naps.
No hay que ser un experto, ni un sentimental, ni siquiera ecologista, para comprobar y lamentar el grav¨ªsimo expolio a que ha estado sometido este enclave privilegiado, especialmente desde los a?os sesenta a esta parte. Recordemos que, hasta ese momento, la Huerta de Valencia estaba pr¨¢cticamente intacta. Lo que todav¨ªa en esas fechas resultaban las referencias clave del paisaje -alquer¨ªas, acequias, caminos, molinos- hoy aparecen en los mapas sustituidos por una omnipresente red de v¨ªas, rondas, pol¨ªgonos industriales, y por un crecimiento de los n¨²cleos urbanos que han extendido la mancha sucia por enci-ma de ese hermoso tapiz cambiante con las estaciones, en su cromatismo y en su vida, que era la Huerta.
Una ojeada a vista de p¨¢jaro rasante nos permite comprobar hoy la brutal inserci¨®n de lo urbano, que se supon¨ªa m¨¢s civilizado -la ret¨ªcula, el eje viario, el centro comercial- encima de un delicad¨ªsimo tejido formado y cuidado a lo largo de siglos. La peor parte de la ciudad, esas periferias ¨¢ridas que analizaba Carles Dol? en estas mismas p¨¢ginas, ha inundado el m¨¢s bello paisaje circundante, creando espacios despersonalizados, y absorbiendo de manera prepotente arrabales y poblados. El contraste es, repetir¨¦ el calificativo, brutal.
No s¨¦ si tiene inter¨¦s ahondar en las razones de este destrozo. Se han explicado en todos los idiomas y desde todos los ¨¢ngulos. Me interesa subrayar la que aporta Vicent Franch en un reciente art¨ªculo, donde dec¨ªa que aqu¨ª lo que ocurre es que hay un "territorio libre de derecho" en donde la Constituci¨®n, el Estatut, y todo el cuerpo jur¨ªdico derivado, son sistem¨¢ticamente vulnerados.
Ya sabemos que el desarrollismo incontrolado, todav¨ªa en vigor y favorecido por la pujanza econ¨®mica, est¨¢ en el fondo del asunto, pero con la ley en la mano, incluida la anterior al 78, no habr¨ªa sido posible tanta maldad impune.
Los sucesivos ministerios de obras p¨²blicas han venido tratando con la misma f¨®rmula cualquier carretera o cauce, sirva para la Mancha, el Pirineo... o la Huerta de Valencia. Probablemente, la primera gran herida que se infringi¨® a nuestra querida comarca fue aquel precipitado desv¨ªo del Turia por el sur (hab¨ªa otras soluciones), que abri¨® las puertas a todos los delirios de autov¨ªas y cinturones, algunos de ellos ahora resucitados.
Todos estos lamentos sirven de bien poco. Cabe ahora preguntarse, por lo tanto, si hay inter¨¦s sincero en frenar el expolio, mantener lo que queda y recuperar una parte de lo que se perdi¨®. Disponemos de gente preparada para esa tarea. Comenzando por los propios agricultores, a los que no cabe trasladar la responsabilidad del mantenimiento de la Huerta, y a los que hay que convertir, con medidas fiscales y urban¨ªsticas, en los principales interesados en protegerla.
Preservar el patrimonio no debe ser una carga para el propietario, sino un esfuerzo de la comunidad. Mantener nuestro patrimonio natural no solamente es una obligaci¨®n moral y legal, sino que puede ser rentable en t¨¦rminos econ¨®micos. Las obras p¨²blicas se justifican porque se supone que son de inter¨¦s general, y ese inter¨¦s incluye el mantenimiento de los valores existentes, no la sustituci¨®n por otros de dudosa rentabilidad.
En el plano urban¨ªstico, las posibilidades son todav¨ªa magn¨ªficas. Londres - que por cierto acaba de recuperar su gobierno metropolitano- tuvo que frenar su descontrolado crecimiento en los a?os cuarenta con el plan de Abercrombie, creando un cintur¨®n verde alrededor de la ciudad y trasladando el crecimiento, m¨¢s ordenado, menos dependiente del centro, a la parte exterior.
Salvando las distancias, aqu¨ª todav¨ªa se podr¨ªa hacer algo parecido, deteniendo de una vez la expansi¨®n sobre la huerta, reconstruyendo la ciudad interior, tan deteriorada, y recuperando algunos espacios de la periferia donde no habr¨ªa m¨¢s remedio que "levantar" pedazos de ciudad mal paridos para recuperar la bella alfombra que se esconde debajo. Si, continuando con el ejemplo londinense, nos propusi¨¦ramos dotar al ¨¢rea de Valencia de un potente y moderno servicio de transporte colectivo, resultar¨ªa que en vez de crear nuevas rondas, podr¨ªamos permitirnos desmontar una parte de las existentes.
En esa nueva ciudad, la huerta ser¨ªa nuestra mejor zona verde, nuestro lugar de paseo, la escuela al aire libre, el gran parque periurbano, nuestro aut¨¦ntico pulm¨®n de vida. Vivir en el entorno de un paraje privilegiado y fr¨¢gil, lejos de ser un inconveniente, constituye una gran oportunidad. La Huerta, lo que queda de ella, es uno de esos privilegios, el conjunto Devesa-Albufera es el otro.
Joan Olmos es ingeniero de Caminos.
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