La huida
La potestad de detener el curso del sol en mitad del cielo como hizo el caudillo Josu¨¦ ante las murallas de Gaba¨®n ha sido uno de los designios m¨¢s profundos de la humanidad. Ignoro si este deseo del inconsciente est¨¢ codificado en psicoan¨¢lisis. Josu¨¦ necesitaba s¨®lo algunas horas m¨¢s de luz para tomar la fortaleza al enemigo, pero tal vez este sue?o de que nunca llegue la noche es una oscura t¨¢ctica del esp¨ªritu para obtener otra clase de conquistas. Despu¨¦s de poner a salvo el cerebro bajo un sombrero de paja y con los pies a remojo en un librillo de agua con espliego uno trata de que pase el verano por encima sin preocuparse de nada y que suenen las chicharras marcando la vertical del d¨ªa con el tiempo extasiado. Nada envejece tanto como huir. Ser un fugitivo de la justicia, esquivar por la esquina a un acreedor desalmado, esconderse de quien te busca para arreglarte las cuentas con una navaja deja en el rostro unas huellas muy marcadas de las que uno dif¨ªcilmente se recupera si no es en la c¨¢rcel cuyas horas largas, muertas devuelven el esplendor a la piel, pero uno tambi¨¦n sigue siendo un pr¨®fugo cuando corre en busca de la gloria o persigue un sue?o m¨¢s all¨¢ del alcance de la mano o los celos por el ¨¦xito de alg¨²n amigo o enemigo te rompen el diafragma. Podr¨ªas pensar que si lograras la inmutabilidad de ¨¢nimo que aconsejaron los cl¨¢sicos y permanecieras sentado con los pies a remojo bajo el sombrero de paja sin ning¨²n af¨¢n tal vez de pronto se detendr¨ªa el sol en el firmamento, aunque no fueras Josu¨¦ sino s¨®lo un huertano. ?Hay alguna fortaleza que conquistar? Bastar¨ªa entonces con aspirar el perfume de una hierbalu¨ªsa para que todas las sensaciones que hayas ha tenido desde la ni?ez construyeran un instante perenne con el tiempo detenido. Pero pronto te dar¨ªas cuenta de que ese ¨¦xtasis es la huida m¨¢s cobarde. En medio de la gloria del mediod¨ªa inm¨®vil te despertar¨¢ el estruendo de un coche bomba o la percusi¨®n de un tiro en la nuca o te asaltar¨¢ la visi¨®n de miles de agonizantes en la orilla del mar y aunque la luz del sol sea deslumbrante y te creas a salvo con el pensamiento metido en un sombrero de paja te ver¨¢s a ti mismo huyendo hacia el fondo de ese paisaje de muertos en cuyo horizonte se extiende una muralla imposible de saltar por muy larga que sea la tarde. Ya no existe el don de Josu¨¦. La miseria de cada d¨ªa hace que el sol nunca pueda ya detenerse para hacernos inmortales.
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