15 de mayo, milagro en la pradera
Agua fresca milagrosa, entresijos fritos y rosquillas. Al menos 100.000 personas visitaron en la ma?ana de ayer la pradera de San Isidro, entre la margen derecha del Manzanares y la sacramental de San Justo. Asist¨ªan a la romer¨ªa que festeja el patronazgo madrile?o del labrador medieval. Y por la tarde, a bailar a la verbena. La tradici¨®n hunde sus ra¨ªces en el siglo XVII. Naci¨® como fiesta popular de las lavanderas que faenaban en el r¨ªo. Un siglo despu¨¦s, Francisco de Goya la inmortaliz¨® en sus lienzos.Un avi¨®n escrib¨ªa con su chorro propulsado letras sobre un cielo ayer luminoso y sin nubes, tras casi dos meses de lluvias. La hierba de la pradera, que tapiza el contiguo parque de San Isidro, se hallaba fresca y mullida; c¨®moda, pues, para dar asiento a los miles de visitantes que sobre ella se desplegaron para almorzar tortilla de patata y filetes rusos o un cocido popular gratuito. Pero, antes del almuerzo, muchos hab¨ªan cumplido la tradici¨®n de ver en la ermita del santo dos falanges de la mano derecha del labrador que all¨ª se veneran. En la ermita se celebran tambi¨¦n misas en rito moz¨¢rabe. Bajo el ta?ido de sus dos campanas, una hilera de fieles, y de sedientos, zigzagueaba para entrar al inmediato recinto de la fuente del santo. Versos de Lope de Vega escritos sobre el frontis de la fuente glosan la portentosa cualidad de las aguas que brotan de su ca?o. Hablan de su legendario poder curativo. Un letrero m¨¢s reciente pide que de los milagros all¨ª habidos se d¨¦ noticia en la calle de las ?guilas. "Cinco a?os atr¨¢s, una filtraci¨®n contaminante oblig¨® a cerrar la fuente", dice un operario. "Pero ahora es perfectamente potable y pasa todas las revisiones municipales", precisa. La sed aprieta y ¨¦l llena de agua los vasos transparentes y los botijos del santo. La temperatura sube. A las dos de la tarde sobrepasa los 30 grados cent¨ªgrados.
Entre un gent¨ªo que busca la sombra de los toldos o la frescura de los ¨¢rboles llegan en coche reluciente el alcalde y concejales de la zona. M¨¢s all¨¢, In¨¦s Saban¨¦s, de Izquierda Unida, combate la sed junto al concejal Julio Misiego. Otro tanto hacen varios concejales socialistas.
En la pradera hay ritos. Culinarios e indumentarios. Entre los varones, uno de cada 10 se toca la cabeza con gorra de pata de gallo, a las que llaman parpusas, y que se venden al precio de 500 pesetas en numerosos puestos que pueblan el paseo del Quince de Mayo, por donde la gente camina hacia la pradera; llevan tambi¨¦n pa?uelos blancos a los que denominan safos; camisa blanca abierta y sin corbata, por nombre lima; chaleco igualmente de pata de gallo, a veces ribeteado en negro, que algunos, como Manuel, propietario de los coches de choque de feria instalados en la explanada del parque, conocen como yil¨¦ -posiblemente del franc¨¦s gillet-; a los pantalones negros los denominan alares, y a los obligados zapatos de charol negro, calcos.
Las mujeres que se atav¨ªan para la ocasi¨®n llevan dos tipos de atuendos. Unas lucen el traje goyesco: redecilla al pelo envuelto en tela de raso, coca en forma de flor sobre la cabeza, camafeo al cuello, pa?oleta blanca, hombreras rizadas y corpi?o en terciopelo con remate almenado en la cintura. La falda, de raso, y debajo, enagua blanca, pololos para el baile y zapatillas toreras alrededor de las medias. As¨ª lo luce Almudena, de la asociaci¨®n Magerit. Otras visten de chulapas: claveles y pa?uelo al pelo; mant¨®n chin¨¦s, de Manila, que bordado en seda puede costar medio mill¨®n; pasacintas al pecho y falda con volante en capa. "No es de tradici¨®n, lo puso de moda la G¨¢mez, pero le veo muy ce?ido, demasi¨¦", dice una dama.
Fernando Mill¨¢n, de 63 a?os, miembro de una asociaci¨®n madrile?ista, Los Castizos explica el resurgir de la pradera: "Ver¨¢, esto estuvo muy apagado bajo la dictadura de Franco", cuenta. "Luego, con la democracia, vino Tierno Galv¨¢n y lo revitaliz¨®".
Y tanto. Hace apenas una d¨¦cada, s¨®lo los muy informados asist¨ªan a la romer¨ªa. De entonces a hoy, sus visitantes se han centuplicado. La pradera revive.
Forastero, nadie
Por favor, una pregunta: "Que sea facilita", espeta Pedro, de 42 a?os, madrile?o nacido en la plaza de Lavapi¨¦s, n¨²mero 15, ferroviario, casado con Concha y padre de Gala, de nueve a?os, alumna de cuarto de primaria. ?l viste de pichi, y la ni?a, de chulapa, con un clavel sobre el pa?uelo. ?C¨®mo se llama en argot madrile?o la cadena que lleva al cuello?: "Se llama tralla". ?Y la pulsera?: "Sorna". ?Y el anillo?: "Sonier". "Por si lo desconoce", a?ade, "le dir¨¦ que los calcetines son los picantes".Pocos lugare?os y forasteros conocen a fondo el significado de lo que tradicionalmente se identifica como castizo. "Mejor". Dice Eugenio. "Pa lo que hay que ver", vacila. Eugenio est¨¢ algo enfadado: "Con este gent¨ªo, no da pa na", se lamenta. Maruja Soler est¨¢ m¨¢s contenta y hace profesi¨®n de madrile?a. "Mire usted", dice, "ni nombre es Mari Pepa, nac¨ª en la calle de la Solana, junto a la iglesia de La Paloma, donde me bautizaron. Pero lo que ust¨¦ no sabe y ti¨¦ que saber", acent¨²a el habla, "es que soy planchadora jubilada de El Corte Ingl¨¦s; parezco un personaje de zarzuela", r¨ªe. "Cuando fui a inscribirme para casarme en la parroquia de San Ildefonso, el cura que me atend¨ªa, castizo tambi¨¦n, me dijo: 'A usted la caso yo'. Y as¨ª fue". "Entre mis familiares tengo ocho Julianes", alardea su amiga Paquita. Pero en la pradera de San Isidro, nadie excluye a los no madrile?os. Unas chicas ecuatorianas y peruanas hacen cola para servirse un cocido. "Pues no conocemos este platillo, pero luce sabroso", dicen al salir de la hilera, con platos de pl¨¢stico en los que humean los garbanzos. La fiesta sigui¨® en paz.
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