De safari por el Baix Camp ISABEL OLESTI
En un principio hab¨ªa el silencio. El cielo y la tierra viv¨ªan en un orden m¨¢s o menos perfecto: llov¨ªa en primavera, hac¨ªa calor en verano y en invierno en las monta?as los campos quedaban cubiertos de nieve en espera del primer rayo de sol que daba vida a un nuevo cielo. Los habitantes de los pueblos m¨¢s aislados viv¨ªan tranquilos y recelosos del turista espor¨¢dico. No hab¨ªa relojes sino las campanas, mientras que las cabras volv¨ªan solas a su corral y el cerdo se sacrificaba delante de la carnicer¨ªa a las siete de la ma?ana. La naturaleza hac¨ªa su curso y el hombre -el de ciudad- iba a lo suyo, bastante ajeno a lo que pod¨ªa pasar tan s¨®lo 30 kil¨®metros m¨¢s arriba. Y es que para llegar a estos pueblos uno ten¨ªa que armarse de valor y poner todo su empe?o para sortear un camino tortuoso lleno de piedras y baches. El marco estaba asegurado, el revent¨®n tambi¨¦n. Mucho m¨¢s llano era buscar delicias de la playa: cientos de kilos de carne humana tost¨¢ndose bajo un sol de justicia en un espacio reducido a un metro cuadrado por barba.Pero con el tiempo las cosas fueron cambiando. Aquel camino infame de monta?a se convirti¨® en una fant¨¢stica carretera. Hubo alg¨²n pueblo pr¨¢cticamente en ruinas que se levant¨® de nuevo y ahora adquirir una casa all¨ª es m¨¢s que un lujo. Las monta?as se poblaron de chal¨¦s y aparecieron los primeros restaurantes, las primeras tiendas de productos locales: aceite, miel, butifarras... Se organizaron fiestas populares: la de la tortilla, el vino, la patata, el tomillo, el rovell¨®. Ahora, en los fines de semana de todo el a?o y en los dos meses de verano esos pueblos se convierten en un hormiguero de visitantes. Hasta los playeros asoman la nariz -normalmente un d¨ªa nublado- para refrescarse un poco y comprar alguna salchicha.
Estamos en Salou, a punto de vivir una experiencia ¨²nica: un safari por el Baix Camp. Catorce jeeps bien alineados con 107 personas a bordo esperan el momento de arrancar. Se trata de turistas, la mayor¨ªa holandeses, que dedican un d¨ªa de sus vacaciones a vivir emociones fuertes por caminos y carreteras lejos de la costa. La empresa belga Astra Tours, adem¨¢s de otros negocios relacionados con el turismo, organiza el Jeep Safari: todo un d¨ªa para recorrer pueblos y rincones m¨¢s o menos pintorescos, aunque montado en el jeep uno tiene la sensaci¨®n de estar en Kenia.
De los cuatro gu¨ªas uno es ruso, dos son belgas flamencos y el otro holand¨¦s; s¨®lo la perrita de Erik, Yasmine, es de Cambrils. Como era de suponer no hay ni un turista espa?ol, as¨ª que el idioma oficial es el flamenco. Subimos por una rambla -riera para los catalanes- hasta Les Borges del Camp. En la primera parada, Alforja, Erik ense?a a los turistas a beber en porr¨®n; mientras, otro de los gu¨ªas, Frank, se encarga de grabar en v¨ªdeo los momentos m¨¢s emocionantes. En Cornudella -en el Priorat- nos esperan para comer. A los turistas les toca el men¨² del d¨ªa: ensalada y pollo con patatas. Los gu¨ªas y yo nos merecemos un suquet de peix. A las dos y media subimos por la carretera empinada de Ciurana. Los holandeses, con sus trajes de ba?o y sus escotadas camisetas, siguen impert¨¦rritos bajo el sol canicular. Arriba nos encontramos el pueblo invadido por un equipo de filmaci¨®n que prepara el anuncio televisivo de Cordoniu. Hay restos de macarrones en un mesa y un cura con sotana que resulta ser un figurante. Nada es lo que parece, hoy, en Ciurana, y pienso en a?os atr¨¢s, cuando apenas sub¨ªa un alma porque el camino daba v¨¦rtigo.
Erik cuenta la leyenda de la reina mora que se suicid¨® por amor lanz¨¢ndose al vac¨ªo con su caballo mientras Frank intenta vender el v¨ªdeo por 3.000 pesetas. Bajamos al pantano, que con la escasez de lluvias se ha convertido en una inmensa playa de color gris. All¨ª los dejo, refresc¨¢ndose, antes de emprender el camino hacia Salou. En la carretera me para una pareja de alemanes totalmente despistados. "Nos han dicho que hay un pueblo donde s¨®lo viven siete personas. ?Sabes d¨®nde est¨¢? Le digo que han llegado 20 a?os tarde, pero que Ciurana contin¨²a siendo un pesebre. A pesar de su invasi¨®n.
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