El capital social: la riqueza de las naciones
Las Naciones Unidas y las sociedades occidentales suelen pretender en sus proclamas la cuadratura del c¨ªrculo. Por una parte, fomentan una cultura individualista, en la que -como dec¨ªa Hegel- "cada uno es un fin para s¨ª mismo y los dem¨¢s no son nada para ¨¦l". A rengl¨®n seguido, sin embargo, piden solidaridad para con los d¨¦biles y vulnerables, porque es lo que legitima verbalmente a las instituciones del mundo occidental, se hacen lenguas de la defensa de los derechos humanos, organizan cumbres, congresos, jornadas sobre pobreza y exclusi¨®n, y acaban conviniendo verbalmente en que lleva raz¨®n John Rawls cuando dice que un sistema es justo si ning¨²n otro favorecer¨ªa m¨¢s a los menos aventajados de la sociedad. Tarea ardua ¨¦sta de ligar individualismo y presunta solidaridad, tarea pareja a la de cuadrar un c¨ªrculo.Pero los c¨ªrculos son redondos, y no cuadrados. La solidaridad y la justicia no surgen de un mundo en el que cada uno es fin para s¨ª mismo y los dem¨¢s no son nada para ¨¦l. Por eso importa proponer dise?os de c¨ªrculos redondos, bosquejar los trazos de una sociedad en la que realmente puedan florecer los m¨ªnimos elementales de justicia, sin los que una sociedad dif¨ªcilmente puede llamarse humana. Y en un dise?o semejante tendr¨ªa hoy una parte importante el irrenunciable cultivo del capital social, una riqueza que nos sit¨²a m¨¢s all¨¢ del individualismo ego¨ªsta y del colectivismo indeseable.
Como recuerdan en los ¨²ltimos tiempos algunos cient¨ªficos sociales, las econom¨ªas nacionales dependen al menos de tres formas de capital: el capital f¨ªsico, formado por terrenos, edificios, m¨¢quinas de todo tipo, tierra; el capital humano, compuesto por las t¨¦cnicas y los conocimientos de los que dispone una sociedad y que supone esos recursos humanos de los que se dice que constituyen la clave del mundo empresarial; y, por ¨²ltimo, el capital social, es decir, la reserva de valores compartidos por una sociedad, que le permiten mantener esa cohesi¨®n de trasfondo sin la que resulta imposible organizar la convivencia. Curiosamente, estas tres formas de capital resultan indispensables, no s¨®lo para llevar adelante una vida propiamente humana, cosa a todas luces indiscutible sino incluso para que puedan funcionar tanto la econom¨ªa como una pol¨ªtica que se pretenda democr¨¢tica.
En efecto, en lo que se refiere a la econom¨ªa, esa actividad que los positivistas de todos los tiempos han descrito como "neutral", como ajena a los valores, como un mero mecanismo sometido a leyes cuasi naturales, resulta ser en realidad todo lo contrario a las pretensiones de los positivistas, resulta ser que sin recursos f¨ªsicos no funciona la econom¨ªa, pero tampoco sin recursos humanos y sin recursos sociales, sin valores compartidos, sin h¨¢bitos que generen la confianza necesaria como para firmar un contrato con ciertas garant¨ªas de cumplimiento, sin alguna dosis de honradez y lealtad, sin esa densa trama de asociaciones humanas que componen en realidad la m¨¢s fecunda riqueza de las naciones y de los pueblos. Si falta el capital social, no hay ni siquiera negocios en este universo globalizado, en el que la red protectora de los valores y las asociaciones presta el suelo indispensable para que funcionen con bien las transacciones y los contratos.
