Hablando de ?frica
"Y entonces", me dice el presidente Mbeki, "?que tendr¨ªamos que hacer en ?frica?". Mientras busco las palabras, mi mirada se pierde a trav¨¦s de los ventanales de su despacho, hacia los jardines del edificio de la Uni¨®n, s¨ªmbolo del apartheid durante tantos a?os y hoy d¨ªa sede del Gobierno que representa la ¨²ltima esperanza africana. Mascullo mi soliloquio habitual en estos casos ("yo no tengo respuestas, s¨®lo preguntas") y exprimo mis meninges para sacar alguna idea ¨²til. Una idea que vaya m¨¢s all¨¢ de la resignaci¨®n a la maldici¨®n estructural de ?frica, condenada por el pasado de colonialismo, el presente de globalizaci¨®n y el futuro de Internet.Pero ?qu¨¦ se puede hacer en ?frica? ?Producir para qui¨¦n, si la gente es tan pobre que no puede comprar? ?Exportar? ?frica ya exporta; de hecho, mucho m¨¢s que los pa¨ªses ricos, en proporci¨®n a su producto bruto. Pero exporta lo que tiene: productos agr¨ªcolas y materias primas cuyo valor relativo es cada vez menor con respecto a los productos de alta tecnolog¨ªa y a los servicios sobre los que se basan nuestras econom¨ªas. De esas exportaciones ya no se vive en nuestra econom¨ªa, aunque basten para que unas pocas ¨¦lites mantengan su opulencia mediante la apropiaci¨®n exclusiva de esos menguados recursos. ?Hacer la revoluci¨®n? Ya se hicieron tantas revoluciones y de tantas ideolog¨ªas, cada cual m¨¢s mort¨ªfera para los cuerpos y las almas de sus actores y sus pueblos. ?Cerrar fronteras y construir econom¨ªas estatizadas? Ya lo intentaron muchos pa¨ªses africanos, en varias modalidades ideol¨®gicas, y se empobrecieron a¨²n m¨¢s. De hecho, cuando Mozambique cambi¨® de modelo, integr¨¢ndose a la econom¨ªa mundial (en base a exportar gambas y turismo), mejor¨® su suerte de forma considerable. Pero pronto lleg¨® a un techo, un techo tecnol¨®gico, un techo educativo. Porque ?c¨®mo puede una econom¨ªa integrarse en un sistema global que funciona en base a informaci¨®n y tecnolog¨ªa sin infraestructura de comunicaciones y sin recursos humanos? Es como si se hubiera intentado la industrializaci¨®n sin electricidad.
De forma que tambi¨¦n ?frica necesita Internet. No como objeto de consumo, sino de producci¨®n y de desarrollo. Un turismo de alto valor basado en difusi¨®n de informaci¨®n en base a Internet. Una agricultura org¨¢nica de exportaci¨®n y subsistencia a la vez, basada en informaci¨®n de insumos y mercados. Una nueva industria integrada en las redes de producci¨®n mundial gestionadas a trav¨¦s de redes Internet. Un sistema de salud basado en la combinaci¨®n de atenci¨®n primaria personal e informaci¨®n experta a distancia suministrada en tiempo real. Y, sobre todo, un sistema de educaci¨®n y de formaci¨®n profesional capaz de ense?ar, y no s¨®lo de almacenar ni?os, mediante el entrenamiento y reciclaje continuo de los maestros, mediante un sistema de tutor¨ªas centradas en Internet.El c¨ªrculo vicioso de ?frica: como es un continente tan subdesarrollado, no puede hacer m¨¢s que sobrevivir, y como no puede sino sobrevivir, es cada vez m¨¢s subdesarrollado. De ah¨ª salen la violencia, la criminalidad, el odio ¨¦tnico y las guerras civiles. Y tambi¨¦n la epidemia de sida. Es un c¨ªrculo vicioso que no se puede romper, te¨®ricamente, m¨¢s que de dos maneras. Volver atr¨¢s, a formas propias de autosubsistencia, en sociedades tradicionales, ecol¨®gicamente sostenibles. O integrarse a fondo en el modelo de desarrollo global e informacional, en base a competitividad en econom¨ªa de mercado abierta.
