El interlocutor necesario
En la memoria de los lectores de mi generaci¨®n ocupa un lugar fundamental una colecci¨®n de peque?os libros, casi m¨ªnimos en su formato: Colecci¨®n Pulga. Muchos a?os m¨¢s tarde, con ocasi¨®n de la reedici¨®n en Anaya de El inocente, Mario Lacruz me comentaba que aquella peque?a gran colecci¨®n hab¨ªa significado su entrada en el mundo editorial.Hab¨ªa ganado en 1953 el Premio Simenon de novela policiaca, precisamente con aquella novela que hoy muchos coincidimos en considerar tanto un claro referente de la novela policiaca en lengua castellana como una de las mejores novelas de la narrativa espa?ola contempor¨¢nea, comparable, por su entidad y sin desdoro alguno, con El extranjero, de Albert Camus, o El rev¨¦s de la trama, de Graham Green. Cuando en 1955 publica La tarde, una novela de acci¨®n interior y con la que gana el Premio Ciudad de Barcelona, era ya el responsable literario de Libros Plaza, un intento m¨¢s que logrado de un Penguin a la espa?ola.
Pero no se trata de hablar de esa carrera editorial que le llev¨® a convertirse en un hombre clave de la edici¨®n espa?ola durante tantos y tantos a?os. Se trata de constatar que Mario Lacruz logr¨® mantener siempre una estatura literaria, un criterio propio y una dignidad personal y profesional que hicieron de ¨¦l uno de los interlocutores m¨¢s respetados, necesarios y discretos de nuestro mundo literario y que, m¨¢s all¨¢ de su magistral tarea editorial, nos deja un legado narrativo de largo y ejemplar alcance. Escritor de fondo, sac¨® tiempo para escribir y publicar en 1971 El ayudante del verdugo, que es acaso la met¨¢fora narrativa m¨¢s conseguida y s¨®lida del mundo moral y social del franquismo. Tres novelas cuyo lugar en la historia de la literatura espa?ola habr¨¢ que revisar y reclamar.
Dotado de una escritura sobria, concentrada, aguda, que extrae de cada situaci¨®n o descripci¨®n los ¨¢ngulos m¨¢s significativos, las grietas m¨¢s reveladoras, su talento no le hac¨ªa olvidar ni los riesgos del estilo -"el escritor", me coment¨® una vez, "debe buscar la frase perfecta, pero si la encuentra, ?pobre de ¨¦l!"- ni la necesidad de construir que la novela requiere como tal g¨¦nero.
Lo perdemos ahora, tan de pronto, tan inexplicablemente, cuando prepar¨¢bamos la reedici¨®n de sus novelas y cuando, lleno otra vez de ilusi¨®n, finalizaba la escritura de un proyecto de novela que los quehaceres editoriales hab¨ªan retrasado. Perdemos su mirada franca, limpia, inteligente, discreta. Nos quedan sus palabras.
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