El gran debate
El gran debate sobre el futuro de Europa est¨¢ en pleno apogeo. El ministro de Asuntos Exteriores alem¨¢n, Fischer, ha hablado al mundo de su visi¨®n. El ministro de Interior franc¨¦s Ch¨¦v¨¨nement ha expresado sus distintas opiniones y sus recelos. El presidente Chirac ha adornado su visi¨®n inmediata y a largo plazo con palabras corteses. El canciller Schr?der ha coincidido con ¨¦l en la necesidad de una "cooperaci¨®n reforzada". El primer ministro brit¨¢nico Blair primero discrep¨® y luego coincidi¨® con sus colegas y dot¨® al debate de una dimensi¨®n casi religiosa. ?Sabemos ahora mejor que antes hacia d¨®nde vamos?No mucho, es la respuesta m¨¢s honesta. El que existen distintas opiniones sobre Europa no es precisamente una novedad. Est¨¢n los eurohegelianos (como Fischer), que parecen creer que el esp¨ªritu mundial ha ordenado que alg¨²n d¨ªa existir¨¢n los Estados Unidos de Europa. Est¨¢n tambi¨¦n los eurokantianos (como Ch¨¦v¨¨nement), que prefieren enfrentarse a las realidades de hoy en d¨ªa y a los problemas de orden pr¨¢ctico que se avecinan. Curiosamente, ambos alaban, aunque s¨®lo sea por cumplir, la importancia del antiguo Estado nacional, pero la postura alemana es m¨¢s ambigua que la francesa o la brit¨¢nica. A los alemanes les gusta dar la impresi¨®n de que no les importar¨ªa que su Estado nacional se diluyera en el gran oc¨¦ano europeo. En los Estados nacionales m¨¢s antiguos, como Francia y Alemania, esto suscita algunas preguntas, como ?una Europa alemana despu¨¦s de todo? y, ?existe alguna diferencia entre la Alemania europea a la que los alemanes prefieren adherirse y una Europa alemana?
Pero el tema que surge en todas las aportaciones al debate es el de la flexibilidad o, como se le suele llamar ahora, la cooperaci¨®n reforzada. El presidente Chirac ha sido especialmente franco en este sentido. Los miembros de la UE que deseen reforzar su cooperaci¨®n deber¨ªan poder hacerlo, preferentemente a trav¨¦s de una decisi¨®n oficial del Consejo. Sugerencias como ¨¦sta han despertado muchas sospechas. El Reino Unido tiene un temor irracional a que lo dejen en la segunda divisi¨®n, a "mirar lo que pasa dentro desde fuera". En los pa¨ªses m¨¢s peque?os de la Uni¨®n, la flexibilidad se considera un intento por parte de los grandes pa¨ªses de reducir el papel de Portugal y Finlandia. Los pa¨ªses candidatos a la adhesi¨®n est¨¢n horrorizados con la perspectiva de que, en cuanto los admitan en el club, ¨¦ste se divida de hecho entre los que avanzan y los que son meros miembros.
Algunas de las palabras empleadas por el presidente franc¨¦s y el canciller alem¨¢n parecen justificar este temor. Pero si se analiza m¨¢s de cerca, este temor se desvanece r¨¢pidamente. Se han vuelto a decir muchas cosas de la cooperaci¨®n franco-alemana, del papel de los dos pa¨ªses como el motor de la integraci¨®n. Pero en cuanto Chirac habl¨® de los aspectos pr¨¢cticos, sus propuestas se volvieron casi pat¨¦ticas. Se crear¨¢ un instituto de cine franco-alem¨¢n y se enviar¨¢ a 2.000 j¨®venes en programas de intercambio. Lo cierto es que no hay ning¨²n proyecto franco-alem¨¢n sobre Europa que los dos pa¨ªses puedan imponer al resto.
