Las tribulaciones de Cl¨ªo en el aula
La Historia, o al menos su ense?anza, vuelve a ser novedad informativa y pol¨¦mica en Espa?a. Al menos ese efecto positivo cabr¨ªa atribuir al reciente y sumario informe de la Academia correspondiente sobre los supuestos defectos y las peculiares maneras de impartir esa asignatura a los alumnos de educaci¨®n secundaria en distintas zonas del pa¨ªs.No est¨¢ de m¨¢s recordar que la denuncia sobre el deterioro de las ense?anzas hist¨®ricas y la pol¨¦mica sobre el tipo de Historia a impartir a las nuevas generaciones no son casos espec¨ªficos de Espa?a sino las versiones locales de un fen¨®meno de amplitud universal. Baste mencionar los agrios debates an¨¢logos registrados recientemente en lugares tan distantes como Francia, Jap¨®n, M¨¦xico o los Estados Unidos. La misma amplitud del fen¨®meno hace sospechar que se trata de un reflejo del creciente abandono del futuro como horizonte previsible y deseable en favor de una mirada hacia un pasado m¨¢s reconfortante y controlable. No en vano, parece que las sociedades contempor¨¢neas avanzadas, ante la angustia generada por un futuro incierto y "globalizado", retornan la vista hacia la pretendida certidumbre de un pasado m¨ªtico y estable.
Dentro de ese contexto, el breve e impresionista informe elaborado por la Academia ha conseguido levantar pasiones latentes y virulentas, como era de esperar. Sobre todo porque remov¨ªa asuntos candentes de la vida pol¨ªtica y cultural tales como: ?qu¨¦ es "Espa?a"? ?Cu¨¢ndo y c¨®mo se form¨® (o incluso dej¨® de existir)? ?Qu¨¦ relaci¨®n guarda con otras entidades de rango igual, menor o distinto como puedan ser "Catalu?a", "Euskadi" o "Castilla"? Y al hacerlo, sin ninguna duda, pon¨ªa en cuesti¨®n los "mitos de origen" y las "se?as de identidad" (grupal) en los que se funda la legitimidad de los proyectos nacionales vigentes y en competencia por la exclusiva lealtad de sus poblaciones correspondientes.
Dejando aparte los defectos de elaboraci¨®n y de presentaci¨®n del informe de la Academia, a poco que uno est¨¦ en contacto con la ense?anza de la Historia en la educaci¨®n secundaria (y aun universitaria), resulta dif¨ªcil no compartir su diagn¨®stico pesimista sobre la situaci¨®n actual. Aunque fuera por razones distintas y hasta contrarias a las expuestas en el texto del informe. E incluso cabr¨ªa a?adir que, desde una perspectiva estrictamente historiogr¨¢fica, tampoco parecen completamente inoportunas sus llamadas de atenci¨®n contra el excesivo localismo y presentismo de algunos programas y libros de texto en uso y circulaci¨®n.
En cualquier caso, lo que parece indudable es que ese territorio geogr¨¢fico bien definido como Pen¨ªnsula Ib¨¦rica ha sido escenario de una evoluci¨®n social a lo largo del tiempo que constituye un caso hist¨®rico singularizado en el contexto continental. Y esto no quiere decir que existiera Espa?a hace dos mil a?os (como rezaba el t¨ªtulo de un libro famoso hace d¨¦cadas). Quiere decir, sin m¨¢s, que sobre ese espacio se despleg¨® un proceso hist¨®rico de entidad suficiente como para ser tratado como "unidad" regional y cultural en el marco europeo (al mismo nivel, como m¨ªnimo, que la Pen¨ªnsula It¨¢lica o las Islas Brit¨¢nicas). Y la conceptuaci¨®n de esa "unidad" debe estar definida por la determinaci¨®n geogr¨¢fica o la formulaci¨®n pol¨ªtica imperante en cada ¨¦poca hist¨®rica, como mera cautela conceptual para evitar anacronismos y mistificaciones interesadas. En observancia de esa misma cautela, durante la Prehistoria y Protohistoria s¨®lo cabe hablar de "Pen¨ªnsula Ib¨¦rica"; en la Antig¨¹edad Cl¨¢sica debe utilizarse por vez primera el t¨¦rmino (pol¨ªtico) "Hispania"; a lo largo de la Edad Media es apropiada la denominaci¨®n geogr¨¢fica o el vocablo cultural de "las Espa?as"; en los tiempos modernos resulta conveniente la categor¨ªa de "monarqu¨ªa hisp¨¢nica"; durante el siglo XVIII cabe utilizar con propiedad "reino de Espa?a"; y, como m¨ªnimo, desde la guerra de la Independencia hasta hoy es necesario hablar de "Espa?a" como Estado nacional m¨¢s o menos afianzado, discutido o rechazado.
