Vatios y sargos ISABEL OLESTI
En la punta del espig¨®n m¨¢s largo del puerto de Tarragona hay un faro que en otros tiempos destellaba en la Punta de la Banya, del delta del Ebro. Hace 10 a?os, este faro se traslad¨® a la capital con el consiguiente descontento de algunos habitantes del Montsi¨¤ que consideran el acto como un robo. Pol¨¦micas aparte, la cuesti¨®n es que ahora sus destellos orientan a los petroleros anclados a pocos metros de la costa y de paso iluminan la noche tarraconense, un bullicio de gente que busca cosas tan dispares como la calma de la pesca y el frenes¨ª de los chiringuitos.El sol acaba de ponerse detr¨¢s del cabo de Salou y el aire se vuelve dorado y tibio. Los ¨²ltimos ba?istas apuran lo que queda del d¨ªa mientras los pescadores de ca?a montan su puesto en las rocas cercanas a la playa del Miracle. Pescar acostumbra a ser cosa de hombres, pero en este atardecer reluciente encontramos a dos mujeres holandesas que acompa?an a sus presuntos maridos. A¨²n es pronto para fisgonear en los cubos si ha habido suerte y nos vamos al coto de pesca del puerto reservado a la Societat Recreativa de Pescadors de Canya. Dirigimos el coche hacia el espig¨®n del faro del delta (con perd¨®n de los tarraconenses). Hace dos a?os hab¨ªa comido all¨ª las almejas a la marinera m¨¢s buenas de mi vida. Era un restaurante de manteles de papel y grandes platos de pescadito frito y gambas a la plancha. Las mesas estaban a lo largo del espig¨®n y se pod¨ªa contemplar el traj¨ªn de los pescadores en las rocas. Ahora las rocas son bloques de cemento, es imposible aparcar y han instalado un carril para ciclistas, patinadores, corredores... Todos conviven en perfecta armon¨ªa mientras se encienden las primeras luces de Tarragona y los pebeteros de las petroqu¨ªmicas de Constant¨ª -enti¨¦ndase chimeneas- ti?en el cielo de un rojo intenso, como si la ciudad estuviera en llamas. Un espect¨¢culo.
Entramos en el coto gracias a la llave de un socio. All¨ª se pesca a la boya o al penjat y lo que se saca son doradas, lubinas, herreras... El mar es una balsa de aceite, los cangrejos se pasean confiados por la pared del espig¨®n; hay tanto silencio que da apuro comentar algo en voz alta. Un padre con sus tres hijos acaba de pescar un sargo mientras otro socio se lo mira. Cuando regresamos, los petroleros, anclados al fondo, parecen buques fantasma.
En el Serrallo es imposible encontrar una mesa vac¨ªa: cada noche se montan unas colas impresionantes para saborear los suquets y romescos de la zona. As¨ª que subimos al centro hist¨®rico, que, aunque igualmente lleno, ofrece m¨¢s posibilidades. Es una aberraci¨®n, en Tarragona, meterse en un restaurante indonesio con el pescado que hemos visto en el Serrallo, pero no nos queda otro remedio. Dicen que la gente se va, en agosto, pero ustedes dense una vuelta por las calles de la Imperial Tarraco y ver¨¢n.
S¨®lo nos queda acercarnos al puerto deportivo para contemplar la locura de los chiringuitos. Hasta las cinco de la madrugada -hora oficial-, los teenagers aguantan dosis de vatios, alcohol y otras sustancias hasta tal punto que, asustados, los due?os de las embarcaciones ancladas en primera fila las retiraron porque encontraban condones, v¨®mitos y dem¨¢s pruebas de desenfreno en su interior. Eso s¨ª, el faro del delta los ilumina a todos por igual.
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