La socialdemocracia liberal.
Al igual que las ideas pol¨ªticas, la vida pol¨ªtica parece estancarse en un "centro" amplio y difuso en el que todos los partidos compiten en la promesa de combinar lo uno y lo otro: libre mercado y Estado de bienestar, individualizaci¨®n y justicia social, desregulaci¨®n y gobernabilidad. Para quien aspira a ganar, nada resulta m¨¢s perjudicial que definir una posici¨®n o establecer unas prioridades. Estar a favor de todo le hace a uno menos vulnerable a la deslealtad electoral. Pero una definici¨®n (como una caracterizaci¨®n ideol¨®gica) s¨®lo tiene sentido si marca alg¨²n perfil espec¨ªfico, una peculiaridad o diferencia. Las definiciones no nos informan de nada si pretenden contenerlo todo. Algo as¨ª pasa con el "nuevo centro" o la "tercera v¨ªa", t¨¦rminos con los que se ha bautizado e investido de una dignidad ideol¨®gica a esa operaci¨®n de captura del voto menos ideol¨®gico y vol¨¢til, en la que apenas se distinguen los grandes partidos. Conquistar la mayor¨ªa consiste en dejarse perdonar por un mayor n¨²mero de personas. Y gobernar con ¨¦xito equivale a haber molestado a muy pocos.Anthony Giddens, uno de los principales ide¨®logos de la tercera v¨ªa, subtitul¨® su libro program¨¢tico como La renovaci¨®n de la socialdemocracia. Quisiera plantear aqu¨ª otra renovaci¨®n de la socialdemocracia que tomara como eje la tradici¨®n liberal. Los mejores liberales llevaron a cabo una reivindicaci¨®n completa de los derechos humanos, es decir, se alzaron contra cualquier clase de se?or¨ªo, antiguo o nuevo, lo mismo contra la arbitrariedad del Estado que contra la prepotencia econ¨®mica. Pero el actual liberalismo rebajado -en el que se reconocen indistintamente muchos conservadores y socialistas- ha perdido el aguij¨®n libertario y de cr¨ªtica al poder que caracteriz¨® a ese primer liberalismo y a las primeras formulaciones del socialismo.
Una de las tareas m¨¢s urgentes de la socialdemocracia liberal ser¨ªa minimizar el poder estatal y luchar por que desaparezca la prepotencia econ¨®mica. Es habitual considerar que la prepotencia econ¨®mica se debe a una excesiva libertad de mercado, cuando ocurre m¨¢s bien lo contrario: la prepotencia econ¨®mica es causada por la falta de libertad econ¨®mica. El orden constitucional y democr¨¢tico s¨®lo es viable si reconoce y combate activamente la existencia de concentraciones de poder incompatibles con la libertad. Se tratar¨ªa, pues, de ampliar (no restringir) el principio constitucional de minimizaci¨®n del poder tambi¨¦n al mundo de la econom¨ªa, actualmente tan distorsionado por nuevos oligopolios en complicidad con unos Estados d¨¦biles. Hay que aspirar no s¨®lo a un Estado con el poder m¨ªnimo e indispensable, sino adem¨¢s a una econom¨ªa de mercado sin prepotencias. Pero la consigna del laissez-faire se dirig¨ªa contra las grandes concentraciones del capital, no era una justificaci¨®n para la inactividad del Estado, como intenta el neoliberalismo. El Estado tiene que cuidar activamente de que todos los ciudadanos puedan comerciar libremente en los mercados.
La izquierda tiene grandes dificultades para llevar a cabo esta renovaci¨®n porque no se ha desprendido de su tendencia estatalizante. Pero no s¨®lo la izquierda radical, tampoco la socialdemocracia ha entendido que la exigencia de "desregulaci¨®n" no es un eslogan capitalista sino la necesidad creciente de una sociedad individualizada. La izquierda ha desaprovechado la ocasi¨®n de hacer suya esta reivindicaci¨®n de mayores cotas de libertad para la configuraci¨®n aut¨®noma de la propia vida. No ha sabido aprovechar la oportunidad de convertir el deseo de desestatalizaci¨®n en punto de partida para una renovaci¨®n liberal de la sociedad y evitar su instrumentalizaci¨®n por los poderes econ¨®micos.
Algunos fracasos de los Gobiernos de izquierda no han sido otra cosa que el precio que deb¨ªan pagar por aferrarse a la idea de que las mejoras de la sociedad a¨²n pod¨ªan llevarse a cabo por medio de una planificaci¨®n estatal centralizadora. La socialdemocracia est¨¢ hoy lejos de desarrollar una concepci¨®n nueva, m¨¢s acorde con los tiempos, de la igualdad de oportunidades y traducirla en iniciativas sociales. En ¨²ltima instancia, no se apea del principio de que la redistribuci¨®n se lleva a cabo mediante una burocracia estatal presentada para dar la impresi¨®n de que se ocupa de todos. Pero ocurre que tambi¨¦n los Gobiernos conservadores han hecho suya esta estrategia; la disputa consiste ¨²nicamente en cu¨¢nto debe costar ese aparato y qu¨¦ grupos de intereses se atender¨¢n preferentemente. Y los votantes s¨®lo se plantean qui¨¦n es capaz de hacer lo mismo mejor. Cuando todos los partidos se presentan como garantes de la "justicia social", la izquierda apenas se distingue de la derecha. ?nicamente puede aspirar a que los menos favorecidos consideren que ser¨ªan peor tratados por la derecha. En cualquier caso, la sentimentalizaci¨®n de las cuestiones sociales resulta cada vez menos atractiva.
