El d¨ªa de gloria del Kelme
A 2.500 metros de altura, con el coraz¨®n a 180 pulsaciones por minuto, la bici manejada en molinillo infernal sobre las m¨¢s duras pendientes del Izoard, Lance Armstrong no sudaba. Bueno, s¨ª. Apenas unas gotas le ca¨ªan de la punta del flequillo cuando bailaba de puntillas sobre la bicicleta. Lance Armstrong, s¨ª, asustaba en aquel momento. Imaginen la situaci¨®n. Zona media alta del Izoard, uno de los puertos, si no m¨¢s duros, s¨ª m¨¢s asfixiantes, un col que entra en todos los libros de historia. Bobet, Coppi, Bartali... Todos los grandes han escrito ah¨ª p¨¢rrafos de leyenda. ?Qu¨¦ pesa m¨¢s, Lance Armstrong, la leyenda o los porcentajes? ?El recuerdo de los grandes que all¨ª se hicieron m¨¢s grandes, o los infernales 8%, 9%, hasta 12% que te obligan a convertirte en ave para superarlos? Nada. El aire no pesa. Lance Armstrong es el hombre de las alturas. Su f¨ªsico, extraordinario, tambi¨¦n le permite rendir al m¨¢ximo en las zonas en las que los dem¨¢s sienten una fuerza incre¨ªble agarr¨¢ndoles las piernas e impidi¨¦ndoles expresarse al m¨¢ximo. Baila. Danza. Y no suda. Justo hace un par de minutos, en otros pocos cientos de metros comprimidos, acaba de aclarar, una vez m¨¢s, las cosas. No hay posible disensi¨®n. Quien lo intente, est¨¢ muerto. El norteamericano, en camino de ganar su segundo Tour consecutivo, es tambi¨¦n un hombre orgulloso. Puede permitir que Pantani gane la etapa del Mont Ventoux, pero no sin que se sepa claro qui¨¦n le ha permitido ganar. Y no puede dejar que nadie intente demostrar que est¨¢ m¨¢s fuerte.Ayer Pantani, el mayor amante de las leyendas, chaval que se ha alimentado oyendo hablar de Coppi, de Bartali, de todos los grandes italianos, quiso que alg¨²n d¨ªa, alguna historia contara la gran haza?a de Pantani en el Izoard. Su decisi¨®n, el ansia del Pirata, de atacar mediado el Izoard dio sentido a toda la etapa. Hizo estallar el bloqueo t¨¢ctico. Acab¨® con la etapa del miedo. Propici¨® la exhibici¨®n de Armstrong. El Pirata atac¨®. Pedaleo ¨¢gil, manos en la parte baja del manillar, aceler¨®n y mantenimiento de ritmo. A su rueda, de entrada, todos. Virenque y Beltr¨¢n. Livingston llevando a Armstrong. Nuevo aceler¨®n sin mirar atr¨¢s. La espalda encorvada. Un gato a punto de saltar. S¨®lo Armstrong le aguanta. Los dos se van. Por detr¨¢s, las dudas, los rearmes, la capacidad de respuesta puesta a prueba. Alarmantes las se?ales enviadas por Ullrich, que sufre y resopla y s¨®lo con la ayuda de Guerini y la fuerza de su orgullo logra enderezar su marcha. Magn¨ªfica la actitud de Joseba Beloki. Un debutante en el Tour; un debutante en el Tour en el Izoard; todo eso, y m¨¢s: en el Izoard y haciendo juego de igual a igual con Virenque y Escart¨ªn; juego superior a Ullrich. Por un momento, Beloki, y la afici¨®n con ¨¦l, se permite so?ar. Se queda Ullrich. Si Moreau le ayudara, si superara el Izoard, si se lanzara bajando... Ah¨ª est¨¢, el segundo puesto en el podio, ah¨ª esper¨¢ndole. Aparece Herv¨¦ y da m¨¢s fuerza a los sue?os. Ullrich sigue qued¨¢ndose. M¨¢s todav¨ªa: Herv¨¦ arrastra a todos hacia la cima, hasta tocar las nubes, hasta alcanzar a Pantani, a Armstrong tambi¨¦n. Y Ullrich se sigue quedando. Fin del sue?o. La etapa ha sido dura, muy dura, muy larga. El Tour es duro. Armstrong vuelve a volar. Los dem¨¢s, los humanos, no aguantan m¨¢s. Ven a Armstrong entrar en la Casse D¨¦serte, el santuario del Izoard. Un monolito a Bobet y a Bartali. Una piedra puntiaguda saliendo del vac¨ªo. Arena y piedras sueltas. Armstrong quiere pasar s¨®lo por all¨ª. Es el deber de los campeones. No puede. Una pesadilla blanquiverde le rodea. Le impide alcanzar la soledad de los grandes.
Junto a la carrera de Armstrong y de su grupo de escogidos ayer, en los 250 kil¨®metros entre Draguignan y el coraz¨®n de los grandes Alpes, se corri¨® una etapa de ocho horas, se corri¨® la etapa del Kelme, el equipo espa?ol que vivi¨® su d¨ªa m¨¢s grande. Una etapa de libro, t¨¢cticas calculadas, la libertad justa para moverse sin ataduras, y corredores en la plenitud de su arte, de su moral y de sus fuerzas. Un etap¨®n a lo grande en los Grandes Alpes. As¨ª que lleg¨® Armstrong a la Casse D¨¦serte y all¨ª se encontr¨® con un riojano llamado Javier Pascual Llorente. Detr¨¢s hab¨ªa dejado a Heras y Escart¨ªn, los del equipo de Belda que pelean por un buen puesto en la general. Y all¨ª Pascual. Y Armstrong le pregunta si hay alguien m¨¢s delante. S¨ª, Botero. Y ya va lejos. No lo coger¨¢s aun siendo y llam¨¢ndote Lance Armstrong. Ya ha pasado hace tres minutos. Es el m¨¢s fuerte de todos. Se escap¨® en el Marie-Blanque, subi¨® el Aubisque m¨¢s r¨¢pido que nadie y se qued¨® luego esperando a sus jefes, a Escart¨ªn, a Heras. Tambi¨¦n se escap¨® en el llano con Dekker. Y por poco gana en Revel. Es colombiano, rubio y rodador. Es fuerte. Y el jueves ya le conociste en el Mont Ventoux. Despu¨¦s de ir escapado en el llano fue capaz de aguantar tus ataques y de ayudar a Heras. Pero hoy, ah¨ª lo tienes, no lo coger¨¢s. Pascual Llorente est¨¢ all¨ª porque ha ayudado a Botero. Se ha escapado con un grupo hace siglos, en el falso llano que lleva al Vars; ha esperado a Botero, que ha subido y bajado Vars solo y le ha alcanzado en el segundo avituallamiento. Y luego ha tirado en el valle. El riojano fuerte ha conducido a todos hasta el pie del Izoard, ha tirado de todos siete kil¨®metros, la mitad de la subida. Y luego, cuando Botero ha atacado, se ha quedado subiendo a su ritmo.
Armstrong comprende. Se para. Espera a Pantani, a Ullrich. Ya les ha demostrado que es el m¨¢s fuerte. Aunque lo hubiera intentado, nunca habr¨ªa alcanzado a Botero. Y en el ¨²ltimo repecho, en ese kil¨®metro y medio que se levanta del asfalto tras el r¨¢pido descenso, no hace sino admirar a Pantani, el orgulloso italiano que ataca para ser segundo, y controlar a todos los que aspiran a ser sus segundos.
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