Guerras limpias y guerras sucias.
Siento que el siglo XXI se quedar¨¢ lejos de las utop¨ªas que siempre han proclamado la paz como una de las aspiraciones ¨²ltimas de la humanidad, y que, a pesar del fin de la era bipolar en la que llegamos a vivir bajo la amenaza de una conflagraci¨®n nuclear, padeceremos en el futuro dos clases de guerras: aquellas donde el Primer Mundo puede aplicar sus iniciativas tecnol¨®gicas en la b¨²squeda de establecer el nuevo concepto de "guerras limpias", guerras de destrucci¨®n selectiva y baj¨ªsimos costes humanos para los due?os de los nuevos instrumentos b¨¦licos, que ser¨¢n cada vez m¨¢s sofisticados, y las "guerras sucias", que tendr¨¢n siempre por escenario las zonas calientes del Tercer Mundo, o aquellas capaces de ser calentadas de manera artificial, o por obra de los nacionalismos excluyentes, los fundamentalismos religiosos, los conflictos tribales y las disputas territoriales.Sobre las guerras limpias ya hemos tenido suficientes ejemplos para adivinar el curso de su perfecci¨®n tecnol¨®gica, tanto en Irak como en Kosovo: las bombas capaces de preservar toda la infraestructura de una ciudad o una instalaci¨®n bajo ataque, exterminando nada m¨¢s a los seres humanos, y las bombas capaces de destruir todo sin afectar a los seres humanos, fabricadas con bloques de concreto que no producen ninguna onda expansiva, con lo que, no habiendo nada nuevo bajo el Sol, se reviven como instrumentos de destrucci¨®n las viejas catapultas que admiramos en las p¨¢ginas de Salamb¨®, s¨®lo que disparadas desde alturas estratosf¨¦ricas.
Ser¨¢n unas guerras de agresores invisibles y sobreprotegidos, el rayo letal lanzado desde los sat¨¦lites o desde los aviones de pl¨¢sticos sustitutos del metal, con lo que el viejo concepto de luchas de infanter¨ªa libradas en los lodazales y las trincheras anegadas en sangre de la Primera Guerra Mundial, entre nubes t¨®xicas de gas mostaza empujadas por el viento, quedar¨¢ en las p¨¢ginas de las enciclopedias cibern¨¦ticas como una referencia lejana. Las guerras del futuro, libradas por las grandes potencias, due?as de la asepsia b¨¦lica, se parecer¨¢n m¨¢s a los juegos electr¨®nicos, donde la muerte masiva puede ser producida apretando la tecla de enter en una lap-top operada por un general de cinco estrellas, en una versi¨®n a¨²n m¨¢s al d¨ªa que la del Doctor Strangelove, la cl¨¢sica pel¨ªcula de Stanley Kubrick.
La ausencia de culpa frente a la exterminaci¨®n masiva afectar¨¢ tambi¨¦n, por lo tanto, la vieja ¨¦tica que castiga m¨¢s el descuartizamiento cuerpo a cuerpo, el que se ve y se toca, que la acci¨®n punitiva lejana, sin v¨ªctimas visibles, muertes mucho m¨¢s f¨¢ciles de expiar en la conciencia al ser reducidas en las cifras de las computadoras a extinci¨®n de puntos generadores de calor. Ser¨¢n unas guerras limpias, sin escenarios de batalla ni desperdicios, sin hospitales de sangre ni campos de prisioneros, nada parecido a los escenarios de Adi¨®s a las armas, de Hemingway, y limpias tambi¨¦n para efectos de la conciencia limpia. Ya est¨¢n siendo, y lo ser¨¢n cada vez m¨¢s, guerras de pronta soluci¨®n, o de soluci¨®n programada en cuanto a costes econ¨®micos o costes de conciencia.
Pero son tambi¨¦n guerras que se presentan ya como espect¨¢culos de televisi¨®n para que la familia las disfrute en casa, guerras que se abren con fanfarrias de superproducci¨®n de novedosos efectos especiales, y pueden pasar por igual como guerras reales o como guerras virtuales frente a los ojos del televidente de veladas tranquilas en d¨ªas de semana o domingos de encierro, la lata de cerveza en la mano, due?o cada quien de un show del que puede disfrutar como abonado a una programaci¨®n de guerras colosales servidas a domicilio, la nintendoman¨ªa en carne, hueso y tripas...
