Demagogia en vena
Como la droga est¨¢ prohibida, el Gobierno ha habilitado unas salas para que usted se pinche sin temor a ser detenido y con todas las garant¨ªas higi¨¦nicas. Dado que desde el punto de venta ilegal a la narcosala legal hay 700 metros, las autoridades est¨¢n d¨¢ndole vueltas tambi¨¦n a la idea de poner unos todoterrenos a disposici¨®n de los usuarios. En las salas de venopunci¨®n (as¨ª las llaman) habr¨¢ adem¨¢s personal especializado en analizar la droga ilegal que usted acaba de adquirir sin problemas, para decirle si est¨¢ adulterada o no y en qu¨¦ grado, de modo que usted sepa si corre peligro de muerte al inyect¨¢rsela. En tal caso, no se la cambiar¨¢n por otra, pues se supone que usted ya es mayor para decidir por s¨ª mismo si se la pone y muere o si sale en pleno mono a dar un tir¨®n de 1.000 duros para comprar otra dosis con menos ars¨¦nico. A todos nos parece mal que la droga se mezcle con matarratas o con m¨¢rmol pulverizado, pero de eso no tiene la culpa nadie: es un efecto secundario de la prohibici¨®n. El caso es que no se puede medir su calidad hasta despu¨¦s de adquirida porque hacerlo antes significar¨ªa vulnerar la ley. No intente usted entenderlo. Se impone el tir¨®n, en fin, o el atraco a punta de navaja, que aunque tambi¨¦n est¨¢n prohibidos son m¨¢s r¨¢pidos que hacer las cosas bien.La droga es una mercanc¨ªa muy curiosa en el sentido de que siendo completamente ilegal circula por todas partes, y en unas cantidades sorprendentes. Muchos piensan que se podr¨ªa legalizar para que circulara menos sin tener en cuenta que la droga mueve aproximadamente un tercio de la realidad. Legalizarla significar¨ªa ilegalizar de hecho la tercera parte de la realidad. Treinta partes de cada cien. A ver qui¨¦n se atreve.
Si te pones a pensarlo, son m¨¢s las cosas prohibidas, pero toleradas, que las obligatorias, aunque inalcanzables. Si uno cae, por ejemplo, en la ingenuidad de leer la Constituci¨®n, y de cre¨¦rsela, advertir¨¢ en seguida que tenemos derecho a un mont¨®n de cosas que no existen. Pensemos en la cantidad de gente que carece de un trabajo digno o de una vivienda digna, aunque dispone de narcosalas desinfectadas para meterse hero¨ªna por un tubo. Lo curioso es que la hero¨ªna no aparece por ninguna parte en la Carta Magna (as¨ª la llaman) ni como obligaci¨®n ni como derecho.Y quien habla de la vivienda o del trabajo, puede hablar de la sanidad tambi¨¦n, pues hay m¨¢s colas para operarse que para pincharse. Y de momento se muere m¨¢s gente en las listas de espera que en las salas de venopunci¨®n.
Con todas estas contradicciones se podr¨ªa escribir un art¨ªculo demag¨®gico estupendo si la realidad no se le hubiera adelantado a uno. La realidad es muy demag¨®gica, en fin. Busca votos m¨¢s que soluciones. La realidad consigue que el invento de las narcosalas pase por una acci¨®n progresista cuando es algo as¨ª como prohibir la atm¨®sfera, pero habilitar espacios legales para consumir el ox¨ªgeno previamente prohibido. Y lo cierto es que cuela. ?Qu¨¦ autoridades m¨¢s tolerantes tenemos!, se dice uno a s¨ª mismo, cuando no hacen otra cosa que premiar con la mano izquierda lo que castigan con la derecha. As¨ª, mientras hablan de las bondades del empleo fijo con una boca, aseguran con la otra que hay que flexibilizar el mercado del trabajo (as¨ª lo llaman). Y al mismo tiempo de declararse partidarias de la sanidad p¨²blica contratan m¨¦dicos condenados por traficar con enfermos entre en ambulatorio y la consulta privada.
La realidad tiene muchas bocas, de manera que puede decir con cada una lo que quiera llevando raz¨®n puntualmente con todas. El otro d¨ªa la pantalla del aeropuerto de Barajas anunciaba que ya hab¨ªa salido un vuelo que continuaba en tierra. Eso es lo que uno llama una pantalla demag¨®gica. Los pasajeros estaban at¨®nitos porque uno tiende a creer m¨¢s en las pantallas que en su propia percepci¨®n de las cosas. A m¨ª me dicen por la megafon¨ªa que mi vuelo ha salido, aunque ni siquiera se haya embarcado, y pienso que lo he perdido por mi culpa. La realidad siempre cuenta con el sentimiento de culpa de los otros, aunque ella es completamente amoral cuando no descaradamente obscena. Quiere decirse que uno no est¨¢ contra las narcosalas, sino contra el absurdo. O sea, que por una parte est¨¢n bien, aunque por otra son una locura. Lo malo es que a los que nos ganamos la vida con la demagogia nos la han puesto m¨¢s cara que la hero¨ªna. Casi preferir¨ªamos que la prohibieran con una mano para incitar a su consumo con la otra. Todos tenemos derecho a vivir. Lo dice la Constituci¨®n.
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