Si la socialdemocracia quiere volver a ser reconocida como una fuerza de transformaci¨®n social, debe definirse nuevamente. Ha de recuperar su capacidad subversiva, libertaria. Y esto es precisamente lo que no es cuando se presenta como obstinada defensora del dominio estatal sobre la econom¨ªa y la sociedad. ?Cabe pensar en una izquierda individualista, anti-estatal, no socialista, que no quiera introducir la justicia por medio de la redistribuci¨®n estatal sino mediante la creaci¨®n de una mayor igualdad de oportunidades en el mercado impulsando la iniciativa y la responsabilidad?
Una renovaci¨®n semejante de la socialdemocracia s¨®lo es concebible si se procede a una revisi¨®n general que alcance a sus or¨ªgenes hist¨®ricos. En el siglo XVIII la izquierda estaba no s¨®lo por la libertad pol¨ªtica sino tambi¨¦n por la libertad econ¨®mica. Las distintas tradiciones que la configuraron defend¨ªan el libre mercado, el comercio mundial abierto y cre¨ªan en la capacidad civilizadora del af¨¢n individual de ganancia. Fueron los apologetas de la restauraci¨®n quienes reclamaron un estricto control estatal sobre la vida econ¨®mica. La primera cr¨ªtica radical del capitalismo provino de la derecha autoritaria. En el siglo XIX esta correlaci¨®n se invirti¨®. La izquierda se hizo colectivista y, mediante la represi¨®n de las corrientes libertarias del movimiento obrero, se convirti¨® en defensora de la planificaci¨®n estatal. La derecha, por el contrario, inicialmente antiliberal, se fue transformando hasta llegar a ser la abogada de la libertad empresarial. As¨ª pues, la idea del laissez-faire no fue nunca monopolio del liberalismo burgu¨¦s; tambi¨¦n estaba presente en las aspiraciones libertarias del movimiento obrero.
Si esta concepci¨®n libertaria hubiera tenido m¨¢s ¨¦xito y no hubiera sido desacreditada por Marx como "peque?o-burguesa", la historia de los derechos sociales y del movimiento obrero habr¨ªa sido bien distinta. Pero aquella disputa que enfrent¨® a Marx contra Proudhon se sald¨® con una derrota de lo liberal frente a lo estatal y el movimiento obrero propici¨® la creaci¨®n de una maquinaria de redistribuci¨®n tendencialmente autoritaria. Su consecuencia m¨¢s inmediata fue conseguir para los trabajadores bienestar material, integraci¨®n en la sociedad, reconocimiento y derechos ciudadanos, pero impidi¨® la realizaci¨®n de proyectos de auto-organizaci¨®n. Este sistema choca hoy con sus l¨ªmites y en esta situaci¨®n la concepci¨®n liberal o libertaria de la socialdemocracia -que durante m¨¢s de un siglo ha sido m¨¢s bien marginal- adquiere una nueva actualidad.
La cr¨ªtica corriente al sistema econ¨®mico mundial dispara contra la mercantilizaci¨®n como si el mercado fuera el responsable de la miseria del mundo. Pero el problema estriba en que no existe una aut¨¦ntica econom¨ªa de mercado. Ninguna de las grandes empresas hubiera alcanzado sus actuales dimensiones sin la protecci¨®n estatal. Son esos grandes consorcios los menos interesados en la existencia de un mercado verdaderamente libre. En cierto modo asistimos a una especie de feudalizaci¨®n del capitalismo, a una "econom¨ªa legal del pillaje" (Walter Oswalt). Tras la pantalla de los intereses generales de sociedad se esconden muchas veces intereses de grupos particulares, competencias desleales, concentraci¨®n de poder de grupos financieros y de opini¨®n. Los despojados de esa enorme masa de capital son los ciudadanos. Una socialdemocracia liberal deber¨ªa apuntar en la l¨ªnea de promover una verdadera igualdad de oportunidades en el mundo econ¨®mico. La globalizaci¨®n puede utilizarse para despojar de su poder a las concentraciones econ¨®micas existentes y abrir efectivamente los mercados mundiales. La apertura decidida de los mercados mundiales no producir¨ªa un aumento de poder de las grandes corporaciones sino todo lo contrario: una globalizaci¨®n aut¨¦nticamente liberal significar¨ªa el final de los consorcios medi¨¢ticos, financieros e industriales. El que no ocurra as¨ª no se debe a la inmovible "l¨®gica del capital", sino al intervencionismo de los Estados.
La creaci¨®n de una mayor igualdad de oportunidades en el mercado libre en vez de una redistribuci¨®n centralizada ser¨ªa entonces el objetivo de una combinaci¨®n hist¨®rica de ideas liberales y sociales. ?sta ser¨ªa la renovaci¨®n radical de la socialdemocracia que no se resigna a que los conservadores monopolicen una dimensi¨®n de la libertad y la gestionen sin aprecio hacia la igualdad, con la superioridad que les otorga el fracaso de las estrategias de redistribuci¨®n estatal.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa de la Universidad de Zaragoza.
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