Porcelana de S¨¨vres
El martes pasado, durante la tertulia de Gabilondo, mi amigo Ramoneda expres¨® un temor: el de que Aznar, al impugnar el Pacto de Estella, pudiera suscitar la idea equivocada de que los proyectos independentistas son siempre antidemocr¨¢ticos. Ninguno de los que le acompa?¨¢bamos en la tertulia pusimos empe?o en contradecirle y luego se ech¨® el tiempo encima y cada cual se fue a su casa. Algunas ideas, sin embargo, son como moscones y despu¨¦s de formuladas contin¨²an bordoneando en ese espacio impreciso que media entre el p¨ªloro y el occipucio. En ¨¦sas me vi yo tras el encuentro tertuliano. De modo que aprovecho esta columna para abrir otra vez la boca y despedir con viento fresco al mosc¨®n pertinaz.Desde determinado punto de vista, el asunto no es pol¨¦mico. El manifiesto de Estella no es s¨®lo un documento escrito, sino la manifestaci¨®n visible de un acuerdo conspirativo y secreto sellado entre una serie de partidos y una organizaci¨®n terrorista. En parejo sentido, el manifiesto cumple todos los requisitos para no ser democr¨¢tico, de la misma manera que una porcelana de S¨¨vres, estampada contra la cabeza de un fulano, cumple todos los requisitos para entrar en la categor¨ªa de las armas ofensivas. Ahora bien, ?constituye la porcelana, en s¨ª misma, un arma ofensiva?
Tendemos a pensar que no. Las cosas no est¨¢n tan claras, sin embargo, en lo que se refiere a la Declaraci¨®n de Estella. No discuto que un r¨¦gimen democr¨¢tico debe albergar el derecho a la disensi¨®n y que, entre estos derechos, est¨¢ incluido el de la disensi¨®n territorial. Ahora bien, existen dos puntos en el texto de Estella que se me antojan muy cuestionables en t¨¦rminos democr¨¢ticos. El primero se refiere a la causa alegada para justificar el propio texto: a saber, la persistencia de un terrorismo inextinguible por los medios disponibles en un Estado de derecho. Este extremo es inquietante por cuanto consagra, por definici¨®n, la eficacia de la violencia. Si la democracia armada no ha apaciguado a los no dem¨®cratas, no hay ninguna raz¨®n, ninguna en absoluto, para suponer que los ¨²ltimos fueran a cambiar de talante ante una democracia desarmada. Salvo en el caso, claro, de que las conversaciones enderezadas a crear el orden salvador y nuevo partiesen de la concesi¨®n inexpresa de varias, o muchas, de sus reivindicaciones. Pero entonces no estar¨ªamos ante un proyecto de paz democr¨¢tico, sino, a todo tirar, ante una paz conseguida a costa de la democracia.
El segundo extremo interesa a la distribuci¨®n territorial. Ser¨ªa democr¨¢ticamente leg¨ªtimo invocar la independencia conjunta de Sevilla y, qu¨¦ s¨¦ yo, dos pedan¨ªas de Ourense y otra de Valladolid. Pero resultar¨ªa perverso subordinar la fundaci¨®n de ese Estado en ciernes a lo que determinara un refer¨¦ndum celebrado en Sevilla y las pedan¨ªas de marras. Los orensanos y los vallisoletanos podr¨ªan afirmar, con raz¨®n, que su compromiso con la democracia ha tomado cuerpo en el contexto mayor de Espa?a y que no se sienten vinculados por la voluntad expresada en el territorio escuetamente sevillano. El argumento es trasladable, por motivos obvios, a Navarra y ?lava o a las circunscripciones guipuzcoanas y vizca¨ªnas de mayor¨ªa no nacionalista.
?stos son, por supuesto, graciosos ejercicios virtuales, a los que es l¨ªcito entregarse cuando surgen cuestiones de ¨ªndole puramente intelectual. En el plano pol¨ªtico, es decir, en el de la realidad, nos encontramos con que las democracias establecidas son pactos que presuponen un sujeto soberano y que no hay reglas para inventarse de rond¨®n y por las bravas un sujeto soberano nuevo. ?Qu¨¦ hacer cuando las reglas no nos auxilian? Aqu¨ª interviene algo m¨¢s importante que la legalidad democr¨¢tica: a saber, el sentimiento democr¨¢tico. Un crecimiento progresivo e indefinido del nacionalismo en tal o cual regi¨®n, acompa?ado de f¨®rmulas convivenciales civilizadas, y hasta atractivas para quienes no son nacionalistas, terminar¨¢ por hacerse irresistible en todas partes. Quiero decir, lo mismo dentro que fuera del territorio emergente. Y, al cabo, vendr¨¢n las negociaciones, y las compensaciones, y lo que haga falta. Pero no es esto lo que est¨¢ ocurriendo en el Pa¨ªs Vasco. Ha tiempo que con la porcelana de S¨¨vres se hace all¨ª algo m¨¢s que tomar el t¨¦.
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