Mis simpat¨ªas personales iban por el primer camino: volver a la identidad africana. Hasta que me di cuenta de que es demasiado tarde. Uno de los mitos sobre ?frica es que es un continente rural, cuando tiene la tasa de urbanizaci¨®n m¨¢s alta del mundo, de forma que para 2020 m¨¢s de dos tercios de la poblaci¨®n de ?frica estar¨¢n concentrados en ciudades. En donde no hay otras formas de subsistencia que una econom¨ªa desarrollada y sus basuras. M¨¢s a¨²n, ni las ¨¦lites ni los j¨®venes aceptan en este momento una vuelta atr¨¢s. Por lo que el comunitarismo tradicional se ha convertido en una v¨ªa muerta, usualmente predicada por intelectuales occidentales u occidentalizados que pontifican desde el primer mundo. Si pudi¨¦ramos desandar la historia, probablemente ?frica hubiera podido construir su propio modelo en los a?os sesenta, como propon¨ªa Sek¨² Tur¨¦. Pero la geopol¨ªtica de bloques destruy¨® esa posibilidad. Tras la crisis provocada por el endeudamiento de los a?os ochenta y la devastaci¨®n econ¨®mica de las pol¨ªticas de austeridad del Fondo Monetario Internacional, ?frica s¨®lo tiene dos opciones reales: vivir de la caridad internacional (cada vez m¨¢s reticente) o entrar en serio a competir en el juego tecnoecon¨®mico global. De hecho, la caridad bien entendida podr¨ªa ayudar a la competitividad de ?frica. Porque hay que empezar por borrar la deuda de los pa¨ªses pobres -en el fondo, una forma de caridad p¨²blica, porque acabaremos pag¨¢ndolo los contribuyentes, no las instituciones financieras-.
Pero un modelo de desarrollo sostenible, en lo econ¨®mico y en lo ecol¨®gico, requiere mucho m¨¢s. Requiere una inyecci¨®n de recursos econ¨®micos, tecnol¨®gicos y educativos que permita a ?frica dar un salto adelante cualitativo, accediendo a la era Internet sin tener que reproducir todos los pasos de la era industrial. Para eso se necesitan recursos, que s¨®lo pueden salir de donde est¨¢n: de los pa¨ªses ricos y de las empresas multinacionales. Que podr¨ªan comprometerse en ese proyecto no s¨®lo por razones ¨¦ticas (que tampoco hay que descartar) o geopol¨ªticas (pensando en la estabilidad del mundo futuro), sino estrictamente econ¨®micas. En el largo plazo, el desarrollo africano ampliar¨ªa significativamente el mercado mundial e integrar¨ªa en la econom¨ªa global, de forma din¨¢mica y segura, los recursos naturales y humanos del continente. En el corto plazo, una financiaci¨®n masiva para desarrollar infraestructura tecnol¨®gica y recursos humanos (educaci¨®n y salud, en primer lugar) crear¨ªa mercados de forma inmediata, tanto para empresas africanas como para empresas de pa¨ªses ricos. Esa especie de Plan Marshall tecnol¨®gico Norte-Sur es algo de lo que vengo hablando y escribiendo desde hace m¨¢s de una d¨¦cada, uno de tantos proyectos idealistas que amueblan el desv¨¢n de mis sue?os fracasados. Algo de lo que volv¨ª a hablar en un discurso ante el Consejo Econ¨®mico y Social de Naciones Unidas hace un par de meses, sigui¨¦ndole la pista a Kofi Annan, que propone, en su informe a la Asamblea General de la ONU en septiembre, un nuevo modelo de desarrollo compartido basado en la tecnolog¨ªa de informaci¨®n. Un tema que tambi¨¦n he ido contando por los salones de alterne de la Uni¨®n Europea cuando me invitan. Y que, sobre todo, les cuento a mis estudiantes, que, condescendientes con mis batallitas, me ayudan a cambiar y concretar los contenidos del sue?o.
De eso habl¨¦ finalmente con Mbeki, rompiendo mi habitual reticencia a dar consejos a pol¨ªticos. Lo hice porque creo que los pa¨ªses, los pol¨ªticos, el mundo, s¨®lo cambian cuando no tienen otro remedio. Y tal vez en estos momentos, en ?frica y en el mundo, est¨¢ consolid¨¢ndose el sentimiento de que no es sostenible crear un planeta de Silicon Valleys intercomunicados entre ellos, excluyendo de las redes de informaci¨®n y riqueza a la mayor¨ªa de la humanidad. Y aunque Internet no se come, muy pronto, sin una econom¨ªa basada en Internet, no se podr¨¢ comer m¨¢s que a la sopa boba. Mbeki me dijo que ¨¦l tambi¨¦n pensaba esto. Y que, si hay una iniciativa estrat¨¦gica por parte del Norte, en ?frica las cosas pueden cambiar. En eso estamos. Que usted pase un buen verano.
Manuel Castells es profesor de Sociolog¨ªa en la Universidad de Berkeley.
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