Un mundo de venturina
Nadie en su sano juicio habr¨ªa confiado a dos j¨®venes inexpertos el manuscrito de la que en aquel momento ten¨ªa por su obra m¨¢s ambiciosa, El cuento de nunca acabar, pero eso fue lo que hizo con la editorial Trieste, rinc¨®n absoluto donde los hubo. En ese libro se habla mucho del interlocutor. De hecho, toda su literatura es una b¨²squeda desesperada de uno, el ideal de los interlocutores, como si dij¨¦ramos, aquel que va a permanecer a nuestro lado con fidelidad y lealtad hom¨¦ricas, y alguien tambi¨¦n capaz de darle alas al escritor y de darle vuelo. Vamos a contar el mundo de nuevo, parecen decir a cada momento sus novelas, sus ensayos, sus relatos.Su vida, que coron¨® al final el ¨¦xito, no fue precisamente f¨¢cil. Se sab¨ªa una superviviente como Robins¨®n, un n¨¢ufrago, s¨®lo que ella parec¨ªa ventilarse cada ma?ana el alma de todas las melancol¨ªas y telara?as abri¨¦ndola de par en par al norte m¨¢s agudo y hialino. Como la Fortunata de Gald¨®s, ante la procesi¨®n de p¨¦rdidas en la que inesperadamente se le convert¨ªa la existencia, hubiera podido hacer suyo un lema, que le valiera para la vida y para la obra: "Aire, aire". Desde luego que s¨ª: estaba convencida de que si el destino de todo escritor es un interlocutor fiel, el de toda persona es el de ser libre.
Esto ¨²nicamente significa una cosa: la tarea de contar de nuevo el mundo (desde la provincia lev¨ªtica, desde Manhattan, desde un faro, desde el cuarto de atr¨¢s) s¨®lo puede acometerse con entera libertad. Lo hizo en sus novelas y lo hizo en sus ensayos, como lo hizo tambi¨¦n en la elecci¨®n de aquellas obras que tradujo. Nunca dud¨® al utilizar los materiales m¨¢s heterog¨¦neos, demostrando tener a un tiempo un o¨ªdo fin¨ªsimo para la lengua viva y un gusto contrastado para la tradici¨®n literaria, el instinto prodigioso y galaico para el relato y una humildad emilianense para la p¨¢gina en blanco.
Entre las no pocas cosas, libros, manuscritos y collages que le fue regalando a uno a lo largo de los a?os, es el m¨¢s valioso, por lo que ella lo valoraba, un abrecartas que hab¨ªa sido de su padre y que ¨¦ste ten¨ªa siempre a mano en su mesa notarial de la calle Alcal¨¢. Se trata de un peque?o estilete de metal en el que, naciendo de unos acantos que dan principio a la empu?adura, nace el torso de un coloso desnudo que sostiene sobre los hombros una bola de venturina. Es, naturalmente, la representaci¨®n de un atlante. En cuanto a la venturina, cabe decir que se trata de una piedra semipreciosa y brillante, de color ocre y llena de ¨¢tomos dorados y vivos como centellas, como si la hubiesen arrancado de un crisol, un fulgor orbitado majestuosamente en la fr¨ªa materia. Si tiene uno que representarse ahora a la propia Carmen Mart¨ªn Gaite, as¨ª es como querr¨ªa verla: como ese peque?o atlante que apenas sinti¨® sobre los hombros la pesada carga del mundo.
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