Pero lo mismo sucede con la fortaleza de la pol¨ªtica democr¨¢tica, que parece depender de las actividades de los partidos pol¨ªticos y de los gobiernos, cuando lo bien cierto es que depende en muy buena medida de la sociedad civil, de sus valores y de su capacidad asociativa, del capital social, en suma, de la sociedad. En este sentido, suele decirse, al relatar la historia de la noci¨®n de "capital social", que fue Lyda Judson Hanifan quien utiliz¨® por vez primera la expresi¨®n, en 1916, para describir las escuelas comunitarias rurales. Jane Jacobs, por su parte, har¨ªa uso del t¨¦rmino para referirse a las redes sociales que exist¨ªan en determinados barrios urbanos y que favorec¨ªan con su existencia la seguridad p¨²blica. Pero existe un amplio acuerdo en atribuir la paternidad de la noci¨®n de capital social, si no del t¨¦rmino, a Alexis de Tocqueville, quien apreci¨® en su viaje a Am¨¦rica que una de las diferencias mayores entre los estadounidenses y los franceses era la predisposici¨®n de los primeros a ejercer el "arte asociativo". Esta capacidad para formar asociaciones de todo tipo permit¨ªa superar el individualismo, sin caer en el colectivismo ni tampoco en el estatalismo, igualmente indeseables. Y justamente esta riqueza asociativa hac¨ªa posible un mejor funcionamiento de la democracia en Am¨¦rica que en Francia, al potenciar el protagonismo de la sociedad civil en la organizaci¨®n de su vida. Ciertamente, la fecundidad del capital social tanto para generar una democracia aut¨¦ntica, en la que los ciudadanos sean los protagonistas, como para sentar las bases de una econom¨ªa eficiente y justa, de una econom¨ªa en el pleno sentido de la palabra, es uno de los temas centrales de estudio en las ciencias sociales, y autores como Robert D. Putnam dan buena cuenta de ello en trabajos como Making Democracy Work. Sin embargo, no estar¨ªa de m¨¢s preguntarse en este cambio de siglo si no ser¨ªa aconsejable "invertir a Tocqueville", al menos en parte, reconociendo que en algunos aspectos cruciales no es Norteam¨¦rica quien cuenta con un m¨¢s potente capital social sino precisamente Europa, y que importa no dilapidarlo, no sea que despu¨¦s resulte imposible reponerlo. Demasiadas muestras da la historia de que hay caminos al castillo de ir¨¢s y no volver¨¢s.
Sin duda en Europa existen regiones con una gran capacidad asociativa, como muestra el propio Putnam en sus estudios sobre Italia, y es urgente estimular este "arte asociativo", extendi¨¦ndolo a regiones m¨¢s individualistas y plasm¨¢ndolo en instituciones. Pero todo ello desde esos valores (el otro lado del capital social) que parte de Europa ha ido compartiendo en su historia y que constituyen su mejor "ventaja competitiva" frente a otros n¨²cleos pol¨ªticos y econ¨®micos.
La ventaja competitiva de Europa no puede consistir en copiar a otros ("?Que inventen ellos!"), sino en llevar adelante su propio sue?o: el "sue?o europeo" de una sociedad justa y eficiente, donde la eficiencia tiene por meta la justicia, donde la eficiencia se logra precisamente desde la justicia. Conviene aprender que una sociedad injusta no es al cabo ni siquiera eficiente, que la justicia, valiosa por s¨ª misma, es tambi¨¦n una "herramienta" para optimizar recursos f¨ªsicos y humanos porque presta mayor cohesi¨®n a una sociedad que su contrario.
El sue?o europeo incluye unas bases de seguridad para los ciudadanos y para los inmigrantes, que no pueden mantenerse sin reformas radicales, pero que son asimismo irrenunciables. Jalones de este sue?o ser¨ªan el empleo estable, aunque flexible, la atenci¨®n sanitaria proporcionada por una red p¨²blica desde una gesti¨®n p¨²blica eficiente y equitativa, educaci¨®n de calidad que distribuya universalmente un buen "saber hacer" (lo cual exige una reforma radical de la LOGSE y la LRU), la confianza de encontrar una red protectora en el momento de decir adi¨®s al trabajo remunerado y en tiempo de ancianidad, la garant¨ªa de encontrar el buen trato que merece todo ser humano, ya s¨®lo por serlo, cuando el hambre y la miseria obligan a abandonar la propia tierra. Que ya es sarcasmo ¨¦ste de los pa¨ªses desarrollados el de no exportar tecnolog¨ªas de grado medio a los pa¨ªses pobres, el de no invertir en ellos para que puedan crear riqueza, y el de cerrar despu¨¦s las puertas literalmente a los que se ven obligados a dejar sus casas forzados por la necesidad. Conviene recordar al "mundo libre", o al menos predicador de la libertad, que la m¨¢s b¨¢sica de las liberaciones es la "liberaci¨®n de la necesidad". S¨®lo los pa¨ªses que la practican dentro y fuera de sus fronteras cuentan realmente con un capital social capaz de crear cohesi¨®n interna y cooperaci¨®n externa, capaz de sentar las bases para el ejercicio de la libertad. Cuando hablen de ella y la propongan estar¨¢n dise?ando un c¨ªrculo redondo.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica en la Universidad de Valencia.
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