ADN
Mientras escribo esto faltan s¨®lo unas horas para que cient¨ªficos de diversos pa¨ªses hagan p¨²blico el mapa de nuestros entresijos m¨¢s profundos, de la esencia transparente de la carne. Tengo para m¨ª que cuando los antiguos hablaban del alma deb¨ªan de referirse a esto, a las elegantes h¨¦lices del ADN, al misterio gen¨¦tico, a esa sustancia b¨¢sica e invisible que nos conforma tal y como somos. De manera que se podr¨ªa decir que los investigadores van a desvelar el primer boceto del alma humana. Un retrato de interior que nos une con el resto del universo. Reducidos al principio de las cosas, todos los seres vivos, desde los gusanos a los humanos, compartimos la misma organizaci¨®n elemental, la misma geometr¨ªa, una armon¨ªa exacta y diminuta.Qu¨¦ necios los integristas religiosos que rechazan la ciencia. Porque el conocimiento no conduce a Dios (o a esos absurdos y barbudos dioses de opereta), pero desde luego aumenta la maravilla: cuanto m¨¢s se descubre, m¨¢s asombroso parece todo ello. Los humanos solemos vivir atocinados y enterrados en nuestra propia mediocridad, sin conciencia de lo portentoso que es existir, y s¨®lo en contadas ocasiones atisbamos la negrura centelleante que nos rodea. Hace 1.900 a?os, el fil¨®sofo estoico Ep¨ªcteto dec¨ªa: "Dios es grande porque nos ha dado las manos y el poder de tragar y digerir; de crecer mientras estamos inconscientes y de respirar mientras dormimos". El solo hecho de estar leyendo y entendiendo esta columna es un prodigio b¨¢rbaro. Y toda esa fenomenal capacidad est¨¢ en los genes. As¨ª somos, nos dicen ahora los cient¨ªficos: un milagro mensurable y ef¨ªmero.
Como ef¨ªmera fue la grandeza de Ep¨ªcteto; hab¨ªa nacido esclavo, fue un hombre enfermo y d¨¦bil, Ner¨®n le expuls¨® de Roma. Tuvo una vida dura, y pese a ello intent¨® comprender, y se admir¨® de tener diez deditos en las manos y otros diez en los pies. Como todos, procur¨® ser feliz, o al menos no ser demasiado desgraciado, y estudi¨® con ah¨ªnco durante toda su vida. Luego muri¨®, como siempre morimos, y ese conocimiento duramente adquirido se deshizo en la nada. En esa oscuridad chisporroteante en donde flotan, bailarinas geom¨¦tricas, las enroscadas cintas del ADN.
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