Pennac y la frase interrumpida JORDI PUNT?
El extra?o mundo de la literatura est¨¢ lleno de injusticias po¨¦ticas y una de ellas es su caprichosa dependencia del mercado. A menudo el mercado es ruin, inexplicable, vol¨¢til (una vulgar feria de vanidades), y lo mismo encumbra a un pelele que rechaza a un fuera de serie sin pesta?ear. Se han dado casos y todo parece indicar que la cosa ir¨¢ a m¨¢s. Los observadores -esta profesi¨®n tan de nuestros d¨ªas- hacen su trabajo y observan que, en las aceras de la literatura, los cad¨¢veres embellecidos por el tiempo -el John Kennedy Toole de La conjura de los necios, por ejemplo- contemplan el desfile de los putrefactos (en el sentido daliniano), que para m¨¢s inri son legi¨®n.Este pre¨¢mbulo algo exasperado viene a cuento porque estos d¨ªas nos ha visitado el escritor franc¨¦s Daniel Pennac, un autor poco conocido en Espa?a, y lo que viene ahora es una reivindicaci¨®n en toda regla. Pennac es un autor de gran aceptaci¨®n en todas partes, cada nueva novela suya es traducida a un buen n¨²mero de idiomas y genera admiraci¨®n a raudales. El ritmo trepidante de sus historias, ese dif¨ªcil equilibrio entre sensibilidad e insolencia que exhiben sus personajes y la habilidad para crear una lengua en apariencia sencilla y tan coloquial como una frase inacabada, contagia a los lectores y les crea dependencia, algo de lo que muy pocos autores pueden presumir.
Hace unos a?os, despu¨¦s del ¨¦xito que obtuvo con ese magn¨ªfico manual sobre el placer de la lectura que era Como una novela, parec¨ªa que las aventuras de la tribu de los Malaussene ten¨ªan pista libre para aterrizar entre nosotros, pero entonces ocurri¨® que sus traducciones al espa?ol fueron publicadas por una editorial voluntariosa pero de movimientos limitados: en las librer¨ªas, los t¨ªtulos pasaban de las mesas de novedades a la reserva de los estantes a una velocidad vertiginosa. En catal¨¢n la cosa no era tan grave, pero la dispersi¨®n de las novelas en diversas editoriales sin duda no facilitaba la eclosi¨®n del fen¨®meno. Ahora, gracias al empe?o de Grijalbo-Mondadori y de Manuel Serrat Crespo, el traductor de Pennac en castellano, el ciclo de los Malaussene ha sido reeditado y puesto en circulaci¨®n como si fuese la primera vez. Ah¨ª van los cuatro t¨ªtulos por orden cronol¨®gico, para quien desee descubrirlos: El hada carabina, La peque?a vendedora de prosa, La felicidad de los ogros y El se?or Malaussene.
Llegado este momento debo admitir que esta reivindicaci¨®n literaria de Daniel Pennac tiene tambi¨¦n un componente personal. El pasado domingo compart¨ª mesa con ¨¦l y otros amigos, y pude conocer los entresijos del Pennac escritor, del lector Pennac (que vienen a ser uno y lo mismo). El Pennac escritor de este domingo a?oraba el d¨ªa en que podr¨¢ volver a escribir. Lleva unos cuantos meses de promociones varias, su ¨²ltima novela -Los frutos de la pasi¨®n- le ha llevado por media Europa, y espera con delirio el momento en que acaben los largos d¨ªas de hotel y la promoci¨®n. El Pennac escritor, nos inform¨®, es exacto, minucioso, y se administra el placer de la escritura con sumo cuidado. Sus obras tienen siempre dos fases: en la primera la historia se construye oralmente, mientras la cuenta a su mujer y sus amigos la va completando poco a poco. Despu¨¦s, cuando ya est¨¢ bien definida, llega la escritura f¨ªsica. Una jornada de trabajo puede dar un folio y medio a m¨¢quina, quiz¨¢ menos porque nunca hay que agotar el fil¨®n. En este punto, Pennac record¨® una carta de Henry Miller a Lawrence Durrell en la que le recomienda no tentar la suerte y acabar la jornada sin vaciarse del todo, y luego confes¨® que ¨¦l mismo sigue el consejo al pie de la letra: siempre deja de escribir en medio de una frase, que retoma al d¨ªa siguiente con la excitaci¨®n intacta o incluso aumentada.
En cuanto al Pennac lector, uno reconoce en sus palabras la pasi¨®n por la lectura, por los endemoniados juegos idiom¨¢ticos, por las corrientes subterr¨¢neas que fluyen de un libro a otro y enraizan la buena literatura. Entre sus ¨²ltimas preferencias, cita a algunos autores de hoy: las novelas de V¨¢zquez Montalb¨¢n, la Pastoral americana de Philip Roth; la delicadeza de Balzac et la petite tailleuse chinoise, de Dai Sijie (pronto habr¨¢ traducci¨®n espa?ola), las novelas del franc¨¦s Tonino Benacquista -"como un hermano peque?o para m¨ª"-. A continuaci¨®n la conversaci¨®n nos lleva a los cl¨¢sicos. Recuerda que el libro que sus alumnos prefer¨ªan era El vizconde partido, de Italo Calvino, y se entusiasma hablando de Bartleby el escriviente, de Herman Melville. Le fascina esa atracci¨®n por la inactividad y s¨ª, ya le han hablado del libro de Vila-Matas, espera que lo traduzcan pronto al franc¨¦s. Y por cierto, hablando de este tipo de libros, ¨¦l siempre ha pensado en los autores que murieron dejando un libro inacabado, como Proust o Perec; tambi¨¦n piensa en Charles Dickens, que como Moli¨¨re muri¨® en el escenario, justo al terminar una lectura p¨²blica de Oliver Twist. O como... O como un autor que muri¨® dejando un texto inacabado, una frase interrumpida que terminaba tras la breve pausa de una simple coma, as¨ª,
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