Aventuras del habla andaluza
La aparici¨®n en sociedad de muchas formas ling¨¹¨ªsticas dialectales no ha sido fruto de la casualidad sino que, en ocasiones, ha obedecido m¨¢s bien a las reglas de la pol¨ªtica, a la necesidad de resaltar la importancia de un segmento social o de una colectividad territorial. As¨ª le sucedi¨®, por ejemplo, al dialecto bilbaino cuya aparici¨®n coincidi¨® con el nacimiento del habla liberal y valentona de los sitiados por el cerco de Zumalac¨¢rregui. Presumo que los or¨ªgenes del habla chulapona madrile?a deber¨¢n andar por parecidos vericuetos, lo mismo que muchos giros aragoneses vienen de Agustina y Palafox.El dialecto andaluz (padre del que popularizar¨ªan mucho despu¨¦s los hermanos ?lvarez Quintero y que, en realidad, no es m¨¢s que una transcripci¨®n del habla sevillana) no estuvo ajeno a vicisitudes similares porque su presencia en la escritura se produjo al final de un largo proceso en el que se combinaron econom¨ªa y pol¨ªtica con cuestiones sociales nada desde?ables.
Naturalmente, formas dialectales debieron nacer y estar presentes desde el mismo momento en que el castellano comenz¨® a implantarse en el valle del Guadalquivir, pero cuando a finales del siglo XV Antonio de Nebrija dijo aquello de que la lengua era compa?era del imperio no sab¨ªa que, desgraciadamente, estaba siendo profeta con su tierra: mientras a Sevilla le dur¨® el poder, las pocas cr¨ªticas a la dicci¨®n andaluza fueron contestadas con incontables elogios a su claridad, limpidez y donaire, pero en cuanto aqu¨¦l comenz¨® a decaer, las ca?as se volvieron lanzas y el habla andaluza, con excepci¨®n de la que se o¨ªa en la ilustrada C¨¢diz, fue calificada sin m¨¢s de lengua de mala raza.
Corr¨ªa el siglo XVIII llevado por las luces de las academias y sus reglas, por las reglas minuciosas de una Real Academia de la Lengua, reci¨¦n nacida sin miembros andaluces, que pretend¨ªa unificar Espa?a transformando el castellano en espa?ol e imponiendo en la lengua el habla y, sobre todo, la dicci¨®n de Castilla.
Parte del precio de todo ello lo pagaron los lenguajes de Andaluc¨ªa, que pasaron a estar fuera de la ley y, los que m¨¢s, los de aquellos c¨®micos y actrices de la escuela fundada por Pablo de Olavide en la calle San Vicente de Sevilla que se vieron rechazados unos tras otros apenas pisaron los escenarios de Madrid y los Reales Sitios: todos y todas ya "hablaban mal".
Fueron condenados entonces a tablas y candilejas de segundo orden, a la tonadilla, el pasillo de comedia o el cuadro costumbrista de los intermedios teatrales, a todo aquello que deb¨ªa usar como medio de expresi¨®n un dialecto, un habla que, sin embargo, nunca se mostraba como tal en esos textos de puro castellano, salpicados en cambio de palabras cal¨¦s, de los libretos.
El cal¨® que aparec¨ªa con tanta frecuencia era otra cosa; tra¨ªdo por unos gitanos que aprend¨ªan a hablar todas las lenguas mientras deshilachaban la suya, fue torn¨¢ndose a lo largo del siglo jerga de todo el que conspiraba contra los ejecutores de censos y catastros, contra las disposiciones de los ministros de Estado; se volvi¨® una lengua cr¨ªptica y, por tanto, de minor¨ªas. Como la conspiraci¨®n.
La conspiraci¨®n de unos pocos pas¨® a mayores cuando Napole¨®n meti¨® a Espa?a en sus planes y rompi¨® la endeble coexistencia entre dos bandos que no hab¨ªan tenido fuerza para enfrentarse. Fue entonces cuando casi todos los ilustrados se convirtieron en afrancesados y casi todos los partidarios de la "ley vieja", en patriotas. Unos patriotas angl¨®filos que olvidaron r¨¢pidamente la Armada Invencible y no miraban nunca a Gibraltar, pero patriotas al fin y al cabo y, por tanto, preocupados por los males que sufrir¨ªa la patria en caso de que siguiera en pie aquel producto franc¨¦s llamado Constituci¨®n, confeccionado por unos ilusos en C¨¢diz.
Es en medio de las procesiones c¨ªvicas con retrato de Fernando VII cuando aparece un peri¨®dico absolutista en el que una pluma servil inventa los cr¨ªticos del Malec¨®n, una panda de personajes pseudopopulares que se reun¨ªan al pie del monumento que Fray Diego Jos¨¦ de C¨¢diz hab¨ªa hecho levantar en las inmediaciones del Barranco a la Sant¨ªsima Trinidad. La pluma culta que quiere aparecer como del pueblo da las noticias de las algazaras por medio de un di¨¢logo para el que inventa un habla al alcance de todos. S¨®lo que la transcribe en unos a?os en los que aquellos que supuestamente deb¨ªan entenderla no sab¨ªan escribir. Los vocablos y expresiones que all¨ª aparecen: "jaleillo probe", "seguiriyas", "cantaoras", "varieaes" (variedades)... no son folcl¨®ricos.
: El "andaluz" no nac¨ªa como lengua regional o territorial sino como un s¨ªmbolo anticonstitucional y antifranc¨¦s. Por eso, 30 a?os m¨¢s tarde, el constitucionalista Est¨¦banez Calder¨®n no lo usar¨¢, y, preferir¨¢ escribir en su Escena Andaluza "zas, pu?alada. Rechiquetita pero bien dada", antes que "z¨¢, z¨¢ pu?al¨¢, rechiquetita pero bien d¨¢", aun a costa de que el calco vocal del ritmo de la seguidilla se perdiera.
Por algo ¨¦l era tambi¨¦n pol¨ªtico, jefe pol¨ªtico de Sevilla, o gobernador civil, nada menos.
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