Los transg¨¦nicos enfrentan a los Windsor
Algunas familias discuten por motivos econ¨®micos. Otras se distancian por asuntos menos espinosos, pero igualmente complejos. Es el caso de los Windsor, casa reinante inglesa, divididos hoy entre rom¨¢nticos y pragm¨¢ticos por culpa de los alimentos transg¨¦nicos. Conocido por su defensa de los cultivos tradicionales, Carlos de Inglaterra pertenecer¨ªa al primer grupo por su cerrada defensa del car¨¢cter sacro de la naturaleza. Unas declaraciones de su hermana, la princesa Ana, y otras de Felipe de Edimburgo, padre de ambos, favorables a los beneficios de la biotecnolog¨ªa, le han arrebatado el protagonismo y mostrado que les separan algo m¨¢s que unas cosechas gen¨¦ticamente alteradas.La primera en invadir el ruedo transg¨¦nico, dominado hasta hace unos d¨ªas por el pr¨ªncipe de Gales, ha sido Ana de Inglaterra. Siempre directa y poco dada a las florituras verbales, se mostr¨® la pasada semana partidaria de no dejarse llevar por el temor al progreso cient¨ªfico. "No seamos simplistas. Hace siglos que manipulamos la naturaleza y los animales a nuestro antojo. Los cultivos transg¨¦nicos pueden aliviar el hambre en pa¨ªses en desarrollo", afirm¨® en la revista sindical The Grocer (El Tendero). Ni ella ni su padre, que la apoya, est¨¢n cualificados para analizar los aspectos cient¨ªficos de las biotecnolog¨ªa alimentaria, pero los asesores de la princesa recuerdan que ha viajado a menudo a zonas asoladas por desastres naturales y ha visto de cerca las consecuencias de la p¨¦rdida de cosechas.
Entre las credenciales del duque de Edimburgo figura la presidencia de la Sociedad Agricultural Inglesa y el Fondo Mundial para la Naturaleza, adem¨¢s de su especial inter¨¦s por la fauna. Tal vez por su mayor soltura al abordar los problemas de los animales puso el ejemplo de las ardillas grises para quitarle hierro a los supuestos peligros de las semillas modificadas. Seg¨²n afirmaba el pasado martes en el rotativo The Times, la introducci¨®n en el Reino Unido de especies for¨¢neas, como el mencionado roedor, "puede hacer mucho m¨¢s da?o al campo que unas patatas transg¨¦nicas". Dichas en su habitual estilo algo abrupto, sus palabras han llevado al palacio de Buckingham a negar que el duque o la princesa se hubieran puesto de acuerdo para abrazar lo que Carlos de Gales llama "alimentos Frankenstein".
La propia Ana de Inglaterra subray¨® ayer que nunca apoya ni condena a nadie. "El jurado sigue dilucidando en el terreno de la biotecnolog¨ªa", a?adi¨®. Orquestadas o no por padre e hija, sus declaraciones han tenido la virtud de arrebatarle el protagonismo, y las portadas en la prensa nacional, a la pareja formada por Carlos y Camilla Parker-Bowles. A punto de cumplir 80 a?os, al patriarca de los Windsor le desagrada sobremanera la buena fama ganada a pulso por la compa?era sentimental del heredero al trono.
La respuesta de Carlos, patr¨®n desde hace una d¨¦cada de los cultivos org¨¢nicos en sus tierras del condado de Gloucester, ha consistido en guardar un digno silencio. La fr¨ªa relaci¨®n que mantiene con su progenitor es legendaria. Tanto, que cuando admiti¨® su adulterio en televisi¨®n el duque de Edimburgo admiti¨® sentirse horrorizado. Las meditaciones de un hijo aficionado a hablarle a las plantas se le escapan. Cuando el pr¨ªncipe pide "respeto a la mano sagrada que rige la naturaleza desde hace milenios", el padre se encoge de hombros y busca apoyo moral en el resto de su prole. Un panorama para ¨¦l poco reconfortante. Andr¨¦s, el tercer hijo, comparte su hogar con su ex esposa, Sara, una mujer de la que el duque no quiere o¨ªr hablar. El otro var¨®n, Eduardo, hizo lo que m¨¢s pod¨ªa herirle: abandonar la marina y mezclarse con c¨®micos. ?Qui¨¦n le queda? Ana, claro.
Fuerte, resuelta y trabajadora, la princesa siempre se ha llevado bien con ¨¦l. Su primer matrimonio fracas¨®, es cierto, pero el divorcio y la segunda boda pasaron casi inadvertidos. Ana entiende a su padre y de ah¨ª que no dudara en respaldarla en cuanto vio que los dos hermanos difer¨ªan en un debate tan enconado en el Reino Unido como el de los alimentos transg¨¦nicos.
La otra consecuencia de las tres declaraciones tampoco es desde?able. Mientras grupos ecologistas como Amigos de la Tierra lamentaban las palabras del esposo de la soberana Isabel II, los cient¨ªficos especializados en biotecolog¨ªa se frotaban las manos ante "el sentido com¨²n" mostrado por padre e hija. El pr¨ªncipe Carlos, entretanto, sigue produciendo galletas, pan y sidra org¨¢nicos en sus tierras y mantiene su reverencia por los ciclos agr¨ªcolas naturales. La soberana, entretanto, mantiene una diplom¨¢tica distancia.
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