La ciudad infinita
Hoy es el d¨ªa grande de la semana m¨¢s grande y Donosti se hace m¨¢s ciudad de ciudades. Pero no s¨®lo porque se tenga por una de las m¨¢s bellas entre las bellas, o la insuperable, como la tildan los m¨¢s fervientes de sus muchos admiradores -algunos no vacilar¨ªan en iniciar el d¨ªa de todos los d¨ªas atravesando el aro de la barandilla de la Concha para prorrumpir en el rugido entusi¨¢stico del le¨®n de la Metro-, sino porque San Sebasti¨¢n est¨¢ haci¨¦ndose otras. Comenz¨® ayer queriendo volverse Nueva York y s¨®lo la parca y lamentable soledad de la torre de Atocha nos ha privado de un aut¨¦ntico Manhattan pegado a las cuestas de Eg¨ªa. Luego se ha ido aproximando a Salzburgo -tenemos m¨²sica a patadas y cien veces m¨¢s variada, aunque carezcamos de banda municipal y de Conservatorio superior (todav¨ªa)- sin por ello dejar de ser la Venecia occidental, ?o no tenemos en el Urumea la suma de todos los canales que tiene aquel cromo tan decadente que en vez de remeros usa gondoleros?Hubo quien asimil¨® la Bella Easo a Berl¨ªn para rodar La batalla de Inglaterra y siempre se ha tomado un poco por Par¨ªs copi¨¢ndole fuentes y dot¨¢ndose de aquellos barquillos que se llamaban parisi¨¦n -ojo, tambi¨¦n disponemos del Cementerio de los Ingleses-, pero ahora, en fiestas, lo es m¨¢s porque el bulevar, que como cualquiera sabe no es voz francesa, est¨¢ hecho un Montmartre con sus pintores al aire libre y el bullicio de quien ve una pintura por primera vez en su vida. Aunque la Perla del Cant¨¢brico no agota ah¨ª la fuga de espejo en espejo que la multiplica en ciudades, antes bien ha querido volverse ha-cia s¨ª misma en la exposici¨®n Atarian del Museo de San Telmo, donde no es que se mire el ombligo, sino que se encuentra reproducida a escala variable e invariablemente idealizada, pero, ?acaso est¨¢ mal que la ciudad contemple all¨ª su rostro pol¨ªticamente correcto?
Cuando los donostiarras de 1913 se enfadaron con el escultor que tall¨® el monumento al muy insigne Usandizaga -ya que no constructor musical de la ciudad como fue Sarriegui, s¨ª quien la armoniz¨® a los ojos del mundo- porque en vez de sacarle escuchimizado y enfermizo como era lo sac¨® esbelto y pimpante, el vilipendiado artista del cincel, lejos de desmontarse, contest¨® a sus detractores que si le hubiera sacado parecido habr¨ªa obtenido un ¨¦xito f¨¢cil, pero ¨¦l trabajaba para las generaciones futuras que no le hubieran perdonado que "para darnos una pasajera satisfacci¨®n, les leg¨¢semos una obra falta de sentido est¨¦tico". Las generaciones venderas le agradecemos que nos ense?ase a valorar el poco parecido, porque con tanto l¨ªo identitario -los cubos de Moneo eran para ser Bilbao de Guggenheim- s¨®lo faltar¨ªa que traslad¨¢semos a la ciudad, y m¨¢s a la ciudad en fiestas, el sarpullido que algunos tienen con las naciones. As¨ª que sum¨¦rjanse en la ciudad espejo y si les chapotea Disneyworld -nos lo juran los del Botxo- recuerden que a lo mejor est¨¢n en la Monta?a Rusa (de Igeldo) sintiendo a sus pies el v¨¦rtigo plateado de la bah¨ªa con coraz¨®n -sagrado- de R¨ªo de Janeiro. O el pulso tamborrero de s¨ª mismos.
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