La flexibilidad tendr¨¢ que darse de una u otra forma. De hecho, ya se ha producido. Si la ampliaci¨®n lleva realmente a una Uni¨®n de 27 pa¨ªses, s¨®lo la mitad de ellos estar¨¢n dentro de la uni¨®n monetaria. Schengen contiene importantes cl¨¢usulas de exclusi¨®n voluntaria y, en mi opini¨®n, de aqu¨ª a que finalicen las negociaciones para la adhesi¨®n habr¨¢ todav¨ªa m¨¢s. La cooperaci¨®n reforzada en una Uni¨®n de 27 Estados tendr¨¢ muchas vertientes. Algunas de ellas ser¨¢n geogr¨¢ficas. Puede que Benelux o el Consejo N¨®rdico encuentren imitadores en la Europa del Este, suroriental y mediterr¨¢nea. Puede incluso que la cooperaci¨®n reforzada se d¨¦ en los Estados miembros m¨¢s peque?os. En otras palabras, aparecer¨¢n estructuras que no estar¨¢n basadas en una fuerza motriz que arrastre a las dem¨¢s.
Las verdaderas cuestiones que plantea esta Europa no son ni la de la flexibilidad ni la de cu¨¢les son las instituciones adecuadas. Son cuestiones de poder. Hasta ahora, el poder de la Uni¨®n Europea es fundamentalmente negativo, es decir, la capacidad para impedir que ocurran ciertas cosas, el intento de limitar la hegemon¨ªa norteamericana en el mundo. ?De d¨®nde vendr¨ªa el poder positivo? No de los n¨²meros, ni de las cifras de poblaci¨®n o del producto interior bruto. La pregunta clave es: ?surgir¨¢ alguna clase de poder hegem¨®nico dentro de una Uni¨®n ampliada m¨¢s d¨¦bil a pesar de todo?
La otra cara de esta pregunta son los valores. El primer ministro Blair ha aprovechado su visita al disidente cat¨®lico Hans K¨¹ng para dedicarse a practicar su deporte favorito del proselitismo, de vincular pol¨ªticas espec¨ªficas muy concretas, como las multas impuestas en el momento por la polic¨ªa, a consideraciones ¨¦ticas y religiosas muy generales. No parece que esta estrategia vaya a ser del agrado de sus colegas. Pero los dirigentes europeos han acabado por definir cada vez m¨¢s Europa a partir de ciertos principios comunes m¨¢s pr¨¢cticos, como la democracia y el Estado de derecho. Estos principios desempe?an un papel esencial en las negociaciones para el ingreso y est¨¢n tambi¨¦n detr¨¢s del problema austriaco.
Todo esto deja en pie un tema del gran debate que puede que adquiera importancia pol¨ªtica: el de una constituci¨®n. La definici¨®n de Chirac de los poderes de Bruselas frente a la capital nacional, o la preocupaci¨®n de Schr?der por las exigencias de los l?nder alemanes cuando se trata de tomar decisiones europeas, est¨¢n todav¨ªa muy lejos del pleno acuerdo constitucional de Fischer. Pero de alguna forma, la cuesti¨®n constitucional est¨¢ sobre la mesa y, desde luego, lo est¨¢ la Carta de Derechos Fundamentales. A Blair no le gusta mucho esto porque reavivar¨¢ el debate sobre la soberan¨ªa. Por la misma raz¨®n, tampoco les gusta a los pa¨ªses candidatos al ingreso: su soberan¨ªa nacional es un bien preciado para ellos porque pone de manifiesto su reci¨¦n lograda libertad. Otros alegan que Europa est¨¢ en pleno desarrollo y que ser¨ªa un error fijar el presente estado de fluidez en un bloque de hormig¨®n constitucional. Pero el debate sobre la constituci¨®n ha comenzado y no tiene visos de terminar.
Ralph Dahrendorf, soci¨®logo, fue director de la London School of Economics y es miembro de la C¨¢mara de los Lores.
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