El olivo de Joan Surroca ANTONI PUIGVERD
El desfile militar en Montju?c coincidi¨®, en tiempo y lugar, con la primera convenci¨®n de Ciutadans pel Canvi. En ambos fregados estaba Joan Surroca metido. Mucho antes de ser uno de los diputados de Ciutadans, era ya objetor fiscal. De la cifra que le correponde tributar, resta el tanto por ciento que, seg¨²n los presupuestos del Estado, corresponde al Ministerio de Defensa; e ingresa la cantidad en una cuenta con fines solidarios y caritativos. El suyo no es un pacifismo decorativo, no es una m¨¢s de esas poses de embellecimiento moral con que la fauna pol¨ªtico-period¨ªstica se ha pavoneado en p¨²blico estos d¨ªas. M¨¢s que manifestar un desprecio ret¨®rico hacia los ej¨¦rcitos (principalmente al espa?ol), como dicta la ¨²tima moda pol¨ªcamente correcta en Catalu?a, Surroca provoca al ogro de Hacienda y se atiene a unas duras (y caras) consecuencias. Hacienda le pisa los talones y ¨¦l lo celebra a la manera de Gandhi.Desde que es diputado, Surroca no tiene un minuto libre. S¨¦ que a primera hora de la ma?ana, acostumbra a subir al castillo del Montgr¨ª y le acompa?o. El d¨ªa es tornadizo: oro y grises. Atravesamos un olivar y empezamos la cuesta. A pesar de las pocas lluvias, el Empord¨¤ est¨¢ como nunca. La tierra es un puzzle coloreado. Entre los sembrados sestea la serpiente cansada del Ter. Hablamos de la causa pacifista. "De la misma manera que existen el colesterol bueno y el malo, existen utop¨ªas que, por imposibles, son descorazonadoras; pero esta causa es posible y pr¨¢ctica: se trata de influir m¨¢s que el lobby militarista... La industria armament¨ªstica lastra y frena el desarrollo, lo ha demostrado Galbraith...", explica. Pregunto: ?Y la maldad humana? De alguna manera hay que hacer frente a los que juegan a f¨²tbol con las cabezas cortadas al enemigo, ?no? Apelando a S¨®crates, responde: "Hay que sembrar la bondad. No existe quien, habiendo conocido la bondad, no se esfuerce por acrecentarla".
Surroca es as¨ª. No lo confundan con un santo. Es un terco. Es muy tenaz. Es lo m¨¢s parecido a Gandhi que tenemos en Girona. Llegamos a la cima. El castillo del Montgr¨ª no es m¨¢s que un escenario. Enormes muros que nada contienen. Una perfecta met¨¢fora del gasto militar: Jaime II orden¨® alzarlo en 1294 para contener los ataques del conde de Emp¨²ries. A?os m¨¢s tarde, arruinados por siglos de enfrentamientos, los de Emp¨²ries claudican y el rey deja el castillo sin terminar. Restaurado precisamente gracias a la terquedad de Surroca, es ahora un insuperable mirador sobre el Empord¨¤, el Golfo de Roses, las islas Medes y el Canig¨®. Surroca sube aqu¨ª para acariciar un olivo silvestre (ullastre o acebuche) que crece frente al castillo. Un olivo que simboliza la paz, pero tambi¨¦n la tenacidad de la naturaleza que consigue salvar la aridez y el desaliento. Con la misma tenacidad de este olivo silvestre, Surroca ha colaborado en mil batallas. Junto a Albert Bou (alcalde que fue de la coalici¨®n de izquierdas) o Josep Lloret (alma del prestigioso festival internacional de m¨²sica), peleaba en los sesenta para despertar la vida civil de Torroella de Mongr¨ª. Torroella es una isla moral y est¨¦tica, el Empord¨¤ m¨¢s c¨ªvico y culto. Surroca tiene fama de docente carism¨¢tico: reci¨¦n fichado por las listas de PSC-Ciutadans, un periodista muy cr¨ªtico con los socialistas me dijo: "Voy a votarle: es el mejor profesor que tenido en mi vida". Habiendo fundado en su pueblo el Museo del Montgr¨ª, fue requerido para dirigir el reci¨¦n estrenado Museu d'Art de Girona. Alejado del centro de la ciudad, ten¨ªa este centro escasos visitantes y arduos problemas econ¨®micos. Surroca convirti¨® el rebautizado Md'A en un espacio efervescente. Incluso los ni?os y las abuelas se aficionaron a las tallas g¨®ticas: es un fervoroso partidario de la dimensi¨®n liberadora y social de la cultura. Cuatro a?os despu¨¦s, el Md'A funcionaba de perlas. Entonces Surroca sorprendi¨® a todos dimitiendo. ?Por qu¨¦?, le preguntaron los periodistas. "No quiero echar ra¨ªces", contest¨® a la manera de Tint¨ªn. En realidad, predicaba con el ejemplo: no hay que patrimonializar los cargos p¨²blicos, sean pol¨ªticos o t¨¦cnicos. Pas¨® con igual rapidez y pasi¨®n por un museo de Vic y por el MNAC. ?C¨®mo te va en el Parlament?, pregunto frente al boscoso valle de Santa Caterina. "Sufro mucho. Intento responder a todos, estar en todos los frentes. Es la primera vez, por otra parte, que en mi trabajo debo conciliar mi coherencia personal con la de un colectivo". He ah¨ª un ciudadano. Provisionalmente en pol¨ªtica. Como el olivo silvestre, sufre; pero arraiga en la aridez. Ofrece ramas que pueden parecer improductivas: tienen sentido simb¨®lico. "La pol¨ªtica -dice retomando un viejo eslogan de Pallach- es pedagog¨ªa". Pedagog¨ªa de la bondad y el compromiso.
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