Merendaron cordilla
Fue un sopor; ?se puede creer? Que una corrida de toros transcurra sopor¨ªfera tiene dif¨ªcil explicaci¨®n. M¨¢s que nada por los propios toros, por el peligro que conllevan, por sus feroces embestidas, por sus buidas cornamentas, por sus foscas miradas, por sus bestiales derrotes, por su ancestral mugir y su inquietante bufar.Los toros son as¨ª, salvo que les hayan dado de merendar cordilla. Y esto quiz¨¢ fuera lo que les pudo ocurrir a los Pe?ajara, para que la corrida transcurriese sopor¨ªfera.
Es lo habitual, si bien se mira, en estos tiempos modernos y milenaristas. Los toros que echan en todas partes, ni embisten feroces, ni llevan buidas las cornamentas, ni asustan al mirar, ni derrotan a lo bestia, ni mugen, ni bufan ni nada. Los toros que sueltan en estos tiempos modernos no tienen media torta y parecen tontos de remate.
Pe?ajara / Madrile?o, Ruiz, Canales Toros de Pe?ajara, discretos de presencia, justos de fuerza; sin casta
El Madrile?o: dos pinchazos, estocada corta ladeada y descabello (silencio); dos pinchazos bajos, bajonazo, rueda de peones, dos descabellos -aviso- y se echa el toro (silencio). Ruiz Manuel: pinchazo, otro hondo perpendicular, rueda de peones y tres descabellos (silencio); pinchazo y estocada corta trasera (silencio). Canales Rivera: estocada corta trasera perdiendo la muleta (ovaci¨®n y salida a los medios); dos pinchazos y media atravesada ladeada (silencio). Se guard¨® un minuto de silencio en memoria del diestro retirado S¨¢nchez Flores, recientemente fallecido. Plaza de Las Ventas, 25 de junio. Un cuarto de entrada.
S¨®lo hay que echar un vistazo a esas ferias que se celebran estos d¨ªas para comprobar hasta que punto est¨¢ lisiada y crepuscular la ganader¨ªa de bravo. Y en Madrid ocurre otro tanto, no vaya a creerse.
La afici¨®n reprochaba al ganadero la mansedumbre del saldo impresentable que hab¨ªa tra¨ªdo a Las Ventas; y, sin embargo, a lo mejor no era cuesti¨®n de rigor selectivo lo que les ocurr¨ªa a los seis toros seis, sino la cordilla que les echaron para merendar y les volvi¨® gilipollas.
A qui¨¦n se le ocurre, cordilla. O a lo mejor no se trataba de cordilla sino de peor dieta, a base de qu¨ªmica quiz¨¢, qui¨¦n sabe si fumable o inyectable. Un feo asunto en tal caso. Con lo cual los toros no se ca¨ªan (o se cayeron poco, para lo que se acostumbra) y, en su defecto, deambulaban cansinos, embest¨ªan topones si es que acertaban a embestir, probaban recelosos la consistencia de los enga?os y los tomaban sin codicia ni ilusi¨®n, al estilo asnal.
Ante semejante panorama los toreros ve¨ªan arruinados sus deseos de torear. Si sus prop¨®sitos hubiesen sido burrear, pues s¨ª, tendr¨ªan encaje con el temperamento de los toros. Mas trat¨¢ndose de torear no pod¨ªa haber consenso. Los toreros quer¨ªan emular al C¨²chares, los toros tiraban al monte.
De manera que se vieron desajustes, destemplanzas, y la ciencia aplicada no sabr¨ªa precisar si eran debidos a la impericia de los lidiadores o a la disparidad de criterios entre el hombre y la bestia.
Corte de torero bueno se le advert¨ªa a El Madrile?o, en sus vanos intentos de templar con ajuste y reuni¨®n. Y aqu¨ª es donde se plantea la inc¨®gnita: ?eran imposibles tales formas con los toros burros o es que el diestro, ya veterano en cierta medida, de quien se conserva vivo el recuerdo de algunas exquisitas faenas, no conservaba la serenidad, el aguante y la t¨¦cnica debidos para ajustar, reunir y templar?
De similar guisa se mueven los juicios relativos a los dos restantes espadas. Ruiz Manuel interpret¨® sin gracia ni fundamento su toreo -sus conatos de toreo, conviene precisar-, lo mismo en las suertes de capa que en las de muleta, y s¨®lo acert¨® a construir con aseo una tanda de derechazos al toro que hac¨ªa quinto, all¨¢ al atardecer.
Canales Rivera recibi¨® con una larga cambiada al tercer toro. El Madrile?o ya lo hab¨ªa hecho con el primero s¨®lo que a porta gayola. Es el a?o de las largas cambiadas y las portagayolas.
El toreo estar¨¢ convertido en una explosi¨®n de adocenamientos y ventajismos, pero las largas cambiadas y las portagayolas que no falten.
Canales Rivera tuvo el detalle de echarse la muleta a la izquierda ya al principio de su primera faena. Tir¨® del natural y el toro no le respond¨ªa en ning¨²n caso, bajo ning¨²n concepto, pues en lugar de embestir burreaba y no hab¨ªa manera de ejecutar el toreo en su divina forma.
No obstante, Canales Rivera, con un pundonor digno de mejor causa, reiter¨® los naturales en tandas sucesivas dejando bien clara su disposici¨®n y su generosa entrega.
El sexto toro manse¨® cuanto quiso. Si se trataba de proclamar el descastamiento generalizado y la inequ¨ªvoca mansedumbre de la corrida, ese sexto ejemplar constituy¨® el broche de oro. Obviamente ten¨ªa pocos pases. La afici¨®n conspicua juraba que ninguno, Canales Rivera coincid¨ªa cabalmente en la apreciaci¨®n y, tras probar unos derechazos, entr¨® a matar. Y hubo una sensaci¨®n de alivio. La afici¨®n se march¨® corriendo a ver el partido, mientras los turistas -que hac¨ªan mayor¨ªa en la plaza - se retiraban comentando at¨®nitos que si lo visto a lo largo de la sopor¨ªfera tarde es la fiesta del arte y del valor, "mi no entender".
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