Retorno a Sant Gen¨ªs ISABEL OLESTI
Si tuviera que seleccionar cu¨¢l es mi primer recuerdo, creo que dir¨ªa que el de una rana de cer¨¢mica colgada en una balsa de aguas oscuras y que hac¨ªa la funci¨®n de surtidor. Sit¨²o la balsa en un jard¨ªn que rodea una torre donde veo a mis padres trabajando y a mis hermanos corretear entre las gallinas y los perros. Podr¨ªa ser la casa de una novela de Rodoreda, aunque no est¨¦ en Gr¨¤cia, sino en Sant Gen¨ªs dels Agudells, al norte del Guinard¨®, en la falda de Collserola.All¨ª viv¨ª yo hasta los cinco a?os. Era entonces Sant Gen¨ªs un barranco de calles empinadas que se convert¨ªan en un lodazal cuando llov¨ªa y en un mar de polvo en verano. Las casas eran de una sola planta y la mayor¨ªa ten¨ªan un huerto donde saltaban las gallinas. Lo que ahora son edificios de siete pisos eran descampados llenos de agaves y pinos. Recuerdo un colegio de monjas -justo al lado de mi casa- y una magn¨ªfica iglesia rom¨¢nica con un cementerio que ten¨ªa el honor de cobijar los restos del catalanista Carrasco i Formiguera.
Remover el pasado siempre trastorna. Por eso pospon¨ªa una y mil veces la visita a Sant Gen¨ªs. No hab¨ªa puesto los pies all¨ª desde que mi familia regres¨® a sus or¨ªgenes, o sea a Reus, pero en mi mente corr¨ªan esas im¨¢genes con tal fuerza que parec¨ªa que fuera ayer cuando sal¨ª del barrio. Hasta que encontr¨¦ la excusa de esta cr¨®nica y me obligu¨¦ a hurgar en mi pasado.
El bus n¨²mero 19 cruza toda Barcelona y te deja en Sant Gen¨ªs al cabo de tres cuartos de hora de viaje. Recordaba haber le¨ªdo algunas quejas sobre la falta de comunicaci¨®n entre el barrio y el centro de la ciudad (m¨¢s tarde sabr¨ªa que ahora un microb¨²s, el 212, une el Vall d'Hebron con Sant Gen¨ªs y recorre un circuito interno hasta las casas m¨¢s remotas de la monta?a).
Bajamos cerca de la iglesia, cuya plaza forma parte de tantas fotos de mi infancia. Me hubiera gustado entrar en la parroquia, donde hab¨ªan bautizado a mis hermanos, y en el cementerio, donde reposa m¨¢s de un amigo de la familia, pero el p¨¢rroco, instalado detr¨¢s de una mesa con muchos papeles, no estaba por la labor y me dijo que el cementerio se abr¨ªa cuando se enterraba a alguien. Pues vaya. Empez¨® entonces la b¨²squeda de mi casa, pero la memoria de una ni?a de cinco a?os puede despistar, as¨ª que me dispuse a encontrar a la se?ora que nos cuidaba, la Maxi.
Sant Gen¨ªs es un barrio donde a¨²n se puede preguntar a un vecino por alguien de toda la vida y sabe d¨®nde encontrarlo. Las primeras se?oras con las que me cruc¨¦ me informaron de d¨®nde viv¨ªa (porque yo estoy segura de que Maxi es casi inmortal). Subimos por la calle central -ahora asfaltada- y a¨²n vimos alg¨²n huerto y aspiramos el olor a madreselva, aunque casi todo son edificios. Al fondo de la monta?a se recorta el Tibidabo con su Sagrado Coraz¨®n, que parece un mu?eco, y el hotel Florida, que recuerda la mansi¨®n de Norman Bates. Maxi no estaba en casa, pero me recibi¨® su marido. Habl¨¦ por tel¨¦fono con mi ex- aya y tuve que resumirle en un minuto lo que hab¨ªa pasado en casi 40 a?os. Luego su marido nos llev¨® a lo que hab¨ªa sido mi casa. Ya no queda nada de ella, pero me consuela que en el terreno hayan edificado el centro c¨ªvico Casa Groga. Vi una higuera y me hice la ilusi¨®n de que hab¨ªa sido m¨ªa. El resto es ahora un magn¨ªfico edificio y un parque con piscina.
Entramos en el bar y la se?ora, mucho m¨¢s dispuesta que el cura, nos cont¨® que el centro tiene nueve a?os y que la Casa Groga hab¨ªa sido un s¨ªmbolo de resistencia porque all¨ª empez¨®, hace 25 a?os, el movimiento de asociaci¨®n de vecinos. Me temblaban los pies. Le dije que yo hab¨ªa vivido all¨ª, pero ten¨ªa mis dudas porque no me sonaba que la casa fuera amarilla. Y entonces la se?ora me indic¨® una pintura que colgaba de la pared, un ¨®leo donde se ve¨ªa una mas¨ªa amarilla. "?sa era la Casa Groga", dijo ella sin disimular la emoci¨®n. Yo segu¨ªa temblando, pero me resist¨ªa a creer que era mi vieja casa. Tras un intercambio de informaci¨®n, llegamos a la conclusi¨®n de que la m¨ªa era la de al lado, justo donde ahora se re¨²nen los jubilados. Con el otro final hubiera sido una historia redonda, pero me conformo con saber que los vejetes de Sant Gen¨ªs son felices con los cimientos de un pasado que alguna vez me perteneci¨®.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.