El sutil sonido de Cleveland
La se?al de partida del programa oficial del Festival de Edimburgo se dio en el reci¨¦n renovado Usher Hall, una coqueta sala de conciertos de excelente ac¨²stica que presume de ser una de las favoritas de m¨²sicos como el director de orquesta Claudio Abbado o el pianista Andr¨¢s Schiff, dos nombres especialmente ligados al Festival. Promet¨ªa sobre el papel la propuesta inaugural para este a?o. Una obra tan espectacular como La condenaci¨®n de Fausto, de H¨¦ctor Berlioz, con una orquesta -la de Cleveland-; unos coros -el de la orquesta americana unido al del Festival y al de la Orquesta Nacional de Escocia-, y unos solistas de primera fila: Jennifer Larmore, Vinson Cole -que sustitu¨ªa al inicialmente previsto Giuseppe Sabatini-, Bryn Terfel y Neal Davies. La mayor inc¨®gnita resid¨ªa en el director, pues a Christoph von Dohn¨¢nyi no se le conocen especiales afinidades con el compositor franc¨¦s y su profesionalidad a prueba de bomba parece a veces re?ida con el m¨ªnimo de calidez que pedimos a determinadas m¨²sicas. Un director demasiado serio, siempre un punto fr¨ªo, para un compositor como Berlioz, que exige tanta complicidad. Sin embargo, no defraud¨® esta vez el maestro berlin¨¦s, a punto, por cierto, de abandonar la titularidad de la Orquesta de Cleveland, donde le sustituir¨¢ un Franz Welser-M?st que no dejar¨¢ grata huella tras su paso por la Filarm¨®nica de Londres. Von Dohn¨¢nyi entendi¨® perfectamente el complejo, sutil, ir¨®nico y bell¨ªsimo lenguaje de Berlioz de la mano de una orquesta de perfecta mec¨¢nica, en la que pareciera que los veteranos pasaran a los m¨¢s j¨®venes una suerte de herencia imperecedera: la personalidad que diera a la formaci¨®n americana durante los a?os cincuenta y sesenta el h¨²ngaro George Szell, su titular entonces. Felix Kraus, el corno ingl¨¦s, y ese maravilloso viola que es Robert Vernon fueron levantados al final muy justamente por el director. Von Dohn¨¢nyi no s¨®lo concert¨® con pericia, sino que fue capaz de iluminar adecuadamente las zonas m¨¢s decididamente renovadoras de una obra que rezuma genialidad por los cuatro costados. Los coros, de un poder¨ªo asombroso, tradujeron con igual convicci¨®n el horror de la carrera al abismo que el enga?oso deliquio pastoril de los gnomos a orillas del Elba o el sarc¨¢stico Am¨¦n fugado sobre el tema de la Canci¨®n de Brander. Entre los solistas destac¨® el Mefist¨®feles repleto de iron¨ªa de Bryn Terfel. El cantante gal¨¦s ha dominado una voz que apabullara por su volumen en los comienzos de su carrera hasta convertirla en un instrumento d¨²ctil y expresivo. Excelente su pronunciaci¨®n, tan importante en el repertorio franc¨¦s. Vinson Cole -aquel tenor que tanto gustara a Karajan- sustitu¨ªa a un Giuseppe Sabatini que nos hubiera dado seguramente un Fausto menos manso de ¨¢nimo que el del americano -¨²nico del reparto que dijo su parte de memoria-, algo apurado a veces, pero de buena l¨ªnea y que se la jug¨® en momentos como el aria Merci, doux cr¨¦puscule! Jennifer Larmore, que canta muy bien, debi¨® dejarse llevar un poco m¨¢s por un personaje al que le corresponden los dos caramelos vocales de la pieza: la Balada del rey de Thule y la romanza D'amour l'ardente flamme. Neal Davies -o la escuela inglesa que no cesa- fue un estupendo Brander.
El p¨²blico, que abarrotaba una sala cuyas remozadas butacas rojas estaban vendidas desde hac¨ªa muchos d¨ªas, reaccion¨® a la altura del estupendo espect¨¢culo. Contuvo sus aplausos despu¨¦s de una apabullante Marcha h¨²ngara, sonri¨®, muy a la brit¨¢nica tras el ballet de los gnomos y aclam¨® a todos y a todas al terminar. Eso s¨ª, sin disimular que Bryn Terfel, gigante y bonach¨®n, es hoy la ni?a de sus ojos.
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