Fin de ¨¦poca.
El triunfo de Vicente Fox culmina una ¨¦poca del cambio pol¨ªtico de M¨¦xico. La culmina y la cierra. Es el fin de una larga serie de reformas electorales y salda una de las dos grandes asignaturas de la instauraci¨®n democr¨¢tica: la transmisi¨®n del poder mediante elecciones libres y transparentes. Queda pendiente la otra asignatura fundamental: el pacto colectivo de respeto a la ley, la vigencia del Estado de derecho.El triunfo de Fox valid¨® de una vez por todas, contra sus propios pron¨®sticos de posible fraude, la calidad de las instituciones electorales construidas por los partidos y el Gobierno en la ¨²ltima d¨¦cada. Valid¨®, en particular, la calidad de la ¨²ltima reforma, emprendida por el Gobierno de Zedillo y el PRI para autonomizar al IFE, definir el financiamiento p¨²blico de los partidos y garantizar condiciones de equidad en los medios de informaci¨®n.
Luego de Vicente Fox, el gran triunfador de las elecciones del 2 de julio, fue la institucionalidad electoral de M¨¦xico, paraguas de protecci¨®n de la voluntad de los votantes. Se acabaron los fantasmas del fraude, la casa qued¨® exorcizada para siempre. Como si las hubiera practicado toda su vida, en la jornada del 2 de julio, el r¨¦gimen democr¨¢tico mexicano ofici¨® todas las escenas fundadoras de su nueva ¨¦poca.
Fue una contienda incierta con reglas claras. Hubo alternancia en el poder. El triunfador fue reconocido por sus adversarios. Al pleito sigui¨® la naturalidad c¨ªvica, la normalidad de la vida despu¨¦s de la batalla en que se defini¨® al nuevo Gobierno.
En la contienda no hubo ahorro de ideas ni de diatribas. Abundaron propuestas generosas y peque?eces de baja ley. Fue una competencia sin cuartel, en todos los ¨®rdenes. Los candidatos ganaron y perdieron en condiciones de equidad, pagando por sus errores y cosechando por sus aciertos. Por primera vez en la historia electoral contempor¨¢nea de M¨¦xico, esos candidatos estuvieron sometidos al escrutinio implacable de los medios y los ciudadanos. Por primera vez fueron pol¨ªticos de carne y hueso, encarnaciones de su propia humanidad.
Los votantes dirimieron la contienda soberanamente, escondiendo hasta el final las proporciones exactas de su voluntad. El resultado fue contundente, sin ser abrumador. Los perdedores reconocieron p¨²blicamente su derrota, empezando por el presidente de la Rep¨²blica, que asumi¨® la p¨¦rdida del candidato de su partido y ofreci¨® su inmediata colaboraci¨®n al ganador. La gente se fue a dormir tranquila; los ganadores, jubilosos; los perdedores, tristes, aceptando su derrota en buena lid.
Todas esas cuestiones rutinarias de la normalidad democr¨¢tica sucedieron en M¨¦xico por primera vez. Fue una jornada de fundaci¨®n y tambi¨¦n de clausura de un mundo de sospechas y trampas. Un fin de ¨¦poca incruento y tranquilo: c¨ªvico, civilizado y civilizador.
Han muerto por ¨²ltima vez varios cad¨¢veres ilustres: el dinosaurio ubicuo y la dictadura perfecta, la oposici¨®n buena y el Gobierno malo, el sovi¨¦tico partido de Estado y la imbatible mancuerna PRI-Gobierno. En un sentido estricto, ha muerto el PRI como quer¨ªa T. S. Eliot, no con una explosi¨®n, sino con un gemido: luego de que el candidato Francisco Labastida reconoci¨® sin tapujos su derrota, los pri¨ªstas cantaron el himno nacional, solemnes y doloridos, como parados en la proa del Titanic.
Todos los problemas de la nueva ¨¦poca quedan adelante. Erguidas y a punto de los primeros desencantos flotan sobre el triunfo de Vicente Fox las mullidas esperanzas del cambio.
Vendr¨¢n despu¨¦s, ma?ana mismo, la pol¨ªtica y la realidad. Mientras tanto, al final de la noche de la elecci¨®n, en la madrugada inaugural de M¨¦xico, era posible escuchar a unos cuantos triunfadores desvelados que hac¨ªan sonar el claxon de sus carros sobre una polis silente. Por primera vez en 70 a?os, los ciudadanos de esa polis hab¨ªan cambiado de partido en el Gobierno. Hab¨ªan matado al PRI, y se dorm¨ªan tranquilos, como beb¨¦s que apenas ayer hubieran venido al mundo.
H¨¦ctor Aguilar Cam¨ªn es escritor mexicano.
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