Ese curso hist¨®rico plural y multiforme, no "unitario" pero s¨ª conexo y dif¨ªcilmente fragmentable en partes aut¨®nomas ( stricto sensu ), es el que deber¨ªa ense?arse y conocerse en las escuelas e institutos espa?oles. Sin permitir (cuando menos los historiadores) que las actuales formas pol¨ªtico-administrativas violenten su realidad como fen¨®meno hist¨®rico en aras de una legitimadora "formaci¨®n patri¨®tica" que busca el apoyo de la poblaci¨®n por la v¨ªa de la reducci¨®n al extremo (y al absurdo) de los "rasgos diferenciales y peculiares" del territorio, comunidad, regi¨®n o naci¨®n correspondiente. Y ello, sencillamente, porque la colonizaci¨®n griega de Ampurias no es un caso privativo de la historia gerundense (ni catalana, ni aragonesa, ni espa?ola), sino de la historia peninsular en ¨¦poca prerromana. De igual modo, la configuraci¨®n del reino de Portugal no es un asunto peculiar y exclusivo de historia portuguesa, sino un episodio de la reorganizacion peninsular de los estados cristianos medievales en su lucha contra el poder musulin¨¢n andalus¨ª durante el largo proceso de la "Reconquista". As¨ª mismo, el bombardeo de Guernica el 26 de abril de 1937 no es s¨®lo un incidente emblem¨¢tico en la tr¨¢gica historia vasca contempor¨¢nea, sino un cap¨ªtulo crucial de una guerra civil de ¨¢mbito espa?ol (extrapeninsular, por cierto) e inexplicable fuera de ese contexto.
Las afirmaciones previas no pretenden ser una opini¨®n m¨¢s, tan respetable como otras por principio democr¨¢tico. Quieren ser el resultado de la aplicaci¨®n de una racionalidad propia de la disciplina de la Historia, configurada como ciencia social ya centenaria en virtud de su respeto a tres principios axiom¨¢ticos:
l. La exigencia cr¨ªtica de una base material y cotejable de pruebas y evidencias para corroborar la veracidad de un relato sobre el pasado (y as¨ª discriminar entre la realidad hist¨®rica de la Roma de los C¨¦sares y el mito legendario del Camelot del rey Arturo).
2. El respeto al principio gen¨¦tico que asume el car¨¢cter de proceso continuo e inmanente de la evoluci¨®n hist¨®rica humana (y excluye la intervenci¨®n en el mismo de la Providencia Divina, el Destino Manifiesto o las conjunciones astrales).
3. El axioma de la significaci¨®n temporal irreversible, que contempla el tiempo como una secuencia acumulativa desde el pasado al presente sin bucles o saltos arbitrarios (y as¨ª proscribe la ucron¨ªa y el anacronismo en el relato hist¨®rico: no hubo yanquis en la corte del rey Arturo ni Viriato era "extreme?o").
Esta ciencia, si bien no puede "pre-decir" acontecimientos (en todo caso, cuando hay pruebas, los post-dice), ni proporcionar ejemplos de conducta repetibles, s¨ª que permite realizar tareas cul
turales inexcusables para la humanidad civilizada: contribuye a la explicaci¨®n de la g¨¦nesis, estructura y evoluci¨®n de las sociedades pret¨¦ritas y actuales; proporciona un sentido cr¨ªtico (no dogm¨¢tico) de la identidad operativa de los individuos y grupos humanos, y promueve la comprensi¨®n de las tradiciones y legados culturales que conforman las complejas sociedades contempor¨¢neas. Y al lado de esta practicidad positiva, la Historia desempe?a una labor cr¨ªtica fundamental respecto a otras formas de conocimiento humano: impide que se hable sobre el pasado sin tener en cuenta los resultados de la investigaci¨®n emp¨ªrica, so pena de hacer pura metaf¨ªsica pseudo-hist¨®rica o formulaciones arbitrarias e indemostrables.
Las ciencias hist¨®ricas imponen as¨ª l¨ªmites cr¨ªticos infranqueables a la credulidad y fantas¨ªa sobre el pasado de la humanidad. Y al hacerlo, ejercitan una labor esencial de pedagog¨ªa, ilustraci¨®n y filtro depurador en nuestras sociedades: son componentes imprescindibles para la edificaci¨®n y supervivencia de la conciencia individual racionalista, que constituye la categor¨ªa b¨¢sica de nuestra tradici¨®n cultural greco-romana y hoy universal. Sin graves riesgos para la salud del cuerpo social, no es posible concebir un ciudadano que sea agente consciente y reflexivo de su papel c¨ªvico al margen de una conciencia hist¨®rica m¨ªnimamente desarrollada. Sencillamente porque dicha conciencia le permite plantearse el sentido cr¨ªtico-l¨®gico de las cuestiones de inter¨¦s p¨²blico, orientarse fundadamente sobre ellas, asumir sus limitaciones de comprensi¨®n al respecto y precaverse contra las mistificaciones y sustantivaciones de los fen¨®menos hist¨®ricos (sean ¨¦stos la patria, la etnia, la religi¨®n, la lengua, el g¨¦nero o cualquier otro elemento).
Bienvenido sea, en consecuencia, cualquier debate p¨²blico sobre la historia y su ense?anza, sin excluir (por imposibilidad) sus implicaciones pol¨ªticas. Pero evitemos que discurra al margen de los procedimientos racionales de argumentaci¨®n y demostraci¨®n cient¨ªfico-historiogr¨¢ficos. Y, sobre todo, orillemos f¨®rmulas sustancialistas del tipo "Espa?a se form¨® en tiempos del emperador Augusto"; "Galicia es una naci¨®n celta y sueva"; "Euskadi resisti¨® a romanos, visigodos y castellanos", o "Catalu?a fue creada por Carlomagno". Las mismas ya no son historia; son f¨¢bulas mitol¨®gicas cuya raz¨®n y funci¨®n son contradistintas a las de la Historia. Nada m¨¢s. Pero tampoco nada menos.
Enrique Moradiellos es profesor de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Extremadura.
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