Y est¨¢n, por otro lado, las guerras sucias, que son las guerras nuestras, las de los pa¨ªses pobres, y que, lejos de las r¨¢pidas soluciones tecnol¨®gicas que deparan las guerras limpias, tender¨¢n siempre a empantanarse como guerras sin soluci¨®n, de insidiosa recurrencia, y que, al contrario de las guerras limpias, no est¨¢n destinadas a llegar como espect¨¢culos de primera magnitud a las pantallas de los televidentes, salvo cuando las carnicer¨ªas adquieren car¨¢cter masivo.
Son las guerras libradas con perspectivas de eternidad y rodeadas de olvido en escenarios de bambalinas en harapos, por causas que ya apenas se adivinan, como en Angola, o las carnicer¨ªas entre et¨ªopes y eritreos, en las que mueren tantos seres humanos como en las hambrunas provocadas en esos mismos territorios por las interminables sequ¨ªas, los buitres en vigilia de ni?os que agonizan fam¨¦licos, como lo hemos visto en fotograf¨ªas premiadas, o que meten el pico en las entra?as de los soldados despanzurrados al lado de los restos retorcidos de un carro blindado en el ardiente sopor del desierto; las guerras de ¨¦xodos y exterminio libradas en los viejos territorios coloniales del Congo entre ej¨¦rcitos tribales conducidos por caudillos disfrazados de mariscales franceses o generales brit¨¢nicos, siempre d¨¢ndose golpes de Estado unos a otros.
O las guerras donde los nacionalismos son exacerbados por el fanatismo religioso, el m¨¢s feroz de los fundamentalismos que ha atravesado la frontera del siglo XX, capaz de desatar genocidios en Bosnia-Herzegovina, o en Afganist¨¢n, y las guerras entre superpotencias nucleares descalzas y en harapos, como la que libran asom¨¢ndose de vez en cuando a las primeras planas la India y Pakist¨¢n, o las otras, la de Chechenia, en que una superpotencia en escombros, como Rusia, se lanza a la conquista despiadada de un peque?o reducto nacionalista.
Y a¨²n otra guerra nuestra del Caribe nuestro: la guerra civil de Colombia, un pa¨ªs dinamitado cada d¨ªa en c¨¢mara lenta, y sin banda de sonido, librada por una guerrilla de comandantes ya ancianos, o pasados de peso, con casi medio siglo de vida militar, que han envejecido o engordado en la selva, y encabezan, sin embargo, un nutrido ej¨¦rcito de campesinos j¨®venes, tan bien uniformados y pertrechados como los reclutas de las
Fuerzas Armadas a las que combaten. Pero los oficiales del Ej¨¦rcito institucional tienen fama de ser m¨¢s bien expertos en organizar concursos de belleza, mientras el trabajo sucio de terror y exterminio queda en manos de un tercer ej¨¦rcito, el paramilitar, una fuerza mercenaria que, ¨²nica en el mundo, emite proclamas patri¨®ticas bajo las viejas reglas de la respetada ret¨®rica colombiana.
Pero hay m¨¢s. El m¨¢s poderoso de todos es el ej¨¦rcito en las sombras del narcotr¨¢fico, el de armas invisibles tanto como las de las guerras hig-tech, due?o de la piedra filosofal, por la que tanto se afan¨® el viejo Melqu¨ªades, capaz de transmutar la hoja de coca en oro puro. Y desde sus laboratorios, atraviesa a todos los dem¨¢s adversarios en la guerra como un hilo de puntada maligna y certera.
Para no olvidar las otras guerras que siempre tendremos en Am¨¦rica Latina, si no cambia nuestra suerte de atraso, provocadas por conflictos fronterizos de inspiraci¨®n patriotera, un pedazo de selva virgen o un pico helado y desnudo de una cordillera, guerras recurrentes nuestras guerras sucias, que estallar¨¢n como fuegos fatuos en la oquedad del paisaje, y de las que no han sido capaces de librarnos nuestras mejores utop¨ªas de paz transportadas con ruido de viejas bielas de uno a otro siglo.
Sergio Ram¨ªrez es escritor nicarag¨¹ense.
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